Fundadora del Tec de Monterrey Campus Saltillo y la primera directora de preparatoria, Rosario Villa dio clases por 42 años y permanece en la memoria de sus exalumnos gracias a su corazón bondadoso y a la firmeza de su educación.
- 15 diciembre 2024
La vida transcurre, escapa por entre los dedos como el agua fría del deshielo o la brisa tibia de principios de abril; en un ritmo perpetuo y, en apariencia, ineluctable. Sin embargo, existe una manera: a través de una cápsula con bancas, mesas, pizarrones, encabezadas por seres cuyo presente nunca termina.
Han pasado 50 años desde que María del Rosario Villa Cerda, la “teacher Chayo”, llegó al “Pasillo rojo”, junto a esas primeras generaciones de jóvenes que hicieron suyo el Campus Saltillo del Tecnológico de Monterrey.
Un año se transforma en cinco, en 10, en 15; pero no se siente. “Dediqué mi vida a la enseñanza porque el entusiasmo, la alegría, la energía del adolescente te contagia, y no te das cuenta que el tiempo pasa, pues vives a su ritmo”, explica Rosario Villa, ahora de 74 años.
Los números no abarcan la experiencia. Sus 32 años como directora de preparatoria -la primera en la historia del campus- son un dato frío; la calidez está detrás de sus ojos, en la evocación de la memoria y las reminiscencias: las camionetas llenas de tanques de agua y cubetas para mojar a los compañeros en el fin de curso, los encuentros en los pasillos, las protestas por los exámenes, los castigos, una generación con alumnos tan proactivos y brillantes.
Cada uno de esos días viven en sus exalumnos, quienes, ahora en el servicio público y con cargos importantes, utilizan las habilidades que desarrollaron en su preparatoria. Superaron los obstáculos, tuvieron confianza en sí mismos. Allí están las satisfacciones.
“No se van a acordar del verbo, el infinitivo, el participio, el gerundio, no; se van a acordar de ti como persona: qué les dejaste, qué les enseñaste que les sirvió para toda la vida”, afirma.
Impartir clases, son dos palabras que concentran un gusto que comenzó en la secundaria y que transmutó en oportunidad tras terminar la preparatoria. Rosario la encontró en el Tecnológico de Monterrey Campus Monterrey, donde estudió la Licenciatura en Letras Españolas, que tenía enfoque en la docencia. Esa es otra palabra, una sola, rebosante de precisiones y horizontes ampliados.
Después, un comentario de un maestro: habrá un nuevo campus en Saltillo. Rosario fue a las oficinas con su currículum; se quedaría por 42 años, hasta su jubilación.
Los libros le acompañaron en cada uno de ellos, en la literatura mexicana, clásica o universal, para instruir en comunicación oral o en el taller de lectura y redacción o en metodología de la lectura. Pero la enseñanza no viene de las páginas y la tinta, sino del corazón.
¿Dónde están las fronteras del corazón? No en las paredes de un aula, ni en el pecho de un maestro, ni en las manecillas de un reloj, ni en el repiquetear del timbre a la hora de salida; abarca hasta el último de los alumnos, les acompaña en los rincones más luminosos y oscuros, en las dudas académicas y los conflictos emocionales.
Así, se teje una red de apoyo, donde los docentes escuchan, asesoran, canalizan con expertos; porque el desarrollo de los jóvenes no es solo académico, sino que abarca todas sus necesidades. Rosario, desde su posición administrativa y frente al aula, la impulsó.
“Siempre les comentaba a los maestros que se dedicaran, en alguna de sus clases, a motivar a sus alumnos para que siempre siguieran adelante, que superaran los obstáculos y nunca dejaran de soñar”, recuerda.
La docencia es una profesión circular: uno influye en el otro, en la butaca en el salón o en la silla de al lado en la sala de juntas. Es un ciclo que se extiende más allá y se alimenta a sí mismo.
Rosario recuerda a una de sus maestras: Etelvina Torres, que impartía didáctica en la carrera; la dulzura de su voz, su tranquilidad y paciencia, sus consejos y correcciones firmes, pero amables.
“Lo que admiro de otros maestros es su profesionalismo, su actitud siempre positiva frente a los alumnos, su capacidad creativa e innovadora para transmitir sus conocimientos”, señala.
“El siempre estar disponibles y dispuestos a aprender diferentes herramientas para mejorar la transmisión del conocimiento, el contribuir a rediseñar los cursos para que todos los alumnos en sus materias terminaran cada curso con el mismo conocimiento, aunque fuera impartido por diferentes maestros. Eso fue, y ha sido, un gran aprendizaje para mí”.
Todos son elementos clave en la formación de los estudiantes y en la construcción del futuro que anhela ver, con personas creativas, innovadoras, que no les dé temor inventar y tengan deseo de emprender, con la paciencia para ver rendir los frutos; en sí, de lograr algo, de hacer más grande su país.
“Eso es lo que yo deseo: que se den esa oportunidad, que tengan esa mente creativa y ese poder de libertad, de no tener miedo a enfrentar alguna situación y saber esperar a que despegue eso que ellos emprendieron”.
Pero el mundo no cambia con esfuerzos aislados. Las instituciones privadas no deben ser las únicas con oportunidades, tecnología, intercambios culturales, actividades deportivas de alto nivel. Rosario sueña con escuelas públicas que brinden esto mismo a toda la sociedad; una equidad real que dé a esos jóvenes acceso a mejores puestos de trabajo o a crear sus propias empresas.
¿Y dónde se encuentra la semilla de ese sueño? La llevó consigo en cada clase, al desarrollar las habilidades, profundizar en los conocimientos, pero también al mantener la disciplina y aplicar el reglamento. Porque una travesura, una deshonestidad, puede convertir a un alumno en un profesionista corrupto.
Así la recuerdan sus exalumnos: exigente y rígida en el salón, llena de bondad y genuina preocupación por ellos en los pasillos, inspiradora, cuyos consejos acompaña siempre con el ejemplo; no solo se dicen, se practican.
Para Rosario, esta memoria la encarnan los tres reconocimientos que ha recibido, en los aniversarios 70, 75 y 80 del Tec de Monterrey, como “maestra que ha dejado huella”. Los egresados la mencionan una y otra vez en las encuestas, porque el presente es eterno para quienes encuentran su lugar en el aula.