La historia de la investigadora Norma Ruiz es un ejemplo de que la vocación te persigue aunque estés en el extranjero, y una vez que te alcanza, no te suelta
- 15 diciembre 2024
Enseñar, cree la doctora Norma Angélica Ruiz Torres, es como apostar por una semilla. “Lo das todo y esperas que las condiciones sean las mejores. No vas a ver el fruto de inmediato. El conocimiento y el estudiante, como un pino, tardan años en crecer”.
Cómo no va a hacer esa analogía si su vida entera ha estado atravesada por la docencia y la naturaleza. Su madre, Angélica Torres Serrano, era maestra. Una mujer de disciplina férrea, casi militar, que revisaba tareas, uniformes y ordenaba la casa con precisión matemática. A la par, la llenaba de plantas. Crecer entre hojas verdes y lápices perfectamente afilados no fue coincidencia para Norma, sino destino.
Egresó del Ateneo en 1979 y, en 1983, de la Universidad Agraria Autónoma Antonio Narro como ingeniera agrónoma fitotecnista. Después partió a Texcoco, al Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), donde trabajó en ensayos de variedades de maíz. Más tarde cruzó la frontera para estudiar en Oklahoma State University, donde realizó su maestría y doctorado, y completó un postdoctorado en la Universidad de Nebraska, en Lincoln.
Aunque en ese momento parecía lógico quedarse en Estados Unidos para un mejor futuro, la vida tenía otros planes. En 1996, una plaza como profesora investigadora la trajo de vuelta a la Narro. Ella no buscaba ser maestra; su objetivo era continuar con su línea de investigación. Pero algo en las aulas la atrapó: convivir con los jóvenes, compartir conocimiento, quizá la herencia docente de su madre.
”Mi misión en la universidad es formar estudiantes, formar profesionistas. Aquí, con la familia buitre, me di cuenta de que mi misión es cambiar vidas”.
Ese hallazgo no fue inmediato. Durante ocho o diez años, la duda la atormentó: ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Debí quedarme en Estados Unidos? ¿Debería cambiar el rumbo?
Hoy, tras veintiocho años en la UAAAN, la doctora Ruiz Torres lidera el Departamento de Fitomejoramiento, el más grande de la institución. A su cargo están 35 profesores, administrativos, trabajadores de campo e investigadores. Supervisan programas de mejoramiento genético en frijol, cereales y maíz. Lideran investigaciones sobre tolerancia a la sequía, resistencia a plagas y adaptación a suelos salinos. La misión es clara: encontrar soluciones a los problemas que aquejan al campo mexicano.
El mejoramiento genético, explica, tiene un enfoque simple pero vital: “Lograr más rendimiento y resistencia en las plantas. Trabajamos con cultivos que sobreviven en zonas áridas porque el clima aquí en el norte no perdona”.
La pasión le brota en cada palabra. Durante la entrevista, al buscar un lugar para platicar, menciona con reverencia el maíz: “México es centro de origen del maíz. Tenemos una gran diversidad, parientes silvestres, una gama de colores y muchos usos. Se puede utilizar en la cocina, para alimentar ganado, y es una planta que se adapta a tantas regiones”.
La vida de Norma Ruiz Torres no se entiende sin sus estudiantes. Cada generación que ha pasado por sus clases lleva un pedazo de su voz y sus enseñanzas.
Entre las anécdotas que la marcaron como maestra, recuerda una estrategia simple pero efectiva con los exámenes de licenciatura:
“Como son muchos alumnos, los imprimo en hojas de diferentes colores. A veces solo hago dos tipos de examen, pero los imprimo en amarillo, verde, rosa y azul. Les entrego a cada quien un color diferente y trato de alternarlos para que no copien. Les digo: ‘No copien, todos los exámenes son diferentes’. Aunque a veces solo hay dos tipos, los alumnos piensan que son distintos y ni siquiera voltean a ver al compañero”.
Norma Ruiz no solo enseña teoría, también inculca valores. “Lo más gratificante es preparar a personas que vienen de comunidades muy pobres. Yo sé que al egresar tendrán un cambio, no solo para ellos, sino también para sus familias”. Les enseña disciplina, organización y esperanza. “No se den por vencidos”, les dice. “La calidad está en hacer las cosas bien. Lo que sea, pero bien”.
Su exigencia, asegura, viene de una idea muy clara: dar siempre más de lo esperado. “Siempre he sentido que hay que dar un poco más porque es una forma de cumplir con la responsabilidad que uno tiene. Trabajo para una institución muy reconocida y debo sacar adelante mi trabajo, aunque eso implique quedarme aquí una, dos o tres horas más de lo que me pagan”.
Hablar del papel del maestro en el país la lleva a la comparación entre generaciones: “Lo que he escuchado es que no hay como los maestros de antes, que eran bien estrictos y nos formaron bien. Los maestros jóvenes saben más de tecnología, pero también son más relajados y se preocupan más por ellos mismos que por dar ese plus”.
El tiempo nunca le alcanza. Entre sus planes futuros, sueña con jubilarse pronto, pero no con descansar. “Tengo una certificación internacional como asesora de cultivos y quiero dar asesorías en Estados Unidos y Canadá. Además, quiero tomar clases de pintura y viajar”.
A sus 63 años, Norma Angélica Ruiz Torres no piensa en detenerse. Quizá porque nunca lo ha hecho. “La educación nos da el poder de transformar. Como maestros, no solo enseñamos, rescatamos”.