De cerca no soy una escuela común. Tampoco una institución más. Mucho menos un edificio cualquiera.
Tengo un cuate en Estados Unidos. Y no me refiero a un amigo íntimo, si uno a uno con el que tengo parecido. Esa es una historia curiosa, tanto como aquella vez en la que me incendié.
Pero dejémonos de tragedias. En 2016 fui declarado Patrimonio Cultural de Coahuila. Ustedes lo decidieron. Y ahora están obligados a protegerme, conservarme y rehabilitarme.