Carta Editorial
Cocinar es robarle ambrosía a los dioses. Buscar, con la punta de la lengua, arañar con el olfato la anhelada inmortalidad. Pero si algo lo supera, si hay un acto capaz de vencer las sombras del egoísmo, es cocinar para alguien más: amigo, familia, un extraño. ¡Quién sea! Es quizá el ritual de amor más antiguo y sincero.
Todo festín nace de esa necesidad casi secreta: ofrecerle a otro lo que uno es, lo que uno recuerda, lo que uno teme perder. En las cocinas de quienes hablan el idioma del fuego, la herencia familiar es tan importante como nombrar de memoria las más insospechadas especias; ahí las manos conocen por antonomasia los pesos de las porciones sin acaso mirarlas; saben las texturas adecuadas de cada cosa como quien roza la mano del otro amado y puede decir si está contento, si tiene miedo o si algo lo atormenta; tienen la manera inequívoca de sostener las herramientas, la pasión desbordada y el hambre gentil-voraz-intimidante-contagiosa-y-transparente.
Las historias de este Círculo de Oro le rinden homenaje a aquellas personas que transforman los misterios de las cosas en recetas memorables, ya sea con ingredientes de la región, alguna excentricidad o con el bendito mestizaje.
Está, por ejemplo, un chef nómada que instala su asador con la paciencia de quien tiene el mundo rendido ante sí. El artista inquieto que entiende sus platos como su próxima obra. Quien escucha el hervor de una olla como si fuera una conversación privada. Aquel que emulsiona con paciencia pitagórica leche y aceite hasta que se vuelvan una nube tersa.
Y están los aromas que abrazan, que todo lo seducen. El rollo de calabaza perfuma el horno, el puchero antoja a los vecinos, el atole de mazapán libera un dulce vapor que se queda por varios días, aferrado a las cortinas como un recuerdo que se resiste a irse.
Este año reconocemos a quienes, con un expectante silencio, preparan el mise en place y luego, con la mirada generosa, aguardan la experiencia del primer bocado. A esos locos, alquimistas, talentosos, tercos, genios, enamorados, que se abandonaron a la cocina para convertir su vida entera en un plato que, ojalá, toque a alguien más, aunque sea por un instante.
Dicho de otra forma: el banquete está servido. ¡Buen provecho!

