EPN: contra poderes fácticos

Opinión
/ 2 octubre 2015
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El Presidente sabe que si no gana terreno frente a los protagonistas, su gobierno está condenado también a nadar de muertito.

El PAN no gobierna hoy porque Fox y Calderón fueron víctimas de la parálisis frente a los poderes fácticos. Más allá de sus errores o su escasa visión de Estado, los gobiernos de la alternancia carecieron del margen de maniobra que les permitiera enrumbar a la sociedad mexicana por vías de mayor crecimiento y eficiencia. Ambos habitaron en los estrechos confines a los que les condenó la expansión que experimentaron los poderes fácticos ante la caída del viejo régimen presidencialista: monopolios empresariales, sindicatos, gobernadores, crimen organizado, partidocracia, etc. Los Pinos de Fox y de Calderón se estrellaron contra los privilegios y rigideces de ese campo minado que hoy en día son los poderes reales de este País.

Peña Nieto sabe que si no gana terreno frente a esos protagonistas, su gobierno está condenado también a nadar de muertito. Por eso es que hoy libra una batalla soterrada y opaca, pero decisiva en varios frentes. Su éxito o fracaso dependerá en buena medida de su capacidad para ampliar el margen de maniobra político ante el resto de los poderes fácticos de este País. Esto no quiere decir que vaya a emprender una batalla frontal en contra de esos otros polos de poder; la fracción política a la que pertenece el Presidente, y el PRI mismo, tiene muchos vasos comunicantes con ese tejido de intereses. El arribo al poder del propio Peña Nieto es en gran medida resultado de una alianza con sectores empresariales, medios de comunicación, gobernadores y sindicatos que lo consideran uno de los suyos. Lo que intenta el Ejecutivo es ampliar su perímetro de acción, de la misma manera que un comensal agita sus caderas en una banca apretada para ganar algunos centímetros, o el que despega los codos del cuerpo en el Metro para aliviar la presión de la multitud.

El encarcelamiento de Elba Esther Gordillo y la apertura de Pemex le dan al Presidente un poder de negociación significativa frente a dos poderosos sindicatos que venían operando casi de manera autónoma. El SNTE ha vuelto al redil y el gremio petrolero queda tocado frente a la pérdida del monopolio de la explotación de hidrocarburos que sufrirá la paraestatal. De entrada, el sindicato pierde su posición en el Consejo de Administración de Pemex, desde donde neutralizaba todos los intentos del gobierno para acotar los privilegios y la ineficiencia sindical. El deseo de regresar al país que tiene Napoleón Gómez Urrutia, líder de los trabajares mineros, actualmente exiliado en Canadá, le ofrece a Peña Nieto una carta de negociación para subordinar a otro de los grandes sindicatos. En ese terreno, pues, el Ejecutivo ha ganado terreno.

Mucho más difícil es el tema de los monopolios. La reforma hacendaria y la reforma de telecomunicaciones le han dado herramientas para acotar el inmenso poder de estos gigantes y, no obstante, resultan un hueso muy duro de roer. La batalla por las leyes secundarias no será sencilla y es muy probable que buena parte del alcance de las reformas sea neutralizado en la práctica. La influencia de los medios de comunicación en la opinión pública, la fuerza de la telebancada en el Congreso y el peso de la cúpula empresarial en la actividad económica lo convierten en un rival formidable. Con todo, Peña Nieto ha logrado despegarse algunos centímetros de la égida de Televisa, con quien se le identificaba en demasía luego de la campaña que lo llevó a la silla presidencial.

Con los gobernadores tampoco lo tiene fácil. Él llegó al poder en virtud de una alianza entre mandatarios estatales, gracias a los cuales pudo imponerse a la cúpula del PRI nacional (Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes, entre otros). Pero ahora necesita restablecer la supremacía de la presidencia sobre el fragmentado territorio en manos de estos señores feudales. La impunidad flagrante, el déficit de las finanzas públicas y la ineficiencia en la que incurren los virreyes atenta contra todo intento de racionalizar la administración pública. Iniciativas como el Instituto Nacional Electoral y la intención de fiscalizar los recursos estatales por distintas vías, constituyen pasos titubeantes en esa dirección, pese a la oposición de los mandatarios.

En conjunto, Peña Nieto ha logrado recorrer algunos centímetros su ámbito de operación frente al resto de los actores. Muy lejos aún de poder restablecer botones y palancas para conducir la nave a mayor velocidad sin poner en riesgo la estabilidad. Algunos poderes comienzan a aceptar la llegada del nuevo árbitro; otros (el crimen organizado, por ejemplo) están muy lejos de admitir alguna limitación a sus privilegios y a su área de influencia. La batalla será larga y de resultado incierto. Pero en ella se juega Peña Nieto el éxito o el fracaso de su gestión.




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