El mes de noviembre fue el marco perfecto para que Guns N’ Roses entregara casi cuatro horas de descarga musical ante un público que viajó en el tiempo y al fin pudo tener a sus ídolos frente a frente para recordar viejas batallas y corearlos a todo pulmón
Dicen que lo que extrañas ya no existe, pero este no es el caso. Guns N’ Roses, a pesar de su disipada vida de rockstars, siguen vivitos, coleando y lo mejor de todo: Arriba del escenario. No por nada verlos en vivo se trata de un acto de magia, de un viaje al pasado, de nostalgia pura. Su concierto de este domingo en el cierre del Hell & Heaven fue el pretexto perfecto para aventar las redes de la memoria y tomar de la mano a tu niño o adolescente interior y juntos corear, a grito tendido, esas rolitas que te hicieron soñar, seas hombre o mujer, con que uno de esos dos animales mitológicos arriba del escenario (Slash y Axl Rose) eran tus novios y entrabas de su mano al altar mientras sonaba el piano de ‘November Rain’.
Y es que la lluvia musical de la emblemática banda de Hard Rock cayó, justo en noviembre, sobre más de 150 mil almas que se dieron cita en el Foro Dinámico Pegaso en Toluca. La locura que generó este concierto no era para menos, se trataba de la última parada de la gira de GNR en 2023 y el cierre de un encuentro musical que reunió a lo más selecto del metal en un país en el que este género musical tiene hordas de seguidores y son fieles a este encuentro de guitarras distorsionadas y melenas azotando al piso.
Con unos minutos de retraso, que no hicieron más que generar más expectación de una audiencia que estaba rendida ante ese templo que estaba por tocar sus campanas y arrancar con un culto pagano donde, en lugar de una cruz, todos se pusieron de rodillas y se santiguaron ante una imagen en lo alto que mostraba un par de pistolas coronadas con rosas y espinas. Blasfemia dirían algunos, endiosamiento dirían los invitados a esa liturgia que arrancó con los acordes de una guitarra distorsionada operada por un tal Slash que, como el flautista de Hamelin, se robó y manejó a sus anchas, las almas de todos los ahí presentes.
Cuando salió el elenco completo la primera ovación no se hizo esperar y es que esta gira tiene la particularidad de haber reunido también a Duff McKagan, quien ya con los egos apaciguados de toda la compañía, se sumó a un tour donde hay un contundente showman (Axl Rose) que apenas salió corriendo, la audiencia ya lo traía en hombros como si hubiera cortado rabo y orejas y eso que aún no terminaba el estruendo del primer tema de la noche que no podía tener mejor título: “It’s So Easy”.
El sonido de una armónica anunció “Bad Obsession”, que sirvió de marco ante las reverencias y las miradas de amor que recibían esas dos figuras centrales de la banda: Slash y Axl Rose, los dos con el porte y el donaire de sus mejores años, pero con unos agregados que no les quitan una pizca de dignidad: Una papada recién adquirida por Slash que salía a relucir en cada close up, la clásica pancita caguamera de Axl y los signos de la edad que han sido benévolos con un par que se metió por la nariz hasta las cenizas de un muerto.
De ahí en fuera todo en completo órden. Una guitarra que aguanta solos y regala riffs inolvidables, unas cuerdas vocales que si bien ya no alcanza esos emblemáticos agudos, si los andaba rasguñando y un bajo que los siguió por esos parajes lleno de furia y claro, una batería joven que hacía que se estremeciera todo por dentro de una audiencia que ya coreaban “Chinesse Democracy”, luego “Slither” y “Mr. Brownstone”.
El primer disparo al corazón llegó con la clásica guitarra introductoria de “Welcome to the Jungle”. El Foro Pegaso se olvidó del frente frío y los saltos y diablitos en las manos no se hicieron esperar, mientras del escenario salía fuego y las luces daban vueltas sobre una banda que estaba cegada de ese trance en el que entró un público enloquecido.
“Todavía se rifa bien machín el viejito”, dijo una chica que estaba acompañada de fans de la vieja guardia, quienes no la dejaron terminar cuando le espetaron un: “Él puede hacer lo que quiera, es un grande, un rockstar hecho y derecho, uno de los ‘show mans’ más célebres del rock en el mundo”, y ella ya no se atrevió a poner en duda nada de esa comunión con los dioses del hard rock. Nunca, durante todo el encuentro, la fila para la cerveza, la comida y los baños estuvieron tan vacíos y mira que esa tarde el festival tuvo a grandes personajes del cuadro de honor del rock en sus cinco escenarios: Billy Idol, Rata Blanca, Floggin Molly y Mudvayne y Tiger Army, entre otros.
Pero esa noche, todas las miradas estaban ante un grupo que vio por primera vez la luz en 1985 y que durante finales de esa década y todos los años 90’s se hicieron de un nombre, una reputación y una mala fama que no podía más que abonar al endiosamiento mundial de una banda que todo mundo quería corear en vivo antes de que alguno pasara a mejor vida gracias a sus múltiples excesos. El propio Slash contó cómo tuvo un paro cardíaco de unos minutos gracias a una combinación de cocaína y heroína llamada “Speedball”.
Pero la noche del domingo estaba frente a todos en un país que les prende veladora. Ahí estaban sus manos arrugadas aferradas a su poderosa guitarra como un ejemplo de que lo que no te mata, te hace más fuerte, aventando notas para que la audiencia más clavada no dejara de corear: “Hard Skool”, “Reckles Life”, “Absurd”, “Estrange”, “You Could be Mine” y “Live and Let Die”, que si bien todos estos temas tienen de su lado a un carismático vocalista, no serían nada sin la guitarra de este hombre que está considerado no sólo como un ‘sex symbol’, sino como una de las manos más potentes, veloces y certeras en la historia del rock mundial.
Y si alguien quiere poner eso en entredicho, ahí estaba lanzando los primeros acordes de un tema que hizo a todos ir a tocar a las puertas del cielo. Y es que cómo no volar con una rola así de emblemática y desgarradora, con ese certero dardo que no sólo viaja al pasado de un héroe cansado, de capa caída, sino también, en el presente te hace querer parar, bajarte del caballo, entregar las armas y sacar cita con San Pedro. La salud mental tan manoseada en el presente, salió a relucir sin mencionarla gracias a “Knockin’ on Heaven’s Door”. Y ahí estaban, escondidas en esa letra, las ganas de querer escapar, perderte y nunca volver, este fue un abrazo de Guns para todos los que se sienten derrotados, tristes y quieren aventar la toalla. Que mejor abrazo que el de la música, que mejor caldito para un alma aporreada que el acompañamiento de una banda que pobló tus soledades y también corrió atrás de tus sueños. Y aquí seguimos enteros, de pie, 20, 30, 40 años después, aventándole chingazos al mundo con el fondo musical de nuestra banda favorita de la juventú.
Y es que sin melena larga, sin paliacate, sin camisa de cuadros amarrada a la cintura, Axl sigue siendo nuestro Axl de antaño y las miradas están sobre él cuando interpreta, con pantalón de charro y con una chamarra con garigoles que recuerdan a un mariachi que perdió a su grupo en una borrachera, potentes rolas como “Rocket Queen”, “Double Talkin’ Jive”, “Civil War” y “Speak Softly Love”.
Pero la magia de este pequeño espacio en el universo, cubierto de un viento frío y con estrellas palpitando de gusto, se hizo sentir con la llegada de uno de los riffs de guitarra más célebres de la historia de la música: “Sweet Child o’ Mine”.
El corazón no podía saltar más arriba, sino lo hubiera hecho, lo que latía adentro no era un sístole ni un diástole, era una metralleta, era un AK47, esa emoción sonaba a balacera dentro de todos. Y con sólo voltear a los lados, era entrañable ver a generaciones enteras abrazadas por el encanto de la música, por el poder absoluto de una canción: El abuelo, los hijos, las nueras, los nietos, las nietas y los disfraces de Slash y de Axl, dejaron ver que, como los buenos vinos, el repertorio de esta banda ha envejecido con bastante dignidad, que sigue de pie, sigue emocionando y arrancando suspiros, gritos y un coro que se volvió monumental: “Where do we go?/Oh, where do we go now?/Now, now, now, now, now, now, now/Sweet child/Sweet child of mine”, cantaba desde lo más profundo del alma un México bilingüe y feliz.
“Ni Juan Gabriel cantó tanto en Bellas Artes”, dijo Edgar Cleto, mi compañero de travesía musical, al percatarse que el grupo llevaba arriba más de tres horas. Pero lo bueno aún estaba por venir con Axl sentado al piano, recordándonos a todos ese video que parecía película y donde el vato más cotizado del rock (Axl) daba su mano a torcer y entraba a la iglesia para desposar a la chica con la que todos soñaban, la modelo Stephanie Seymour. Como olvidar que en este culebrón termina en tragedia y con la guitarra llorando en medio de un western que mostraba a un Slash en su mejor momento, tocando notas oscuras para el compañero viudo y caído en desgracia. El foro pegaso sonaba a triste sinfonía, olía a velorio y se empapaba de una lluvia en un mes que celebra a los muertos. “November Rain” nunca sonó tan triste.
Qué noche, qué rola, qué energía y de nuevo la sensación de que todo podía acabar y podíamos marchar felices de regreso, pero son los Guns N’ Roses y es México y es el final de su gira y es el último de tres días de metal a todo volumen y las luces siguen encendidas y aun falta “Patience”, “Dont Cry”, “Coma” y “Nightrain”.
Y así, luego de una perfecta comunión con su grey, la banda que por casi cuatro horas nos dio una sacudida y nos llevó de visita por el cielo y luego nos hizo internarnos en el infierno, dejó salir los acordes de un tema con el que cerraría un aquelarre donde solo faltaron escobas voladoras. Magia pura y absoluta fue lo que entregó GNR para ponerle punto final y encender los fuegos artificiales en el alma y a las espaldas de un escenario que convirtió al Estado de México en un paraíso de metal.
Y en este lugar de ensueño a donde todos fuimos a dar, la despedida fue dolorosa. “Paradise City” sonó con potencia y fue la alarma para despertar de esa duermevela, para salir de ese territorio llamado nostalgia y fue el tema con el que muchos de los ahí presentes le soltamos la mano y le dijimos adiós a nuestro niño interior y abrazamos con fuerza a nuestro adolescente anarquista. Fue un lujo tenerlos de regreso, fue un placer cantar, bailar y llorar juntos. Fue hermosa esa reconciliación con nosotros mismos teniendo como fondo la música de esa banda que vino a celebrar que sus seguidores somos guerreros, somos sobrevivientes: Quizá ellos ya lo saben, pero no está de más decirles que gracias a su música seguimos soñando, seguimos peleando y seguimos de pie. Gracias Hell & Heaven por enseñarnos, esta mágica noche, que lo que extrañamos aún existe, se llama Guns N’ Roses.