Carlos Recio Dávila, un maestro cuya trayectoria ha dejado huella en la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), ha dedicado más de cuatro décadas a la docencia. Con una formación en Ciencias de la Información y doctorado en Lyon II-Lumière, Francia, su enfoque humanista y regional en historia y comunicación ha enriquecido su labor como maestro investigador universitario
- 15 diciembre 2024
Carlos comienza su carrera docente en circunstancias inesperadas. Su tío, Sergio Recio Flores, había fundado el Instituto Internacional de Cultura, que atraía a estudiantes de Estados Unidos interesados en aprender español. Cuando su tío fallece, su padre asume la dirección y pide a Carlos, quien tenía apenas 18 años, que imparta algunas clases sobre arqueología, artesanías y folclore.
“Dar clases a estudiantes norteamericanos, aunque sólo fue durante un verano y un invierno, fue una experiencia intercultural interesante. Ellos hablaban poco español, y yo poco inglés, lo que enriqueció el intercambio”.
Esta experiencia deja una huella en su vida: “Recuerdo a un alumno que, al final del periodo de clases, me regaló un peso mexicano muy preciado para él. Me dijo: ‘Has sido un maestro que me ha marcado y he disfrutado tus clases’. Fue un gesto conmovedor”.
Más adelante, en 1984, regresa a Saltillo tras haber trabajado en Monterrey. En esa época, recuerda que Andrés del Bosque, Gustavo Badillo y él eran los únicos tres que producían audiovisuales en la ciudad y que, gracias a ellos, él comienza a dar clases en la Facultad de Educación y en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, donde imparte “Técnicas Audiovisuales”.
Durante sus primeros años de enseñanza, Carlos no se consideraba un profesor de tiempo completo: “Al principio, no veía la docencia como una carrera, sino como una actividad adicional. La paga no me preocupaba, ya que, en ocasiones, gastaba más en transporte”.
Su objetivo era compartir lo aprendido en Monterrey. Sin embargo, con el tiempo, la cátedra se convierte en una pasión genuina, y señala: “De pronto, la docencia comenzó a inspirarme, sin un momento exacto, como una frase que escuché de Alfredo García Vicente: ‘La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido’”.
Un momento crucial en su carrera ocurre en 1994, cuando asume la dirección de la Facultad de Comunicación de la UAdeC. “Ahí entendí la magnitud de la docencia y la importancia de llevar adelante una escuela”. En ese momento, Carlos comprende que la enseñanza le permitía ser “un eterno estudiante”, en palabras de Gregorio Marañón. Cada experiencia y cada aportación de sus alumnos contribuían a un “rompecabezas infinito de conocimiento, siempre en construcción”.
Carlos ha encontrado en enseñar, un espacio para compartir más que conocimientos. “Lo más importante que quiero transmitir a los alumnos es la esperanza en el futuro”. Él considera que un docente tiene el poder de infundir optimismo y mostrar que siempre hay espacio para construir un mejor mañana: “Vienen a mi mente momentos trágicos de la historia, como el Holocausto, donde muchos sobrevivieron con la esperanza de un futuro mejor. Esa capacidad de creer en el mañana es lo que hace valiosa a la docencia”.
Los estudiantes han sido una fuente de inspiración para Carlos, ya que le han enseñado a mantenerse joven de espíritu. “Lo que más he aprendido de mis alumnos es el entusiasmo: esa fuerza, tanto visible como invisible, por aprender. Lo que realmente aprendo de ellos es a no envejecer en el fondo”. El frenesí y sentido del humor de sus alumnos han sido lecciones que le recuerdan la importancia de la curiosidad y el deseo de seguir aprendiendo.
Carlos reconoce la labor de sus colegas y expresa una gran admiración hacia aquellos que, como él, han encontrado en las aulas un sentido de vida: “Lo que más admiro de otros maestros es su empatía con el mundo; valoro en ellos la esperanza de que el mundo puede mejorar, y el esfuerzo por lograrlo”. Los docentes que lo han inspirado comparten una visión de optimismo y de constante aprendizaje, incluso ante experiencias difíciles.
Para Recio Dávila, el mayor patrimonio es el conocimiento. “Aunque cualquiera podría haberse dedicado a hacer dinero, cuando el objetivo es la riqueza intelectual y cognitiva, esta pasa a ser lo más valioso, aunque suene algo pretencioso”. Con esa idea en mente, Carlos ha dedicado su vida a cultivar un “tesoro invisible que reside en el saber”, transmitiendo a sus estudiantes y colegas el valor de la sapiencia.
Al hablar sobre sus deseos para el futuro de la educación, es optimista: “Mi sueño para el futuro de la educación es simple: el futuro puede ser más próspero y venturoso”. Aunque reconoce que este es un objetivo utópico, considera que es esencial esforzarse para alcanzar un mundo mejor: “Lo maravilloso de ser maestro es dejar una huella en los alumnos, enseñarles que un mundo mejor es posible y que la clave para lograrlo está en los saberes”.
A lo largo de su carrera, ha sido un defensor de la enseñanza humanista, convencido de que la docencia puede ser un medio para fortalecer el sentido humano de los estudiantes. Durante décadas, se ha destacado por organizar actividades que promueven la empatía, el respeto y el compañerismo entre sus alumnos. “Un maestro puede influir en sus estudiantes, pero siempre hay una historia personal, un pasado y un contexto que los define”, reflexiona.
El historiador saltillense considera que los maestros deben abrirse al mundo y ver el conocimiento en cada persona, y recuerda: “En un viaje de estudios a Real de Catorce aprendí mucho de un adivino que vendía fierro. Aunque algunos lo consideraban un charlatán, me dejó valiosas lecciones”. Esta experiencia le enseña “que el conocimiento puede encontrarse en los lugares y personas que en apariencia son más insignificantes, como diría Susan Sontag”, y que la apertura hacia los demás puede tener un impacto profundo en los estudiantes.
Carlos ha acumulado anécdotas que reafirman su vocación en la docencia: “Recuerdo a una estudiante que siempre llegaba tarde. Después de advertirle que con una falta más perdería el semestre, me contó una historia tan convincente que, por un momento, creí que era cierta. Sin embargo, resultó ser toda una invención, similar a la famosa escena de la película Los 400 golpes, en la que el niño protagonista, Antoine Doinel, le dice al maestro que había llegado tarde porque su madre había muerto, pero nunca había sido así”.
Otra historia significativa ocurre cuando fue invitado a Corea, donde descubre el impacto de la barrera idiomática de una manera inesperada. Durante una conferencia en francés que se traducía al coreano, su traductora añadió comentarios adicionales a sus palabras, haciendo la charla más amena y divertida para el público, que no paraba de reír. “Al final, me explicó que tuvo que hacerlo, ya que yo era muy formal. Esto me enseñó que, a veces, un toque de humor puede hacer más efectivo el mensaje que se enseña”.
Por último, evoca una anécdota con Sandy, una alumna de su asignatura de Fundamentos Socio-Antropológicos. Al llegar temprano para la clase, Sandy se preocupó de que el resto de los estudiantes se hubiera puesto de acuerdo para faltar, ya que ella era la única en el salón. Después de unos minutos, Carlos recordó que la clase sería en el Mercado Juárez para realizar un trabajo de campo. “Desde entonces, Sandy bromea diciendo que, a partir de ese momento, entendió que tanto ella como yo somos igual de distraídos”.
Para Carlos Recio Dávila, la docencia ha sido mucho más que una profesión: es un modo de vida que le ha permitido aprender, compartir y soñar con un futuro mejor. Sus palabras reflejan el compromiso y la pasión de un maestro que, a lo largo de su carrera docente de más de 40 años, ha logrado no sólo transmitir conocimientos, sino también inspirar en sus alumnos la esperanza y el amor por el saber.