Uno no puede decir que entiende la pasión por la docencia sin conocer su historia. Tampoco la pasión por la vida. Dora Alicia y Everardo son testimonio de que la vocación va por delante de los títulos y que nunca se deja de aprender
- 15 diciembre 2024
Son los verdaderos maestros de maestros. Un título que no se pide, que se gana, que se forja.
Porque, aunque Everardo Martínez Pineda y Dora Alicia Valero Gómez están jubilados, su vida gira en torno al amor, la generosidad y la enseñanza.
Él lleva 67 años dando clases. Ella duró 53 años frente a grupo. Y entre los dos, que se miran y se complementan, enarbolan esta frase: “La educación salva: de la ignorancia, de la pobreza, de la conformidad”.
Por supuesto que una frase como esa no puede lanzarse a la ligera. Para entenderla hace falta conocerlos mejor.
Conocer, por ejemplo, que ambos vienen de familias de escasos recursos. Que él perdió a su madre cuando solo tenía dos años. Que a esa misma edad, los padres de ella se separaron (aunque nunca se divorciaron formalmente). Que en sus tiempos mozos, en las pequeñas comunidades, si el mejor alumno de sexto de primaria no tenía maestro al terminar la primaria, entonces se convertía en un nuevo docente. O que hoy su casa está llena de manzanas. Reales. De plástico. De vidrio. En pintura. De todos tamaños. Amarillas. Verdes. Rojas. Porque aunque hoy ya no se vea con esa frecuencia, dice Don Everardo, eran antes el regalo que se le hacía al maestro.
Él comenzó dando clases en 1957, en el Colegio México. “Estaba casi recién fundado”. La institución abrió sus puertas en 1949. Sirvió como maestro de primaria, secundaria y preparatoria, y después fue secretario y director.
“No teníamos títulos, pero teníamos vocación”, dice. Una vez, un profesor con título entró a su salón y lo señaló con burla: “Adiós, profesor sin título”. La respuesta de sus alumnos fue inmediata: “Adiós, título sin profesor”. Fue ahí, entre el amor de sus estudiantes y el compromiso con su labor, donde decidió titularse.
Dora Alicia, por su parte, comenzó en el 59, con 15 años cumplidos. Empezó en una escuela rural del ejido Gómez Farías. “Caminaba seis kilómetros diarios porque no había transporte, ni agua, ni servicios. Pero a mí me sobraban ganas”, dice. Después dio clases en el Colegio América de las Catequistas Guadalupanas y posteriormente se trasladó a una primaria de Acuña.
La pareja se conoció por esos años, en un autobús urbano en el 60. Ella tenía 16. Él, 21. Se graduaron en el 63 en Coahuila: 360 maestros de todas las edades. Egresaron del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, en donde les enseñaron a ser autodidactas.“Fue un proyecto excelente de Jaime Torres Bodet, solo comparable con los logros de Vasconcelos”, recuerda Dora Alicia.
Para inscribirse en ese instituto, hacía falta comprobar que uno estaba trabajando: fuera en un ejido, en una escuela del estado o en un instituto particular. Si cumplían ese requisito, y en su caso era así, les daban un paquete de libros escritos por los mejores maestros de la Ciudad de México. De ahí en adelante tenían que aprender por su cuenta.
Los fines de semana se reunían en la cabecera municipal para intercambiar observaciones. Durante las vacaciones de Semana Santa, verano y Navidad, los maestros en formación viajaban a la Ciudad de México a un centro de capacitación federal y despejaban dudas.
“Los exámenes los traían desde la capital. Si no pasabas, tenías que presentar extraordinario. Nosotros nunca hicimos eso; era tanto lo que nos gustaba trabajar y la necesidad que teníamos, que le poníamos muchas ganas”, menciona Dora Alicia.
Se buscaban en los recesos entre los exámenes. Y surgió el romance, hasta que:
—Oye, ¿quieres ser mi novia?
—Sí, pero con una condición. Si tú te piensas casar pronto, yo no. Tengo un plan de vida y quiero cumplirlo antes de casarme.
—Está bien. Por ahora no tengo dinero para una casa, ni carro, ni nada. Así que me dará tiempo.
Duraron seis años de novios. Y la noche antes de casarse, a Everardo lo corrieron del Colegio México.
—¿Te quieres casar con un desempleado?
—No hay problema, yo estoy trabajando.
Dos trayectorias, mismo objetivo
A los pocos días, después de la luna de miel, el maestro Eliseo Loera Salazar tocó a su puerta para invitarlo a ser el primer inspector de escuelas post-primarias en el estado.
También fue maestro y director del Ateneo Fuente. “Yo no quería ese puesto. Los alumnos me inscribieron y me hicieron campaña. Y obtuve el 80% de los votos. ¿Lo puedes creer?”.Fue también maestro fundador de la secundaria Andrés S. Viesca.
Él fundó la Julieta Dávila en 1983 y, más tarde, la Lorenzo Milani, un internado para niñas de escasos recursos ubicado en la sierra de Arteaga. “Es un bachillerato donde también aprenden servicios de hospitalidad. Antes, con desprecio, se les llamaba ‘gatas’. Hoy son jóvenes profesionistas que salen preparadas para la vida”.
Don Everardo habla de Lorenzo Milani como si fuera un viejo amigo. “Fue un educador italiano, hijo de una familia multimillonaria que decidió irse a trabajar como maestro rural. Enseñó que un buen maestro nunca reprueba: siempre encuentra la forma de motivar a sus alumnos”.
La historia de la señora Dora Alicia, en cambio, ha sido una vida de primeras veces: primera directora en el ejido Gómez Farías, primera mujer en postularse para dirigir el Ateneo Fuente, fundadora de la escuela Carmen Serdán en el centro de Saltillo.
“En el ejido no había agua ni servicios. Tomaba el autobús y me bajaba en el kilómetro 60 rumbo a Zacatecas. Desde ahí, caminaba seis kilómetros para llegar a mi comunidad. Éramos tres maestros”, recuerda la profesora.
La fundación de la escuela Carmen Serdán, en la esquina de General Cepeda y Juan Aldama, se dio a finales de los 60. Ahí trabajó con 34 niños tartamudos cuando la educación especial apenas existía. “No había preparación formal, pero sí intuición. Terminé ese ciclo con 32 niños aprobados. No había imposibles si se trabajaba con amor y firmeza”.
La educación los mantuvo unidos. “Nunca nos interesó el dinero. Lo nuestro ha sido el servicio”, dice su esposo.
¿De qué se trata enseñar?
A todo esto, con semejantes figuras enfrente, cabe preguntar: ¿de qué se trata esto de la enseñanza? “De saber ver. Hay que enseñar vida, no solo conocimientos”, menciona Dora Alicia.
Pone como ejemplo que a los adolescentes les repetía: “usen la neurona, no la hormona”. Hablaba de sexualidad, claro. Y es que recuerda una generación donde 30 muchachas estaban embarazadas al graduarse. “Un maestro no puede hacerse de la vista gorda. Hay que estar presentes, con claridad y sin prejuicios”.
A este matrimonio que se trata con gentileza, que se dedica palabras de amor, que se mira como si fueran, respectivamente, lo más importante uno para el otro, la docencia les ha dado todo.
Hoy, Dora Alicia y Everardo Martínez son abuelos, son referentes, son maestros incluso para los maestros. Han recorrido el mundo, han formado generaciones. “Nuestros mejores alumnos son nuestros hijos”, dicen con orgullo. Pepe, abogado y secretario del Ayuntamiento de Parras. Mara, psicóloga, próxima a doctorarse. Dora Alicia, especialista en derecho electoral.
—Cuando Mara tenía 10 meses, Everardo fue becado para hacer una especialidad en Administración Educativa en Alcalá de Henares, España. La beca solo era para él; yo y los hijos nos quedamos. Estaba convencida de que si a él le iba bien, a nosotros como familia también —cuenta su esposa.
—Ellos, nuestros queridos hijos, vieron nuestro esfuerzo y compartieron nuestras luchas —responde él.
Reconocimientos, viajes, satisfacciones. La educación, dicen, les ha permitido viajar por Estados Unidos, India, Turquía, Europa, Grecia, Sudamérica, Egipto y casi todo México.Pero lo que los enorgullece más son los encuentros. Porque donde quiera que vayan, siempre hay un exalumno que los abraza, que los recuerda, que les agradece. “Una vez, en Ecuador, un joven nos escuchó decir Saltillo y nos gritó: ‘¡Profesor Everardo!’ Era nuestro exalumno Rodolfo Quilantán Arenas, cónsul en Guayaquil”.
Cuando festejaron sus bodas de oro, un exalumno que ahora es sacerdote les celebró la misa.
Don Everardo tiene también una edición del Quijote de la Mancha dedicada para Julián Herbert. No se lo ha dado todavía, pero ya se lo prometió. “Él fue mi alumno. Lo queremos mucho. A él y a toda su familia. Pero este libro, ya le dije, se lo voy a dar hasta que le den el Nobel”.
Hay más anécdotas que no caben aquí a detalles, tantos nombres. Como aquella ocasión que Sancha, una cabra, terminó en la cárcel por comerse las azucenas y gladiolas destinadas a un homenaje cívico que estaba preparado don Everardo. La fianza fue de 10 pesos, por cierto. Pero los detalles vendrán en otra ocasión.
A los 86 y 80 años, respectivamente, todavía tienen mucho que decir. Mucho que enseñar. Don Everardo sigue siendo representante legal de la Milani. Dora Alicia preside la Asociación de Jubilados. Siguen leyendo, escribiendo, ayudando.
—El mayor aprendizaje que hemos tenido como maestros es que en la docencia siempre se está aprendiendo, todos los días, con cada alumno. Nunca dejamos de aprender de ellos, tanto como ellos de nosotros.
Son palabras de don Everardo.
Cuando se les pregunta qué les queda después de tantos años:
—La satisfacción de haber sido maestros —complementa Dora Alicia.
Y uno lo cree sin duda. Porque una palabra basta, una charla es suficiente para sentir el cobijo de este matrimonio bajo su amabilidad y hospitalidad.
Son los verdaderos maestros de maestros. Enhorabuena. Nadie puede estar en contra de algo tan evidente.