Con una trayectoria de 40 años como docente, dando clases de español y literatura, Lucía Lilia López Landeros actualmente imparte clases en la secundaria General No. 7 José Vasconcelos, así como en el Bachillerato de la UANE
- 15 diciembre 2024
Si algo tiene seguro Lucía Lilia López Landeros es que todo lo que tiene se lo debe a la educación. Así lo afirma con certeza. El 12 de octubre cumplió 61 años, de los cuales 40 han sido de trayectoria como maestra. Actualmente da clase en la secundaria General No. 7 José Vasconcelos, así como en el Bachillerato de la Universidad Autónoma del Noreste (UANE).
Era 1982 y, debido a su buen desempeño académico, acudieron a la Normal directores de escuelas privadas con el objetivo de invitar a esas excelentes estudiantes a comenzar la labor docente. Fue su turno.
“Empecé por primera vez a trabajar frente a grupo en la Julieta Dávila Rodríguez y en el Valle Arizpe”.
Lucía Lilia López Landeros es de Ciudad Juárez, Chihuahua, y desde niña supo que lo suyo era la educación, aunque es de una época en la que más bien los padres decidían lo que ibas a estudiar.
“Mamá quería que estudiara medicina y papá que estudiara derecho, pero yo quería ser maestra”. Entonces vino a Saltillo a la Escuela Normal.
Sus materias, la literatura y el español, no son nada monótonas. Le encanta despertar la curiosidad en sus estudiantes y, para eso, siempre le inyecta dinamismo.
“Soy muy lúdica. Mis alumnos siempre me preguntan: ‘¿Hoy a qué vamos a jugar?’”.
Cuenta, por ejemplo, que en una clase les enseñó 54 palabras en náhuatl, luego jugaron lotería con estas y se despidieron utilizándolas. Así pusieron en práctica lo aprendido a lo largo de ese día.
Su estrategia pedagógica es que los muchachos, como cariñosamente se refiere a los estudiantes, “no se aburran”. Por eso hace su planeación de tal manera que ella tampoco caiga en el tedio. Es un ganar-ganar. Luego hacen sopas de letras o crucigramas y, así, sin darse cuenta, practican ortografía y vocabulario de manera divertida.
En cuestión de lectura, no se impone. Toma en cuenta los gustos de sus alumnos. “Les pregunto siempre qué quieren leer”, relata. Y aunque a veces le dicen que no les gusta leer, ella les tiene a la mano libros clásicos en cómics. “Poco a poquito. Compré más de 100”.
Gracias a esta estrategia, sus estudiantes ya leyeron “Drácula”, “El retrato de Dorian Gray”, “Las mil y una noches”, entre otros.
En su salón no existen los reportes de lectura. Se trata de compartir, de que entre ellos se cuenten lo que comprendieron al leer y comparen con sus compañeros. Además, no deja tarea, pues comprende que, por diversas circunstancias, es complicado para los alumnos hacerla.
“En casa es difícil hacer la tarea porque son muchos miembros de familia (...) y no tienen un espacio para hacerla. Entonces, mejor que la hagan en el salón porque ahí me pueden preguntar de qué trató”.
Lucía Lilia recuerda a dos grandes maestros en su vida. A su madre, con quien leyó “Peter Pan”, su primer libro, y luego uno de ginecología. Menciona que su madre le pedía consultar en el diccionario las palabras que no entendía y aplicarlas.
Luego tuvo otro maestro, en secundaria: su profesor de español, Pepe Grajeda. Él les ponía ejercicios de descripción. “Aquí está una botella. ‘¿Quién me describe la botella?’ Y yo escribía, y escribía, y escribía”.
Gracias a aquellas prácticas, aprendió que para él todo era perfecto, que los alumnos no tenían errores. “Decía que los errores los tienen las personas que no leen, y de ahí aprendí que no hay errores, que solo hay que pulir y pulir. Tenemos en el salón grandes diamantes y solo los tenemos que pulir”.
Algo que distingue a sus grupos es que son inclusivos. Hay alumnos con TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), autismo e incluso esquizofrenia. Ella busca incorporarlos a la clase para que se sientan parte activa de esta a través de las actividades que realizan.
“Hay una niña con autismo que siempre estaba en el rincón y yo le dije: ‘La quiero aquí adelante’. Créame que ahora la niña cambió radicalmente. La niña que es jefa de grupo me comenta que nunca hablaba, y ahora habla. A todos nos sorprende. Lo que pasa es que ahora ella se siente parte dé y ya no está en el rincón”.
Para sus muchachos de bachillerato elige comenzar con cuentos de terror, “para enamorarlos”, como los de Horacio Quiroga. Les sugiere leer “La gallina degollada” y, cuando leen este, tienen que consultar el significado de “idiota” para comprender bien el contenido. Luego continúa con “El almohadón de plumas”, dos cuentos tenebrosos, pero ideales para abrir boca en la juventud. “Los deja perplejos y con ganas de limpiar su cama”.
Lucía Lilia López tiene claro que ser maestra es, ante todo, una profesión de servicio, en la que primero hay que pensar en el ser humano antes que en una plaza. “Si no tienes vocación, no seas maestro”.
Enseñar es apostarle al futuro. Ella sueña con un futuro de oportunidades para los jóvenes “donde desarrollen sus habilidades, que no esperen que todo les llegue del cielo, sino que busquen realizarse con lo que más anhelan, con la profesión con la que van a ser felices. Eso es lo más importante”.
La maestra cree que es fundamental inyectarles la adrenalina para que, en un futuro, disfruten lo que hacen, pues quien no disfruta lo que hace, no es feliz.