La mariguana en México: necesidad de una discusión ponderada
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Es tiempo de llegar a conclusiones más prácticas respecto a este tema
México ha luchado contra las drogas por más de medio siglo, y ha sufrido las consecuencias tanto de la guerra en sí como de sus causas: la producción de drogas y el narcotráfico.
Desde los años sesenta, cada administración pública ha hecho lo que ha podido para controlar la producción de drogas en México, así como el tránsito ilícito de sustancias de Latinoamérica a Estados Unidos. Además, México ha intentado manejar este delicado asunto con los estadounidenses de la manera en como mejor le ha sido posible.
Durante los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) se realizaron progresos estimables en diversos frentes, ya fuera capturando a capos de drogas como Miguel Angel Félix y Amado Carrillo, tratando de mantener a las fuerzas de seguridad mexicanas al margen de la corrupción y la complicidad, mediante el arresto de algunos de sus miembros (tal fue el caso de Jesús Gutiérrez Rebollo), así como promoviendo la discusión crítica del tema en los más altos foros internacionales (recordemos la Asamblea General Extraordinaria de la ONU sobre el tema, por iniciativa de México, Portugal y Suecia en 1998).
Durante la administración de Felipe Calderón (2006-2012) se hizo un nuevo esfuerzo para mejorar la cooperación con Estados Unidos, en aras de tener bajo control la corrupción, la complicidad, la producción de drogas y el narcotráfico. Nuestro País ha pagado un precio enorme en vidas humanas, recursos económicos, violaciones a los derechos humanos y en su imagen pública frente al mundo. Por tanto, nadie puede decir que México no intentó o no estuvo dispuesto a pagar el precio, al seguir con el enfoque tradicional, prohibicionista y punitivo en el combate frente a las drogas.
Aún cuando tal esfuerzo continúa, es evidente que los resultados no han estado a la altura de los enormes costos que la lucha trajo consigo. Por consiguiente, ha quedado claro, tanto en los círculos políticos, como académicos y de negocios, que esta guerra ha resultado demasiado costosa y que los resultados no han sido los que se esperaban.
Ha sido igual para el resto del hemisferio. Durante los últimos años, un creciente número de líderes latinoamericanos ha llegado a la conclusión de que ya es hora de examinar otras opciones. Cada vez son más las voces que insisten en la necesidad de encontrar un enfoque distinto para el control del narcotráfico; uno que pudiera enfocarse en los problemas de salud pública y la reducción de daños, en vez de aquellos que se orientan en las medidas represivas. Expresidentes como Ernesto Zedillo, de México; Fernando Henrique Cardoso, de Brasil, y César Gaviria, de Colombia, junto con intelectuales de la talla de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, han recomendado considerar algunas formas de despenalización de la mariguana. A su vez, jefes de Estado en funciones como Juan Manuel Santos, de Colombia; Otto Pérez Molina, de Guatemala; Laura Chinchilla, de Costa Rica, y, sobre manera, José Mújica, de Uruguay, también han abierto este camino.
La Organización de los Estados Americanos (OEA), durante su más reciente Asamblea General llevada a cabo en junio pasado en Guatemala, presentó un informe que sugirió la posibilidad de legalizar el uso de mariguana. Aunque nadie ignora los riesgos legales, sanitarios y políticos de esta alternativa, hay una conciencia mayor de que ha llegado el momento para pensar en una estrategia distinta.
Nuestro propósito no es otro que el de propiciar canales de comunicación abiertos para discutir la despenalización efectiva de la mariguana en México. Para alcanzar este objetivo, hemos decidido insistir en que hay que revisar el marco jurídico vigente para que los ciudadanos tengan montos permisivos de consumo personal más realistas; esto es, dosis no tan pequeñas como para ser insignificantes (que es como ocurre ahora), aunque tampoco demasiado grandes como para fomentar el narcomenudeo. Toda vez que esta meta pueda ser alcanzada, aspiramos a una regulación progresiva que sea capaz de dar una solución más completa a la problemática actual.
¿Por qué solamente la mariguana? Los datos disponibles indican que no hay ninguna razón para mantener la mariguana en el mismo estatus ilegal que otras drogas cuyos efectos son más dañinos. De hecho, el tabaco y alcohol, por ejemplo, son legales, no obstante el conocido peligro que su uso y su abuso implican. Además, hay evidencias inobjetables que muestran que el consumo de mariguana está en ascenso y es probable que esta tendencia continúe, a pesar de los crecientes costos de las políticas punitivas. Nuestra opinión es que estos recursos podrían ser mejor utilizados en programas de información, educación, prevención, rehabilitación y tratamiento.
¿Por qué solamente el consumo? Aunque admitimos que despenalizar el consumo es solamente una solución parcial, pensamos que, dadas las circunstancias actuales en México, es prudente intentar lo que es posible, en vez de lo que, pudiendo ser deseable, resulte menos factible.
La Ciudad de México, por ejemplo, puede avanzar en esta dirección. Es una ciudad progresista, en la que vive gente de actitud abierta y en la que se han legislado, en años recientes, varios asuntos polémicos en materia de derechos humanos. También el gobierno del estado de Morelos ha dicho sí al análisis riguroso, a la discusión abierta. Reformas como esta precisan de un pequeño paso inicial que permita que, tanto sociedad como gobierno, reflexionen y reaccionen en torno a lo que pasaría con una nueva ley.
De este primer paso podrían generarse eventualmente cambios más profundos. En cualquier caso, lo que proponemos tal vez ayude a encauzar, de manera gradual, la legalización de la mariguana. Legisladores tanto locales como federales, de diferentes partidos políticos, han reiterado que están dispuestos a discutir el tema y tratar de alcanzar algún consenso.
Se ha esgrimido, y no sin cierta razón, que los compromisos internacionales de México para la prohibición de sustancias, incluida la mariguana, son obligatorios. Pero resulta que estos compromisos parecen más permisivos con unos y más restrictivos con otros. Al mismo tiempo, está claro que varios países han encontrado un margen de maniobra que ha permitido el desarrollo de sus propias estrategias. Es el caso de Portugal, que legalizó el consumo de drogas hace años, y más recientemente de Bolivia, que no penaliza ya la hoja de coca.
Esperamos que los Estados Unidos, el principal socio comercial, vecino y aliado de México, comprenda que así como algunos de sus ciudadanos han optado por un camino diferente a lo dictado por su gobierno federal, ciertas regiones de México y Latinoamérica podrían actuar de modo similar. No hay que descartar que nuestros amigos norteamericanos puedan entender y apreciar tal aspiración.
Hace apenas unos días, el corresponsal en jefe de temas médicos de la cadena CNN, el doctor Sanjay Gupta, escribió un texto del mayor interés: "Porqué cambié mi punto de vista sobre la yerba". En 2009 había dicho tajante: no a la mota.
Pensamos que es hora de confrontar el problema de la mariguana en una escala mundial, con una óptica distinta, y de llegar a conclusiones prácticas más eficaces de las logradas hasta la fecha. Pero además, es tiempo propicio para decidir el rumbo que en México queremos seguir sobre este complejo y delicado tema que afecta, por supuesto, a la salud, pero también a la economía.
análisis
Pedro Aspe y Juan Ramón De la Fuente