Roberto Mendoza Salazar tiene apenas 20 años y ya se ha convertido en el poseedor de 15 medallas de oro, ganadas en diversas disciplinas deportivas. Solo tres de las más recientes las conquistó este año en los Juegos Olímpicos Especiales FIDES 2023, celebrados en Colombia: una en impulso de bala, otra en lanzamiento de disco y la tercera en relevos 4x100 metros.
“Lloré de emoción en la premiación”, cuenta Roberto y llora.
Pero quizá lo más extraordinario de su historia no sea su amplia colección de medallas de oro y plata: Roberto Mendoza es un paratleta con síndrome de Down que, gracias a su disciplina y al impulso de sus padres y de su entrenadora, Laura Sánchez, ha conseguido destacar en el mundo del deporte.
Levantarse todos los días a las 6:00 de la mañana, entrenar tres horas diarias y llevar una dieta rigurosa no podían dar otro resultado: que Roberto se convirtiera, desde sus nueve años, en un medallista que en cada competencia escala un peldaño en la fama local, nacional y mundial.
Mejor todavía es que su historia ha logrado inspirar a otros chicos con diferentes tipos y grados de discapacidad, que se han visto reflejados en él, son sus amigos y, ahora, como él, se han lanzado a la conquista de una medalla de oro.
Hoy, Roberto sueña con romper todas las marcas en las disciplinas que domina y dice, sin visos de incertidumbre, que lo logrará. Ya solo está buscando en su vitrina el espacio que ocuparán sus próximas medallas de oro.
Para eso, Beto ocupa buena parte de su tiempo yendo al gimnasio; ejercita sus brazos, estira las piernas y trabaja su espada, debe estar en forma rumbo a su próxima competencia.
Sus triunfos, dice, los comparte con su entrenadora Laura, quien desde el primer momento lo enseñó a ser un joven independiente. Por ella es que aprendió a abrocharse las agujetas de los tenis, a bañarse solo y a realizar otras actividades de la vida cotidiana.
Beto alterna su gusto por el deporte con su vida escolar; es estudiante de una secundaria regular, donde pasa las mañanas con sus compañeros, alumnos regulares, haciendo sumas, restas, coloreando.
Su discapacidad, advierte, no le impedirá, como no lo ha hecho en el deporte, inscribirse en la prepa abierta y hacer una carrera universitaria.
Beto quiere ser chef, locutor de radio; pero, sobre todo, quiere ser baterista. Comenzó desde que era un bebé, cuando su abuela Gloria le dio una cuchara y un bote de café y él empezó a tocar, como si fueran percusiones.
Ahora mismo asiste a una escuela de música y dice que otro de sus sueños es llegar a formar un grupo de pop. Beto es un fanático empedernido de la música pop en español de los ochenta y noventa. “Me gusta mucho”, señala. Heredó ambas pasiones de su padre, quien también fue deportista y toca guitarra y otros instrumentos.
Por lo pronto, y para admiración de la feligresía, todos los domingos ejecuta magistralmente el cajón peruano en el coro de la iglesia del Dulce Corazón de María, de la colonia Bonanza. Y en sus horas libres, sale a caminar a las plazas acompañado de su perrita Kira.
Sin embargo, con todo y que es un joven versátil, Beto ha puesto su corazón en el deporte, su mejor terapia de vida. Dice que lo más difícil es la dieta tan estricta a la que debe someterse: nada de azúcar, mucha fruta, verdura, pescado y pollo. “Y yo soy carnívoro”, declara.
La última vez que fue a competencia en Ciudad de México, él y su amigo Ángel hicieron trampa y comieron a escondidas coca y papas.
Aunque, cuando llega de alguna justa o se gana una medalla de oro, como suele ocurrir, su abuelo Alfredo lo consciente y le cocina una carne asada, una discada.
Sin duda, el mayor premio o retribución que le ha dejado el deporte, además de sus medallas, ha sido pasear, viajar por el país y el mundo: Argentina, Colombia, Aguascalientes, Morelia, Vallarta y casi todas las capitales y municipios de México. Beto es un chico cosmopolita.
Dice que una de las motivaciones más grandes, que le ha permitido muchas veces alcanzar la meta, sus récords, es el recuerdo de su abuelo Roberto, a quien perdió hace tres años y a quien dedica todos sus éxitos. Relata que siempre, al principio de sus competiciones, su abuelo lo impulsa desde el cielo.
“Es como si mi abuelito estuviera atrás de mí y me empujara, es como un viento y yo corro. Él está apoyándome, es un empuje para mí en toda la semana, me cuida mucho”.
Entre los recuerdos más bonitos que Beto guarda está el de su fiesta de XV años: paseando en limusina con todos sus amigos y bailando el vals con su madre, las mañanitas, el pastel, las cámaras tomándole fotos en el salón repleto de familiares y conocidos. “Lloré mucho de emoción, me gustó mucho la misa, me sentí feliz”.
Beto es el orgullo de su familia, de sus maestros y de sus amigos Bianca y Ángel, dos chicos con discapacidad intelectual a los que ha inspirado a seguir adelante en el deporte y ganar.
“Me quieren mucho a mí y yo a ellos”, afirma.
No obstante, la carrera aún no ha terminado y se ha propuesto llegar a la meta primero que todos, en cada competición en la que tome parte, siempre...
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