A mitad de la carrera, en un arranque de adolescente irracional quise dejar la Normal. Mi mamá puso el grito en el cielo y me explicó los beneficios de ser maestra. Yo le dije que me parecían cosas muy sin chiste. Supe que la había lastimado porque en lugar de regañarme se fue de la habitación. Esas “cosas sin chiste” habían conseguido no sólo que yo tuviera acceso a techo, comida y lujos sino que eran el propósito de su vida. Mi mamá había dejado el alma en el salón de clases y yo, le rompí el corazón. Matamos lo que amamos