Con las tragedias aflora lo mejor y lo peor del humano
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Cuando me enteré del temblor pensé que ocurrió en el día y la hora menos malos del año: Casi en seguida de un simulacro.
Las personas traían fresco en su memoria el cómo reaccionar. Recordé que en 1985 las imágenes del sismo me hicieron llorar; ahora la información fue más rápida, abundante y… confusa.
Al igual que muchos ciudadanos, sentí la impotencia de estar lejos y no saber cómo ayudar.
Reagendé un vuelo que tenía al día siguiente a la Ciudad de México. La terminal estaba cerrada y además no quería exponer a mi familia a una probable réplica.
La tragedia unió a los mexicanos en una oleada de ayuda solidaria, se organizaron una serie de esfuerzos sin coordinación —o el estorbo— del Gobierno, a causa de que no confían en él.
Fue emotivo ver cómo la ayuda fluyó de todas partes del país y del extranjero.
La mayoría se concentró en lo material, algunos dieron su tiempo para aliviar el sufrimiento que nos purifica, el espiritual: la angustia y la desesperación.
Hay quien dijo que rezar era una pérdida de tiempo.
Vi que las noticias se centraron en el Distrito Federal, olvidaron bastante a estados como Morelos, en donde hay 10 mil casas dañadas. Las imágenes no daban una visión de conjunto.
Una cadena televisora nacional se enfocó en la cobertura del “rescate” de la niña Frida Sofia, en el colegio Rébsamen. Resultó que la niña no existe; la Marina —una de las instituciones con mayor credibilidad entre los mexicanos— tuvo que salir a disculparse.
Los locutores se excusaron con un “se vale equivocarse”. Dijo Lisa Simpson en un episodio de la serie: “Bart Simpson, la idea de un niño atrapado en un pozo, despertó la ternura y la compasión de la comunidad. Cuando se enteren de que los engañaste van a querer rebanarte con navajas oxidadas”.
En lugar de dar una crónica, nos dieron una novela, reality, para buscar más audiencia. Dijo Carlos Monsiváis, “o ya no entiendo lo que está pasando o ya no pasa lo que estaba entendiendo”.
Juan Villoro sí tiene una crónica magistral sobre el terremoto de magnitud 8.8 que vivió en Chile. Se titula “El sabor de la muerte”. Ahí dice Villoro que los mexicanos que sobrevivieron el terremoto de 1985 tienen un sismógrafo en el alma.
Cuando tembló en Chile, Villoro comenta que algo cayó del techo y sintió en la boca un regusto acre. Era polvo, el sabor de la muerte… sintió un ardor en la garganta…
Un terremoto es una radiografía de la honestidad arquitectónica. Se esperaba más de las autoridades, quienes se dedicaron a pedir material a la ciudadanía por medio del Ejército y rescatistas, a través de los medios de comunicación. ¿Y el Fondo para Desastres Naturales?, bien, gracias.
La coordinación de esfuerzos dejó mucho que desear. Los partidos se negaron a dar ni siquiera para una gasa de su presupuesto de 12 mil millones. Y luego por qué la gente no quiere a los partidos.
Con las tragedias aflora lo mejor y lo peor de nosotros, noticias falsas, rumores: “Va a haber un gran terremoto”.
Hubo acusaciones de mal uso de donativos por parte de unos “topos” a otros.
“Según diversos testimonios, toneladas de comida, ropa, artículos de higiene y limpieza se están quedando embodegadas y no llegan a los damnificados. El motivo: ponerle a la ayuda el sello del Gobierno morelense y del DIF estatal”.
Dijo Villoro en su crónica: “Las réplicas más fuertes serán para el Gobierno y para los pobres”.
Todo esto es grave porque afecta la confianza de las personas que buscan ayudar y perjudica a quienes tienen una necesidad real.
Lo cierto es que el Gobierno está rebasado, no tiene la capacidad, ni se prepara con los recursos para enfrentar estas situaciones.
La generosidad y entrega del mexicano fueron dignas de admirarse y reconocerse.