Anabel Fuentes ha dedicado más de dos décadas de su carrera como artista a compartir sus conocimientos en escultura, una disciplina que no es tan popular como el dibujo o la pintura al iniciarse en el arte, pero que otorga herramientas cruciales
- 15 diciembre 2024
La educación artística suele ser subestimada y estar llena de prejuicios, pero quien la entiende puede cambiar la vida de generaciones enteras desde el aula. No se trata de crear artistas, sino de usar el arte para enriquecer la formación de las personas y eso es algo que la maestra Anabel Fuentes tiene muy en claro cada vez que entra al taller.
Durante más de dos décadas al frente del aula, trabajando principalmente con adolescentes, la también artista ha guiado la mano de incontables jóvenes en la escultura, una disciplina que, frente a opciones más populares como el dibujo o la pintura, tiene poca presencia en la población, pero permite explorar la creatividad y expresar las emociones e ideas a través de un lenguaje único.
A lo largo de este tiempo, ha tenido la oportunidad de compartir el arte con niños y jóvenes del Colegio Americano -donde inició dando clases en primaria-, la Universidad Americana del Noreste, la ahora Facultad de Artes Plásticas “Prof. Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila, el Instituto de Ciencias y Humanidades de la misma casa de estudios y la Universidad La Salle, donde actualmente labora. En todas y cada una de estas instituciones siempre estuvo presente una enseñanza clave que va más allá del arte.
“Hay que tener amor por lo que uno hace. Es lo principal para sentirte bien en lo que estás haciendo, y en un futuro, cuando trabajen, que sea en algo que les agrade, que realmente les apasione. El transmitir conocimiento, datos, ya no es lo más importante, lo más importante es que los chicos encuentren esa chispa, esa pasión por curiosear dentro del conocimiento y por tener amor por lo que hacen”, expresa.
Esta es una lección que aprendió de uno de sus más grandes maestros, el escultor italiano Mario Pachioli. En él, reconoció el esfuerzo, la constancia y la responsabilidad que solo de la mano de la pasión pueden dar como resultado una labor digna, amorosa y satisfactoria para quien la ejerce. “Tú tienes que trabajar para que puedas lograr las cosas. Eso lo aprendí de Mario y me dejó una huella muy bonita en esta disciplina”, asegura.
Pero como el aprendizaje nunca termina y este puede llegar de cualquier fuente, en sus alumnos también ha encontrado la inspiración ideal, no solo para mejorar como maestra y enriquecer su práctica docente, sino para ampliar su visión como artista y llevar del aula al taller nuevas ideas para plasmar en la arcilla, su material predilecto.
“Todo el tiempo estás aprendiendo de los alumnos. Te hacen que investigues, que empieces a cambiar estrategias, las formas de pensar. Te contagian con su entusiasmo, con su nueva forma de vida y tú tienes que ir a la par con ellos”, comparte, “y en mi práctica artística también, porque me transmiten sus emociones a través de su trabajo; expresan lo que sienten, lo que piensan y eso te ayuda para inspirarte en lo que haces. Dar clases te da una inyección de juventud”.
Y al hablar de lo que el arte ha entregado a sus pupilos, Fuentes recuerda con cariño un proyecto de investigación que realizó recientemente para su maestría, tesis que aún no se publica, pero que le permitió trabajar con jóvenes de bajos recursos y problemas de violencia intrafamiliar.
“Es muy interesante trabajar con ellos, porque están en formación de su carácter, pero tienen mucha necesidad de expresar, traen la pasión a mil y esas ganas de vivir, de hacer, de crecer; es muy contagioso”, señala sobre una experiencia que, a su vez, se une a la naturaleza misma de la enseñanza de la escultura y que la hace singular frente a otras artes: el contacto directo con la materia.
Porque a diferencia del dibujo, ejemplifica, donde hay una herramienta de por medio, aquí la conexión “entre el material y el corazón” es más directa. Que si bien reconoce como una oportunidad de difícil acceso, pues a veces hace falta la infraestructura para impartir la clase de forma adecuada, los resultados siempre son gratos.
Por eso cuando piensa hacia el futuro reitera su deseo de que la educación artística tenga un alcance y presencia significativos, pues “el arte es transformador”, y tomar consciencia del papel fundamental de esta materia puede cambiar el destino de toda una generación.
“En las clases de educación artística, a los niños no se les imparten disciplinas artísticas para que sean artistas. Se les imparten para sensibilizar, para que ellos cambien su percepción del mundo, aparte del desarrollo físico y mental que puedan tener gracias al arte. Pero cambiar el chip o mover un engrane pequeño, creo que con eso es suficiente para que ellos puedan cambiar su forma de pensar y vean el mundo de otra manera. La sensibilización creo que es lo principal”, asegura.
A la par, considera necesario que se deje atrás el prejuicio de que es una asignatura de relleno, que no sirve para nada; por el contrario, se debe formar mejor a sus docentes especializados y hasta proponer relaciones inter y transdisciplinarias dentro de la currícula.
“La vida a veces nos pone caminos que no entendemos y que de repente empezamos a amar, como es en mi caso la docencia. No esperaba en mi juventud terminar dando clases, terminé dando clases y lo amo hoy en día”, concluye.