A mitad de la carrera, en un arranque de adolescente irracional quise dejar la Normal. Mi mamá puso el grito en el cielo y me explicó los beneficios de ser maestra. Yo le dije que me parecían cosas muy sin chiste. Supe que la había lastimado porque en lugar de regañarme se fue de la habitación. Esas “cosas sin chiste” habían conseguido no sólo que yo tuviera acceso a techo, comida y lujos sino que eran el propósito de su vida. Mi mamá había dejado el alma en el salón de clases y yo, le rompí el corazón. Matamos lo que amamos
- 15 diciembre 2024
Si la revolución tuviera rostro, sería el de mi madre. ¿Puede una maestra de matemáticas cambiar el mundo? Sí, lleva 39 años no sólo “de servicio” sino de entrega absoluta. Su lucha ha sido con canciones, sumas y restas. Ha ganado premios a nivel nacional, estatal y local. Su libro Matemáticas para Enamora2 fue repartido este año en los paquetes escolares por el Gobierno de Coahuila y obtuvo una beca para estudiar en Madrid. Es supervisora por examen, donde obtuvo el primer lugar en las oposiciones. Así como muchos otros concursos que ganó en exámenes de Carrera Magisterial donde llegó al nivel más alto. Esas no son sus victorias, las pasa por alto cuando pregunto sobre sus éxitos.
El triunfo más grande: “que sonara el timbre para el recreo y los alumnos me pidieran más problemas: ¡otro, otro, otro!”. Aunque luego, no se decide. Recuerda cuando enseñó a dividir a un alumno con discapacidad cognitiva, una hazaña que le costó métodos, cambios curriculares, adaptación a la planeación. El entusiasmo del muchacho hizo que todo valiera la pena: “Ya quería hacer divisiones todos los días”.
Cuando Lupita Arriaga tenía cinco años, la comida se acabó en su casa. Mis abuelos la internaron en un orfanato. Quisiera regresar el tiempo y abrazarla, quisiera detener la entrevista porque sólo puedo imaginar el horror y la soledad de sus primeros años de vida. Las cicatrices que le quedaron por vivir encerrada hasta los quince años, bajo las reglas estrictas de las religiosas, los castigos y la crueldad, las convirtió en flores y motivos. Obtuvo una fracción de libertad cuando la maestra Teresita le enseñó a leer. En el asilo no había ventanas, pero había libros. Y desde ahí, no paró de jugar con el lenguaje. Mi mamá quiso escapar del orfanato y nunca lo logró. Hoy enseña a otros a ser libres.
No todo fue fácil. Entré escondida a su salón. La razón: mi madre tenía que ocultar su embarazo porque si se enteraban de éste, no le darían más horas. Eran tiempos de discriminación. Sus amigas maestras y secretarias guardaron el secreto y le prestaban sacos enormes y sudaderas para cubrirse. Pasé los nueve meses desapercibida y a mi mamá le dieron un incremento de horas. Y sólo Dios sabe cuántas vidas cambiaron con eso. Hace transformaciones radicales en cada escuela que pisa, en cada corazón que conoce.
Soy la hermana mayor de miles de alumnos que tuvo. No ha sido fácil compartir su amor con tanta gente, yo soy muy celosa. Al salir con ella, siempre encontramos algún alumno que la abraza y le agradece. Algunos dicen que ya son profesionistas, otros: que los hizo mejores personas. Le hacen descuentos y la reciben como a una reina.
Mis fines de semana de la infancia los viví en sus escuelas. Desde carreras, altares de muertos, hasta preparaciones intensivas para que alumnos de escasos recursos pudieran pasar los exámenes de la preparatoria. Era levantarnos temprano, ir en autobús hasta la secundaria y esperar a que terminaran las actividades. Pero, había un premio: ir al mercado sobre ruedas de la colonia más cercana y comprar peluches. Una de esas escuelas estaba en una zona muy complicada, por pandillas y otros demonios. Pero nosotros podíamos recorrerla sin problema. Todos la conocían y la respetaban.
Y cómo no, si llegó a cuidar a sus alumnos no sólo con palabras sino incluso físicamente. Un día un hombre drogado entró armado a una de sus escuelas. Ella salió a hacerle frente y lo corrió con su voz enojada y un mal semblante. La regañé muchísimo. Le dije que no valía la pena arriesgar su vida. “¿Y si en lugar de toparse conmigo se topa con un niño?” Me dejó sin palabras. Por eso, cuando era directora llegaba antes de que saliera el sol y se iba hasta que se fuera el último alumno. Los arropó durante secuestros, balaceras y abusos. Siempre y sin importar la hora, estaba para sus muchachos. Les enseñó a confiar en sus talentos y sobre todo les dio la certeza de que eran importantes para alguien.
Cuando trabajaba en una primaria, pensaba que había un ratón porque los trabajos con sopa estaban ruñidos. No era una rata. Era una niña con hambre. Mi mamá cree que no me di cuenta, pero a partir de eso comenzó a comprar más despensa. Nunca nos dijo el porqué; pero sospecho que esa pequeña no tuvo que comer más sopitas crudas.
Mi mamá me enseñó a escribir en un cartón con papel contact. No teníamos dinero para un pizarrón, pero ella se las arreglaba. Recuerdo que la primera oración que formé y escribí muchas veces era: “Mami te amo”. Hoy lo hago de nuevo, pero contando tu historia. Porque todo ha valido la pena.