Cuando fui construida me sentí un poco fuera de lugar. Ahora reconozco que en cierta manera sería un antecedente de la globalización de 100 años después: me diseñaron dos arquitectos: uno de origen inglés y otro franco-canadiense, la piedra de mi fachada provino de San Luis Potosí, la madera de roble de los pisos, puertas y ventanas provenía de Canadá; y, en fin, el estilo arquitectónico es europeo, el neogótico flamígero.
Además, tengo un ático, una cava, y cuento con varias chimeneas con altas troneras, elementos poco comunes en Saltillo. Mi propietario murió en 1909, a los pocos años de que fui edificada. Él tenía un hijo y cuatro hijas que vivieron aquí por varias décadas. Un balcón alto y esbelto permaneció como testigo de algo que nunca sucedió: una serenata o una declaración de amor.