Rayados: el futbol tiene memoria
COMPARTIR
TEMAS
A Rayados le llevará tiempo digerir esta última Final. No tanto por el resultado de la serie, sino por cómo la perdió. El futbol le descargó toda su crueldad en esa última jugada que cerró la función.
El gol de Guzmán al 93’ fue un deja vú de aquella anotación de Jara que adelantó al Pachuca en la ida. Centro de izquierda a derecha, descuido en la marca, cabezazo y gol. Basanta y Castillo, la misma mala ubicación. Ventajas mortales por aire, un déficit de larga data y sin solución.
Tomándole distancia al tsunami de lágrimas que provocó el empate Tuzo, realzado por aquello de los 10 hombres y en tiempo de compensación, lo de Pachuca fue heroico y excepcional.
Se topó con un título que el domingo regateó, es cierto, pero, si vamos al caso, Rayados tampoco lo supo ganar. Es aquí, en todo caso, donde se argumenta la frustración de Mohamed, los jugadores y aficionados. La impotencia los consumió.
El derrumbe emocional y futbolístico de Rayados se produjo mucho antes del gol de Guzmán. Contrario a buscar ser más eficiente, el equipo se sobrevaloró después la expulsión de Mosquera.
Creyó que ya tenía todo ganado sin jugar. Se desentendió del mapa del partido y se olvidó de los riegos que ofrece esa sensación de seguridad por tener un hombre más. Este suele ser el peor escenario si no se lo sabe administrar. Cada jugador considera ser él es el que sobra y se pierde la combustión grupal.
Por lo tanto, con superioridad numérica, Rayados se autocensuró. Creyó que le alcanzaba con dominar para ganar por default, cuando en realidad necesitaba diversificar los recursos, apretar más y hacer valer su capacidad. Creyó, en definitiva, que podía, pero no lo demostró cuando lo debía confirmar.
Esta autopsia de cómo se autodestruyó Rayados fue una foto de lo que ha sido la Liguilla para el superlíder. Un equipo altamente voluble e incapaz de mantener una congruencia emocional y deportiva. Terminó enredado en su propia trampa, esa de derrochar solvencia y de entrar en estados relajados que lo han orillado a cometer descuidos inocentes. El futbol tiene memoria y al final del día, se las cobró.
El futbol le hizo pagar a Rayados una costosa multa por sus oscilaciones y cierta indiferencia. Al equipo le faltó la humildad que sí tuvo el Pachuca para resistir. La humildad genera compromiso; la altanería, lo disuelve.
Este Rayados de traje fino, de talla ancha, de ambiciones altas y de números históricos se quedó vacío. Del subcampeonato nadie se acuerda. Llegar hasta la Final y no ganarla, jamás será un logro. Es un fracaso.
Nadie le podrá discutir la autenticidad de los números al equipo de Mohamed en la fase regular, pero tampoco se puede desconocer que ha tenido una muy cuestionable Liguilla. Cargó con la etiqueta de ser el mejor equipo del torneo sin poder sostenerlo. El suceso del domingo fue una consecuencia directa a sus marcadas ondulaciones.
Lo le pasó a Rayados no ha sido obra de la casualidad, sino un hijo de la inestabilidad en una Liguilla de pesadilla. En lo futbolístico y emocional. Una inestabilidad que ha prolongado la sequía de títulos y que mantiene elevado en el estatus de prócer la imagen de Vucetich.
Este Rayados se ha reencontrado con aquella huella que alguna vez lo condujo a la gloria, pero no la supo dominar. Su techo aún está muy lejos si la intención, como dicen, es acostumbrarse a ganar más.
Por lo pronto, más allá de los números históricos, no puede presumir nada. Todo sigue como entonces para el Monterrey: en un estado puro de esterilidad.