Manuel Acuña, con su espíritu de artista del romanticismo, sintió fascinación por las sombras y por la palabra. Siguió el camino de la ciencia para vislumbrar, si acaso, alguna chispa de respuesta a la existencia y sus misterios.
Como Víctor Hugo, se preguntó a dónde van los hombres sobre la tierra. El hombre, escribió, que sin alas y sin luz se lanza por el supremo espacio de la idea. La muerte, quizá, sería la liberación. Pues no se puede contra el destino.