En 1940, un día del que no hay fecha precisa, Jacinto Barrón Martínez se colocó en un carrito de madera frente a lo que diez años más tarde sería el Hospital Civil General (hoy Universitario), para vender comida. Años atrás había trabajado como ayudante de un taquero de nombre anónimo y con él aprendió el oficio y una receta simple: tortillas de nixtamal enchilado, cocidas y rellenas de frijoles molidos o papa que se preparaban desde temprana hora para posteriormente recalentarse en un horno portátil de carbón.

“Mi papá decía que la calle (hoy Calzada Madero) no estaba pavimentada y circulaban carretas con caballos”, recuerda Francisca Barrón, 59 años, hija de Jacinto.

Ochenta y dos años después, los tacos rojos se siguen instalando puntualmente en el mismo sitio y han sido el sostén de una numerosa familia de tres generaciones. Y aunque estos no son los únicos de la ciudad –también hay tacos rojos con tradición de varias décadas en las colonias Guayulera, Valle de las Flores o Espinosa Mireles–, los Barrón son los más antiguos y, en palabras de su heredera, también los más sabrosos.

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