Don Emilio y Don Joaquín eran como los arboles de ramas frondosas y abundantes frutos, cuya sombra y cobijo, alberga a quien lo necesite. Los dos nacieron en el corazón de Saltillo y aprendieron a arrullarse con el canto de las aves en la plaza de armas y las campanas de la catedral.
Los dos, como los arboles, aprendieron a echar raíces en la tierra y dejaron una imborrable huella en la comunidad de su amado Saltillo.
Su legado de esfuerzo, labor humanista y filantropía les valió el respeto y el afecto de todos quienes los conocimos.