Elogio de la Coca Cola 2/2

Vida
/ 25 septiembre 2016

    Fue inventada o creada como medicina, como un ‘tónico’

    “Se supone que quien toma una botella de Coca-Cola todos los días a una misma hora sucumbe al hechizo de una adicción semejante a la del cigarrillo o el café. Se supone que eso se debe a un ingrediente secreto. Según ciertos entendidos, la Coca-Cola contenía cocaína hasta 1903, y sus orígenes permiten suponer que es cierto.” Las anteriores letras, elogio encendido y fervoroso, al menos, crédulo, son nada menos que del santo patrono de Colombia, Gabriel García Márquez. Las dejó tatuadas para la eternidad en un texto fechado el 14 de octubre de 1981. Amén de hacer un largo y dilatado recorrido por el mundo (el texto transcurre entre La Habana, Cuba; Rusia, Estados Unidos y Colombia), el Gabo lo anuda y teje con el sabor de la Coca-Cola.

    Fue inventada o creada como medicina, como un “tónico”, como bien le acostumbraba decir mi padre cuando yo era un niño. Un cierto doctor Pamberton, boticario y alquimista de Alabama, Georgia (1886), envasaba el líquido en frascos y se expandía en el mostrador de las boticas como remedio para curar todo tipo de males, entre ellos los “dolores menstruales”, “espasmos de vientre”, “cólicos de madrugada.” Mi padre le decía el “tónico de la Coca.” A saber su pócima: batía dos huevos en un vaso grande, le agregaba Coca-Cola fría y para adentro. Ya luego, me llevaba de la mano a la escuela primaria. Este y no otro era mi desayuno.

    Atentos lectores que como usted, me favorece con su lectura dominical, se comunicaron para comentarme de mi elogio de semejante bebida gaseosa. ¿Es mejor la bebida en botella de vidrio o en lata? ¿Es más agradable o de mejor sabor la pequeña botella a la de un litro? No poca cosa, señor lector. El cronista de este diario, don Jesús Carranza, de plano se decantó por la clásica: botella de vidrio, vaciarla en un vaso grande con cuatro-cinco hielos a discreción. Y si es posible, dijo, acompañarla con un buen asado de puerco. El que conocemos como asado de boda. Sin duda, un manjar. 

    Gabriel García Márquez, toda su vida reportero, dejó un texto perfecto en una columna periodística en 1952, “El bebedor de Coca-Cola”, imagino, en franca referencia al famoso cuadro “La bebedora de Ajenjo”, de Picasso. En éste, retrata de cuerpo entero al catalán, al sabio y amigo ibérico exiliado en Colombia que le  sirvió de prototipo para varios de sus personajes de cuento y novela, Ramón Vinyes. El viejo Vinyes bebía café y Coca-Cola. Coca-Cola y café. Amén de ello, dictaba su cátedra y leía. Leía todo lo posible. Era un lector asaz. En su retrato en letra redonda, el Gabo escribe: “En una ocasión dijo que la inteligencia de un hombre no se conocía en sus palabras, ni en sus obras, sino en la cantidad de Coca-Cola que pudiera consumir…”

    Lo vimos la columna pasada, Francis Scott Fitzgerald sufrió amargamente en el final de su vida cuando el médico en turno le prohibió consumir Coca-Cola. Si la inteligencia de un ser humano se mide por las cantidades de refresco que uno se sambute, quien esto escribe debería de ser un sabio. No imagino la vida diaria sin Coca-Cola, en honor a la verdad. Al igual que el gran Fiztgerald, otro escritor y borracho irredento, Tennessee Williams, cuando joven y aún abstemio, bebía con singular alegría Coca-Cola y Ginger ale. Ya luego, llegó a él el placer del alcohol, el cual lo llevaría a la tumba. Su “dieta”, lo escribe en una entrada de su diario, era la siguiente: “dos whiskey en el bar, 3 bebidas en la mañana. Un daiquiri en el Dirty Dick Bar, 3 vasos de vino tinto en el almuerzo y 3 más del vino de la casa en la cena. También dos pastillas de Seconal (un barbitúrico) de momento, y un tranquilizante verde cuyo nombre no sé y uno amarillo…” La “dieta” lo llevó a la tumba en un Hotel en Nueva York en 1983. Tenía 71 años. Pero caray ¿quién no va a morir, beba o no beba alcohol o Coca-Cola?

    No hay una sola bebida alcohólica que mezclada con Coca, no sepa a gloria.   Ignoro porque todo mundo dice que dicho refresco es perjudicial. Alguna vez y viendo un programa de cocina, de esos de los cuales hay decenas en la televisión, vi que un cocinero de bigotes afilados, depositó en un gran peltre un generoso pedazo de carne bien escogido, le vertió un litro de Coca-Cola y lo puso a fuego a cocinar. El resultado y cuando sacó dicho pedazo de carne del perol y a decir de los comensales-público que atiborraban el estudio, a los cuales convidó un pedazo, sabía a gloria. Carne cocinada y hervida con Coca-Cola. Así de complicado o sencillo este platillo.

    Sin duda, la Coca-Cola tiene que ver con escritores. ¿Sabe usted quien es el autor de uno de los más famosos slogan de publicidad, aquel de “Coca-Cola, la chispa de la vida”? es del poeta y cineasta Jomi García Ascot, sí, amigo personal de Gabriel García Márquez a quien dedicó la mítica novela “Cien años de Soledad”… Volveré al tema.

     

     

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