Los dos son norteños, los dos han dejado sin respiración a la capital del país y los dos hablan en exclusiva para VMÁS sobre una obra que se ha llevado ovaciones de pie y que, hablando de violencia y narcotráfico, se ha convertido en una entrañable declaración de amor
En ‘Wences y Lala’ hay una cosa segura: Las lágrimas brotan en cascada. Y no es para menos, la obra es un carpe diem, un grito que celebra la vida y parafraseando a Jaime Sabines, es la muerte diciéndote al oído: ¡Vive, vive, vive! Pero más que un grito, esta pieza teatral es una suave melodía, un acordeón soltando un sonido hipnótico, un corrido norteño para zapatearle a gusto, un canto Cardenche que, en la inmensidad del desierto, ahí dónde el diablo anda a sus anchas, apuesta por el amor, por la familia, por la tierra.
No estoy adelantando nada, pero este huracán de emociones se podría titular crónica de una muerta anunciada. Wences y Lala son dos ánimas contando cómo los trató la vida, dos pescadores aventando las redes de la memoria, dos calacas que sonríen, lloran, suspiran, se enojan, se llenan de rabia, perdonan y de nuevo le apuestan al amor. Y ahí estamos todos los presentes convertidos en un llano en llamas, en personajes rulfianos, el teatro es un Comala en ruinas, un pueblo lleno de fantasma que se hacen presentes no para asustarnos, sino para abrazarnos y susurrarnos al oído que vivamos el aquí y el ahora.
Una banca y dos gigantes de la actuación, no hace falta más para que al final todos nos pongamos de pie y les regalemos una ovación por regalarnos más de dos horas de una entrañable historia de vida. Cuando ingresamos a La Teatrería, ellos ya estaban ahí, orondos, sentados al fresco, saludando a los presentes: Un pelao bragado y sombrerudo (Adrián Vázquez), vestido con traje norteño de gala que es acompañado de su mujer, una gacela vestida de blanco (Fátima Molina), con ojos enormes de tanto soñar, un rostro tan bello que no puedes dejar de mirarlo. Ambos hinchados del pecho porque tiene mucho qué contarnos, mucho qué decir.
Arriba del escenario no hay artificio, sólo eso que se llama actoralidad y una historia de vida que se cuenta de forma cronológica, pero con una variante, quienes la narran escaparon del más allá para compartirnos un mensaje que no es poca cosa: Vivir es increíble. Todo sucede en un poblado pequeño al norte del país, el cual fue tierra de cultivo donde dos niños corrían a su anchas y soñaban en libertad. En ese lugar todo era calmo y felicidad hasta que llegó la maña a trastocar todo. Los narcos convirtieron en un camposanto al país y esta obra le rinde tributo a los caídos en esta batalla que es la vida y donde siempre se está en desventaja ante unos encapuchados con cuerno de chivo en las manos.
‘Wences y Lala’ quedan entre el fuego cruzado y en medio de la refriega, de la violencia que hace tronar balas como si fueran ‘cuetes’ en una fiesta patronal, esta obra se tira al piso y se cubre los tiros mientras habla de lo que es crecer en el campo, cultivar la tierra, bañarte en el río, enamorarte viendo las estrellas, cantar a la menor provocación, casarte y llenar la casa de hijos y de risas. Esta puesta en escena se trata, sobre todo, de honrar a la familia y dejarnos claro que somos más los buenos que los malos.
Pero de dónde surgió esta desgarradora historia que ya ha acaparado premios, ovaciones, publicaciones, elogiosas reseñas de los críticos de teatro y un público que no la ha dejado ir de cartelera luego de nueve años de su estreno. Adrián Vázquez es el creador de este éxito arrollador, no sólo la escribió, también la dirige y como cereza en el pastel, también la actúa. Es evidente que todo surgió de su imaginación y de una pluma que vuela por los aires para dibujar una realidad que duele hasta el tuétano, pero que no deja de regalarnos momentos para sonreír, para amar fuerte y encontrarle sentido a nuestra cotidianeidad.
Wences es un hombre de pocas palabras, un ser que creció en el de campo y es duro para decir lo que siente, pero es un pelao derecho, que sabe de afectos, de virtud, de abrazar a los suyos, de trabajar de sol a sol, de amar a pesar de los golpes de la vida. Wences es un muerto que no tiene nada que reclamar porque está en paz, porque entregó el alma para dejar como herencia un mundo mejor: “Wences y Lala es una historia que se construyó con muchas historias”, nos dice Adrián Vázquez orgulloso de su obra al final de una función que arrancó, por igual, risas y llanto: “Esta obra tiene todo que ver con la historia de amor de mis padres, ese es el motor. El tratar de atisbar todos esos relatos que ellos nunca me contaron. Yo quise reconstruir la historia de esos seres que estuvieron juntos cuarenta años y que todos los días se peleaban y se burlaban uno del otro, pero al mismo tiempo se divertían y se iban reconciliados a la cama. Fue maravilloso crecer en ese lugar, en ese ambiente. También tiene mucho que ver con Tijuana, que es el lugar donde yo crecí, donde yo pasé mi infancia. Además, me inspiró la relación de mis hijas, el ver cómo se llevan ellas como hermanas. Y finalmente echar a volar la imaginación. Wences y Lala intentan reconciliarnos, de una manera esperanzadora, con este país donde nos tocó vivir”.
Y aunque parece que parafrasea a la periodista Cristina Pacheco, lo que cuenta Adrián hace mucha lógica al saber que creció en el norte del país, un territorio vasto y hermoso que ha sido azotado por distintos cárteles de la droga que han impuesto su ley por encima de todos: “Qué fortuna tiene la gente que no ha pasado por estos grandes sesgos de violencia, pero hemos otros que nos han tocado vivir de todo. Y ya estando en medio de eso, lo que nos toca hacer es sobrellevar la vida, saber que vale la pena seguir adelante y disfrutar de eso tan hermoso que tenemos y que no es otra cosa que el presente. A mí me tocó habitar la Tijuana de finales de los setentas, ochentas y noventas, cuando el narco imperaba allá y movía todo el entramado social. Yo crecí en las afueras de Tijuana, prácticamente en lugares que eran como rancherías y ‘Wences y Lala’ tiene que ver con eso. Pero algo que a mí me agrada de las ficciones que construyo como dramaturgo, no tienen que ser historias autobiográficas, no tienen que estar establecidas en la realidad, sino como creador, darme la licencia poética de ficcionizar”.
Y es que una carrera tan prolífica no se puede resumir en una obra que tiene mucho de biográfica, pero también la imaginación y el talento de un actor de oficio que luego de egresar de la Universidad Veracruzana con Licenciatura en Teatro en Dirección, Actuación y Dramaturgia, ha dirigido más de una decena de proyectos teatrales y ha formado parte de reconocidas series como “Crónicas de Castas”, “Sincronia” y “Falco”. Además, en la gran pantalla ha dado vida a múltiples personajes en cintas como “Atrapen al Gringo” (2012) con Mel Gibson, “Elisyum” (2013) con Matt Damon, “Pura Sangre” (2016), “Todo mal” (2018) y “Placa de Acero” (2019). También trabajó en la ópera prima de José María Yazpik, “Polvo” (2019), actuando como Toto, papel que le valió una nominación a la Mejor Coactuación Masculina en los Ariel 2020.
Pero su paso por el teatro le ha merecido no sólo el aplauso de la crítica o el éxito en taquilla, sino el respeto de un gremio que reconoce que además de ser un gran actor, su talento como dramaturgo es extraordinario: “Algo que me atrae del teatro es la posibilidad de sentarnos a que nos cuenten historias. Mis obras así surgen, con la finalidad de contar algo. Cuando empiezo a escribir no pienso en nada más, lo que quiero es que mis personajes relaten su historia de vida. Además, es curioso, porque mis personajes están vivos y después de 550 funciones seguimos modificándolos, metiéndoles diálogos, quitándoles esa palabrita y luego ponérsela por allá. Mis historias están vivas y me gusta que siempre permanezcan frescas. Eso es para mí lo más importante, porque no tengo aspiraciones literarias”.
Luego de diez años en cartelera y de premios en todas las categorías: Mejor obra, director, dramaturgia, actor, actriz... Adrián nos dice, con la mano en el corazón, que no se esperaba este recibimiento, pues creyó que todo iba a terminar como empezaron: En un teatro pequeño con cuatro funciones programadas: “Ni en el sueño más guajiro me lo hubiera imaginado. Cuando estrenamos esta obra lo único que decíamos era ‘ojalá y les guste y la gente no salga de la sala’. Y de pronto todo creció y nos fue sorprendiendo. Ni en el sueño más disparatado o fantasioso hubiera imaginado tener este alcance que hemos tenido. Al principio íbamos por cuatro funciones y no sabíamos si iba a gustar o no. Aunque siempre estuve muy satisfecho del resultado, porque las historias que yo cuento en el teatro empiezo por contármelas a mí, es lo fundamental, quizá suena muy egoísta, pero es importante que me apasione, que me mueva e inmediatamente después contagiar al equipo de trabajo y convencer a mi actriz de qué es importante lo que estamos diciendo, que tiene un valor y tenemos que hacer el trabajo con amor, que la vida se nos vaya en contra de la mejor manera esta historia. Y así sucedió con mis compañeras que le han dado vida a Lala y con la compañía productora Tres Tristes Tigres”.
Pero “Wences y Lala” no deja de sorprender. No es una casualidad que los actores y actrices que acuden a verla se metan en la piel de los personajes y sueñen con darle vida a alguno de ellos. Eso le pasó a la actriz Fátima Molina, quien aterrizó en el escenario para darle vida a Lala en una nueva temporada. Pero la actriz trae sus credenciales y viene precedida de una carrera con luz propia que se ha robado los aplausos en el cine, las series, la música y la televisión. Pero el teatro no le queda para nada grande y sus tablas escénicas se notan cuando el embrujo de su presencia se planta con fuerza en el entablado: “He tenido la fortuna que las actrices que han interpretado a Lala le ponen toda su creatividad, espiritualidad y entrega. En el caso de Fátima ha sido un lujo. Como director ha sido un placer el descubrir a una persona tan entregada, apasionada, creativa, generosa y sobre todo, buena compañera. Fátima tiene un talento maravilloso que hace que sea muy fácil trabajar con ella y pues creo que ha sido un proceso muy gozoso y estoy seguro que está siendo igual de placentero para quienes vienen a disfrutar esta puesta en escena”.
He tenido muchas emociones encontradas. Yo ya había visto varias veces la obra y siempre me fascinó. Ya había tenido un acercamiento con Adrián para ver la posibilidad de trabajar juntos y al fin lo logramos”.
Fátima Molina, actriz.
Fátima escucha al director y actor con una sonrisa de oreja a oreja. En la locura del proceso creativo, no habían tenido tiempo de decirse lo mucho que se admiran y ahora es tiempo de que ella tome la palabra: “He tenido muchas emociones encontradas. Yo ya había visto varias veces la obra y siempre me fascinó. Ya había tenido un acercamiento con Adrián para ver la posibilidad de trabajar juntos y al fin lo logramos. Pero debo admitir que cuando me ofreció hacer ‘Wences y Lala’ me sorprendió un montón. Además, fue complicado porque yo estaba haciendo una serie y tenía muy poco tiempo para aprenderla y Adrián también estaba en otra serie y empezó mi nervio en todos los sentidos, porque yo decía: ‘No sé si voy a llegar, no sé si lo voy a logar’. Yo lo único que pedía era más tiempo, pero no lo teníamos y me aventé al ruedo. Adrián me pidió que confiara en él y aunque hubo momentos duros donde él me vio llorar, la realidad es que fue como él dijo. Yo me dejé llevar y puse toda mi confianza en su trabajo, además hoy puedo decir que no sólo lo admiro mucho, ahora puedo decir que lo quiero. Ha sido una sorpresa muy bonita trabajar con Adrián dentro de todo el nervio y el estrés que implicó subirme al escenario. La obra ha sido un gran regalo para mí en este año que termina. Además, disfrutamos cada función, porque cada una es diferente y divertida y aunque las notas no se acaban, eso es lo bonito del teatro, que se construye cada día, que está vivo y me hace venir muy emocionada a ver qué va a pasar en cada función”.
Fátima también es norteña y además no canta mal las rancheras. Su personaje, al contrario de Wences, es una parlanchina, una mujer que habla hasta por los ojos y además tiene encanto y hace reír. Lala es una narradora nata, sabe cómo dar en el blanco de las emociones y cómo echarse al público a la bolsa. Por eso a nadie le cabe la menor duda del por qué ese hombre que tiene a su lado cayó rendido a sus pies y la tomó de la mano hasta el último suspiro. Pero Lala no sólo cuenta como les fue a los dos en la feria, también se da el tiempo para cantar, para llorar, para reír a carcajadas y celebrar una vida plena con la que está en paz y a la que tampoco le pide nada: “Supongo que mucho de la energía que tiene Lala, se debe en gran parte a mis raíces en ‘La Baja’. Hay muchos referentes que yo platicaba con Adrián que vienen de nuestra tierra y creo que eso hace a mi personaje algo diferente y único. Porque el trabajar con él como director fue genial porque me dejó ponerle mi sello. Y es que no siempre puedes tener la dicha de que un director te escuche y haya esa sinergia. Eso fue algo que yo aprecié muchísimo y me hizo sentir mucha confianza para aportar algo nuevo”.
Un canto a la vida, así es como Fátima resume esta pieza teatral que ha roto fronteras y que la actriz hace bien en decir que no sólo se trata de una historia de dos norteños en medio de la violencia, se trata de un relato de amor que puede trasladarse a cualquier lugar: “Lo que más me gusta a mí y lo que más me conectó, no es nada más que sea una historia de amor de una pareja norteña. Honestamente, creo que encajaría en cualquier lado y tocaría igual a los espectadores si la pareja fuera sureña. El texto tiene ese plus de ser una historia muy linda y encantadora. Pero lo que más me gusta es que si bien todo el mundo piensa que es una declaración de amor entre estos dos personajes, a mí me parece que ‘Wences y Lala’ es una declaración de amor a la vida. Tú sales de ahí diciendo ‘ahora sí me voy a poner a vivir la vida con intensidad’. La obra es una gran inyección y es lo que a mí me gustó desde la primera vez que la vi, honestamente creo que va más allá del amor de esos dos grandes personajes”.
Fátima lo dice tan convencida que nos deja a todos callados, reflexionando sobre sus palabras y sobre el mensaje que queda en el aire cuando la obra se termina. Ese encanto se acaba únicamente cuando todos se ponen de pie para ovacionarla, es tanta la euforia que estaría de más que les pidieran a los espectadores que la recomendaran: “Se trata de una declaración de amor y una petición a vivir el presente. Quien venga va a reír, va a llorar y sobre todo va a empatizar con estos dos personajes tan peculiares y tan entrañables. Quien venga no se va a arrepentir, la va a disfrutar y en algo va a conectar”.
El director respira hondo con las palabras de su actriz y hace un apunte final que va en la misma dirección: “Yo diría que ante todo es una comedia, que se van a pasar un rato muy divertido, van a reír mucho, pero probablemente se van a conmover, que toca temas y fibras que nos duelen como mexicanos, pero es una obra sanadora que nos hará pasar un gran rato y salir aliviados y más ligeros”.
NO SE LA PIERDAN
Lugar: La Teatrería
Del 14 de octubre al 17 de diciembre de 2023.
Dramaturgia: Adrián Vázquez.
Dirección: Adrián Vázquez.
Elenco: Adrián Vázquez y Fátima Molina
¿DÓNDE VERLA?
Horarios: sábado 20:00 horas y domingo 18:00 horas.
Duración aproximada: 90 minutos
Clasificación: Adolescentes y adultos
Boletos: Entrada general $550. De venta en taquilla y lateatreria.boletosenlinea.events Haz clic aquí para comprar con ¡20% de descuento, De $550 a sólo $440!