La literatura como una forma de redescubrir el mundo

En su salón de clases, Anabel Dávila busca transmitir su amor por la literatura y estimular con sus historias el pensamiento crítico de los jóvenes, con el propósito de crear un mundo donde se valore más el desarrollo humano

  • 15 diciembre 2024

Al principio de la humanidad, hubo historias; antes de en las paredes o en las tablillas, vivieron en el cuerpo y la voz. El compartir, el recordar, el aprehender, el transformar. Sobre sus bases, se desarrolló el futuro y la civilización. Cada día, un niño sostiene un libro en sus manos y la ventana del mundo se abre: sus pequeños ojos se asoman a la vastedad.

Cuando tenía seis años, fue el turno de Anabel Dávila Rodríguez. Descubrió cuentos y novelas, las vio como una distracción. Los mecanismos y herramientas del lenguaje, ¡uf!, qué aburridos eran. Hasta que un maestro de literatura de Aguascalientes, donde estudió la preparatoria, le enseñó a amar la literatura. Al Quijote que recorre La Mancha, de Cervantes; a los 20 poemas, y luego más, de Neruda.

¿Sabría el Lic. Carlos González Rueda el impacto que, décadas después, alcanzaría a 27 generaciones de jóvenes en Saltillo? Seguramente sí, porque la educación trasciende.

Una vez a la semana, la voz de Anabel, ahora de 68 años, deja de ser suya; toma las palabras de un autor y las regresa a la vida. La tradición oral irrumpe en la posmodernidad tecnológica y los jóvenes levantan la cabeza, abren sus oídos y sus mentes beben, sedientas, la narración que se derrama por entre las butacas durante una hora.

Espera avivar en ellos el amor por la cultura, fuego transformador que enciende el pensamiento crítico y, con él, las posibilidades de decisión; porque las reflexiones y experiencias de otros -ficticias o no- amplían los horizontes de la mente. Una vez afilado el juicio, sigue el lápiz: la ortografía, la gramática y la redacción son herramientas para mostrarse ante el mundo y, al mejorarlas, el alumno se vuelve comprensible para los otros.

$!Anabel es fanática de diversos autores y temáticas variadas.

La evolución es palpable en los reencuentros: se ve en la alegría de los adultos que ahora le llaman por su nombre, Anabel, mientras recuerdan la fuga del Conde de Montecristo, cuyos escenarios después pudieron conocer, o piensan con anhelo en ese primer libro, que los llevó a todos los demás.

“Ya lo lograron, ya salieron de una carrera, ya están encaminados. Son buenas personas, son gente de trabajo, de lucha, y yo estuve, en cierta manera, ahí”, expresa Anabel con satisfacción.

“Un papelito, un trofeo, eso no me interesa. A mí me gusta más cuando los muchachos te lo agradecen, cuando te abrazan y te dan las gracias en las graduaciones”.

¿El destino es un pensamiento, un camino trazado antes de existir o aquello que recorre las venas y las arterias? Anabel, la niña que sentaba a sus muñecas y a sus primos por igual para enseñarles a leer el reloj o para contarles una historia, sentía su vocación en cada palpitar del corazón, en lo profundo de su sangre.

Consideró la filosofía, por el amor que nació en las clases del Lic. Efrén González Cuéllar, director de su preparatoria; pensó en la psicología, pero su enfoque en la mente y el espíritu le hubiera limitado. No, la respuesta era la Licenciatura en Pedagogía, especializarse en didáctica; entre 1974 y 1978, se preparó en las aulas de la UNAM y al lado de sus primeros alumnos: niños de kínder y luego de primaria.

En el camino, no existen los rodeos; cada estación es un pasaje necesario aunque, en apariencia, la alejaran de la docencia. Pero, ¿qué es la crianza sino la experiencia clave en la formación del ser humano? Sus libros la acompañaron desde el primer embarazo y parto; sus cuatro hijos le enseñaron más aún sobre el desarrollo infantil y adolescente, y enriquecieron su regreso.

Las ruedas giraron hacia la UANE, donde descubrió la curiosidad, la alegría y el agradecimiento de los adultos que aprendían en las noches, después hacia el Colegio Americano y el Liceo Alberto del Canto, hasta detenerse en el Liceo Freinet.

Nadie termina de escapar de las sombras, el conocimiento siempre ilumina nuevas zonas inexploradas a quien tenga la humildad de escuchar y aprender.

La pregunta de un joven a veces deja sin palabras. No existe una maestra perfecta y que lo sepa todo. “Eso me han enseñado mis alumnos: que tienes que ser humilde, tienes que estudiar más, tienes que entenderlos a ellos. También me involucro mucho en la edad en que están: qué les interesa más, qué les pasa”, señala.

$!En casa, Anabel tiene su propia biblioteca, un recinto especial.

El esfuerzo de un compañero sacude su visión de la educación. La directora, Ana Espinosa, y la coordinadora de preparatoria, María de Lourdes Palacios Dávila, están en el campo de batalla: a la par de su labor administrativa, de planeación, evaluaciones y organización, se preocupan por los alumnos, hablan con los padres, están constantemente atentas a la realidad de los muchachos.

“Las ves cómo trabajan, cómo se esfuerzan, cómo están con los exámenes, calificando, tratando de mejorar, planteando y cambiando planeaciones, adecuándolas a las necesidades particulares de los niños. Todo eso yo lo admiro muchísimo y lo he tomado también, es algo que me han enseñado”, explica.

El futuro se construye con pequeños trazos, pinceladas de color en un mundo gris que valora más las cosas materiales antes que al ser humano. Anabel sueña con invertir ese orden, con ciudadanos del mundo empáticos y caritativos; donde las guerras no ocurran ni en campañas militares, ni en comentarios anónimos por Internet. Paz, armonía, tranquilidad y conocimiento, esos cuatro pilares sostendrán las vidas felices de los niños.

Y ojalá, así como ella recuerda a Lic. Carlos González, sus alumnos abran los ojos gracias a sus clases y amen aquello que Anabel les compartió.

Anabel Dávila
Anabel Dávila

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