Despropósitos

Opinión
/ 2 octubre 2015
true

No soy de los que hacen propósitos para el nuevo año y tampoco de los que emprenden balances e inventarios sobre el año que termina. Tengo un amigo que los últimos días de diciembre analiza el ciclo personal con el profesionalismo con que lo haría una convención de historiadores y economistas: tablas, diagramas y mapas de vida dan cuenta meticulosa de sus avances y retrocesos a lo largo de doce meses. A menos que uno sea Carlos Slim o La Gaviota, la experiencia puede resultar deprimente. Le sugiero no intentarlo, salvo que quiera usted darse a la bebida y entregarse en los brazos de José Alfredo Jiménez este fin de año.

Una amiga hace algo mejor. Construye una breve lista de los temas, defectos y personas de las que quiere olvidarse y en definitiva dejar atrás el siguiente año, y la noche del 31 quema el papel con la esperanza de que su vida amanezca el 1 de enero sin rastro de lo apuntado. Muy Jodorowsky su sistema. No sé si le ha funcionado, pero al menos tiene la ventaja de que un año más tarde, cuando hace el balance de victorias y derrotas no tiene un méndigo papel que le recuerde que el cigarro que tiene en la mano es una de las cosas que iban a desaparecer, por no hablar del tipo que tiene al lado.

Hacer propósitos es hacer despropósitos. El salvavidas que se ha instalado en nuestra cintura no va a irse solamente porque lo incluyamos en la lista de objetos condenados a extinguirse; y menos con las comilonas de fin de año que nos damos para, en teoría, despedirlo. En marzo seguirá allí, pese a la media docena de desmañanadas con que nos infligimos en enero al salir a correr. Y lo más probable es que en agosto estemos pidiendo algún tipo de retorno de la inscripción en el gimnasio, al caer en cuenta que tenemos dos meses sin sudar la gota gorda.

Tengo dos amigas que entregaron una a la otra sus listas de propósitos para el año nuevo; doce meses más tarde una tendría que hacer un balance sobre logros y fracasos de la otra, y viceversa. Se prometieron ser honestas e implacables. Prefirieron ser realistas: a los seis meses habían dejado de hablarse.

Por eso soy de la opinión que en materia de propósitos uno tiene que irse con tiento y mucha generosidad para consigo mismo. Comienzas desterrando tus demonios y acabas descubriendo que también desaparecieron tus ángeles, porque en muchas ocasiones son la misma cosa. Habría que pensar dos veces antes de convertir en dictador plenipotenciario al sargento nazi que llevamos dentro; ese que se empecina en hacernos levantar a las 7 A.M. un sábado, crudos y desvelados, o nos tortura con el flagelo de la culpabilidad a fines de enero.

Para efectos de convertirnos en mejores versiones de nosotros mismos (¿no es ese el objetivo de los buenos propósitos de fin de año?) encuentro mucho más eficaz cultivar el fino arte de la procrastinación. El diccionario la define como la acción o el hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables. O sea, tirar la flojera, por así decirlo. Hacer algo que nos gusta en lugar de hacer lo que deberíamos estar haciendo según el oficial prusiano que llevamos dentro.

Y sin embargo, no hay mejor propósito que procrastinar de manera sabia y productiva. ¿Que lleva usted una semana sin leer materiales para la tesis que debe terminar en marzo? No importa, pero procrastine leyendo una buena novela. ¿Qué hace tres días que no encuentra la energía para salir a correr o para levantar pesas antes de bañarse? Deje de torturarse y váyase a la cafetería que le gusta pero hágalo mediante una larga caminata. ¿Que dejar de comer postres es un calvario mientras lo cumple y un flagelo de culpabilidad mientras lo incumple? Pare de sufrir: encuentre una golosina de baja caloría que le guste y atásquese.  Sí, ninguno de los ejemplos anteriores  es la solución ideal, pero es la única realista. Y eso la convierte en la solución ideal.

En fin, ¿que debe hacer una columna política pero le resulta un esfuerzo absurdo y sin sentido en un 28 de diciembre? No importa, escriba un texto sobre los propósitos y despropósitos del año nuevo. Quizá tampoco tenga mucho sentido, pero habrá logrado cumplir la tarea sin pensar en Peña Nieto, en las incongruencias ideológicas de la derecha y la mezquindad de nuestras izquierdas. Una procrastinada manera de resolver el encargo sin echar a perder las vacaciones con la política y sus infamias.

 www.jorgezepeda.net

@jorgezepedap




COMENTARIOS

TEMAS
NUESTRO CONTENIDO PREMIUM