La mujer torturada es una torturadora

Politicón
/ 19 abril 2016

No hay dilema, pues no se puede acompañar a la tortura. Pero lo que queda es una realidad espantosa. Pese a que no denunció haber sido torturada cuando el Ejército y la Policía Federal la detuvieron allá en enero de 2015, Elvira Santibáñez Margarito podrá salir libre… por haber sido torturada.

Elvira, por si faltara precisarlo, es la mujer de la camiseta morada y los jeans, torturada por una mujer soldado, una mujer policía y un capitán militar. Es el sujeto de uno de los videos más impactantes de los últimos tiempos. Su tortura ha merecido las disculpas públicas del Secretario de la Defensa Nacional y el Comisionado de la Policía Federal.

¿Quién es Elvira, por qué la detuvieron, por qué la trataron con esa crueldad? “Le decían ‘La Pala’, formaba parte de la Familia michoacana”, me explica Julio César Zubillaga, director del Diario de la Tarde, con sede en Iguala, el medio que puede presumir la mejor cobertura sobre aquellos hechos y el hoy famoso personaje a quien sus captores simulaban asfixiar. “Asolaba la zona de Tierra Caliente. Cometía actos de secuestro, de extorsión, seguramente utilizaba esas mismas formas para obtener el dinero que le pedían a los familiares por la liberación”.

Zubillaga no es clemente con Elvira. Me describe cómo acabaron con la economía de la región e hicieron sufrir a muchos pequeños comerciantes, campesinos, maestros. “Nadie la libraba”, prosigue. “Les exigían comida, les exigían matar a sus animalitos. Desde entonces, los maestros ya no quieren regresar a dar clases”.

–Grupos criminales que golpeaban a los pobres –le digo.

–Así es. Antes los secuestros y las extorsiones se daban entre gente de recursos económicos. Con la Familia michoacana, a la que pertenecía Elvira, eso se extendió a la gente de menos recursos; sí, a los pobres. La mayoría de la gente de por aquí la identifica muy bien.

Con un abogado de mediana escala, Elvira podrá comprobar la obvia violación a sus derechos humanos y regresar a Tierra Caliente, quizá a seguir delinquiendo, mutilando, torturando. Se lo deberá a las dos mujeres y al capitán que la maltrataron unos minutos y terminarán sacándola de la cárcel.

“No perdamos de vista quién es esta mujer”, me dice Isabel Miranda de Wallace. “No la enaltezcamos ni santifiquemos. Que se castigue severamente a quienes llevaron a cabo su tortura, pero eso no la hace inocente, eso no la exime de nada. Ella causó mucho mal”.

Completamente de acuerdo, Isabel.

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