Cuarenta minutos con Mario Villanueva

Opinión
/ 2 octubre 2015

Fue estremecedor conversar 40 minutos con Mario Villanueva. Me quedo con la aritmética del poderoso gobernador de Quintana Roo, quien después de vivir un año como fugitivo, fue recluido en el penal de máxima seguridad de Almoloya en mayo de 2001. Y con su obsesión con el frío.

Suma 13 años y 10 meses en prisión. Nueve en México; los otros, después de ser extraditado en 2010, en dos cárceles de Nueva York, una de Ohio y la actual, en el Centro Médico Federal de Lexington, Kentucky.

—En Estados Unidos saldría en noviembre de 2019 –me aclaró—. Pero estoy gestionando que se tome en cuenta el tiempo que estuve preso en México para poder salir a mediados de 2017.

—Ya no falta nada –le dije con falsa candidez.

—No, Ciro. Entonces me enviarían a México, donde me faltan por purgar 22 años y ocho meses. En el mejor de los casos, mi condena total sería de 38 años y medio. En el peor, de 41 años, dos meses y siete días. Saldría de la cárcel a los 91 o a los 94 años, si es que estoy vivo, lo que te digo sinceramente, veo muy difícil.

Villanueva me explicó con la pulcritud del catedrático que se ha exprimido en la preparación de su clase las contradicciones de los dos cargos con la justicia mexicana: lavado de dinero y fomento al narcotráfico. Y lo inaceptable que le resultaba y resulta que lo acusaran 26 testigos protegidos.

—Eso demuestra la enorme saña de las autoridades mexicanas.

—Son 14 años ya de cárcel, ingeniero. ¿Nunca se quebró el ánimo?

—¡Nunca y nunca se va a quebrar! –subió ligeramente el tono—. Soy una gente con una voluntad muy fuerte y una mente muy terca. Mi cuerpo es el que está doblado por el problema respiratorio. Mis bronquios están cerrados por el clima.

Me pide escucharlos a través del teléfono. Hace una pausa, un silencio. La verdad, no escucho nada. Pero imagino. Y recuerdo la primera y única vez que lo vi, noviembre de 2007, en su celda en el área de alta seguridad del Reclusorio Norte. Tenía cataratas en los dos ojos, le costaba leer. Comía pasas, almendras y ciruelas pasas.

Hoy pinta un cuadro de maldición. Enfermedad pulmonar obstructiva crónica, asma severa, hipertensión, artritis, prostatitis, más el problema de la vista. Más el aire acondicionado, la inyección mensual de Xolair y el tratamiento diario de broncodilatadores, esteroides.

—El exceso de medicinas me está matando. Por eso le pido al presidente Peña Nieto que me permita tratarme en México, en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias. Ahorita aquí en Lexington está lleno de hielo. Es una cuestión humanitaria, necesito otro clima –clama el hombre de 66 años.

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