“A Trump había que decirle que muchos latinos le odian”: Jorge Ramos

Internacional
/ 4 noviembre 2015

Se considera un inmigrante más entre los 55 millones de hispanos. Hace poco cuestionó los delirios xenófobos de Donald Trump en un tenso cara a cara

El periodista Jorge Ramos solo entiende el oficio desde el compromiso, casi como si tuviera una misión redentora que no puede y no quiere esquivar. Nacido en México hace 57 años, vive desde 1983 en Estados Unidos, donde con esfuerzo, talento y coraje se ha situado entre los personajes más influyentes del país. Sus palabras, nítidas y precisas, atruenan desde los informativos de la cadena hispana Univisión, en un ejercicio diario de independencia y crítica al poder sin importar el color político. Temido por unos pocos, vituperado por otros tantos y respetado por una mayoría, Ramos se ha convertido en la conciencia hispana de Estados Unidos. Es una de las voces más representativas de los 55 millones de hispanos que viven en el país, pero es, sobre todo, la voz de los 11 millones de indocumentados que residen en la primera potencia mundial.

La causa de los inmigrantes es su causa. En esa clave hay que entender el célebre enfrentamiento que tuvo con el magnate Donald Trump, que aspira a ser el candidato republicano en las elecciones estadounidenses del próximo año y cuyo discurso xenófobo ha monopolizado la precampaña. Ramos le dijo en la cara a Trump que sus propuestas de deportar a los 11 millones de sin papeles o de construir un muro en la frontera con México son imposibles de cumplir. Se le ha reprochado que actuara más como un activista que como un periodista, pero él no tiene dudas: hizo lo correcto.

¿Qué significa hoy ser hispano en Estados Unidos? Significa tener más peso que antes. Hemos pasado de ser invisibles a ser visibles y a tener poder. Esto es nuevo porque hasta hace poco los hispanos casi no contaban, no tenían influencia. Cuando yo llegué en 1983 había 15 millones de hispanos, ahora hay 55 y dentro de 35 años seremos más de 100. Influimos en la música, la comida, la forma en que se habla, la economía y la política…, en todo. Sin los latinos, este país no se mueve. Hay una nueva regla en la política de Estados Unidos: sin esta comunidad, nadie llega a la Casa Blanca.

¿Qué ha permitido ese cambio? Son fundamentalmente dos cosas. Primero, los números. Es una ola demográfica, la ola latina es abrumadora. Actualmente somos el 18% de la población y vamos a ser un tercio en 35 años. Sencillamente somos muchos y cada vez seremos más. Hay una anécdota muy linda. A principios del siglo pasado había parques y tiendas en California y Arizona en los que se decía: “Prohibida la entrada a perros y mexicanos”. Hoy los hispanos tienen sus propios negocios con letreros donde pone “We speak English”. Es un cambio genial. La segunda gran transformación es que los hispanos nos hemos convencido de que todo es posible en Estados Unidos. Creemos que el sueño americano es algo que se puede tocar.

Usted es considerado una de las personalidades más influyentes del país. ¿Cómo gestiona este hecho, en el que se mezclarán vanidad, responsabilidad, vértigo…? El problema en Estados Unidos es que no hay representación política para los latinos. Somos 55 millones y solo tenemos tres senadores. Somos una población mucho mayor que la de España y casi no hay políticos que nos representen. A los periodistas latinos nos ha tocado la doble función de reportar como cualquier otro periodista en cualquier parte del mundo y, a la vez, hablar por los que no tienen voz. Tenemos una función periodística y una social. Estamos hablando de 11 millones de personas indocumentadas en este país a las que nadie representa.

¿No es demasiada carga asumir la voz de los 11 millones de personas indocumentadas que viven en Estados Unidos? Lo que pasa es que yo soy igual que ellos. A fin de cuentas, únicamente soy un tal. En mi cuenta de Twitter, primero me defino como inmigrante y luego como periodista. La única diferencia con los inmigrantes que no tienen voz es que yo poseo un pequeño papel del tamaño de una de mis manos que dice que estoy legalmente en este país. La otra diferencia es que puedo salir en televisión y decir cosas, en inglés y en español, que muchos de ellos no pueden.

Las imágenes de su enfrentamiento con Donald Trump dieron la vuelta al mundo. ¿Ha vuelto a ver el momento? Cada vez que entro en Internet me tropiezo con ellas. Y algunas veces las vuelvo a escuchar.

¿Y qué piensa? Que hice lo correcto. Hice tres cosas que estuvieron bien. Lo primero, enfrentarme a Trump. Había que decirle en su cara que muchos latinos le odian. Segundo, que hice la pregunta de pie. Estaba convencido de que si hacía la pregunta sentado, iba a haber una disparidad del lenguaje corporal. Y tercero, hice bien en no irme hasta que acabé todas las preguntas. La televisión hay que producirla, nada ocurre porque sí. Estábamos buscando un momento para enfrentarnos al hombre que más odian los inmigrantes en este país. Previamente le había enviado una carta manuscrita, de esas que ya no se hacen, y le puse mi teléfono móvil. Él lo publicó en Internet y tuve que cambiar el número. A partir de entonces estuvimos planeando cómo hablar con él y hacerle todas las preguntas que estaba tratando de evitar.

Para los inmigrantes se convirtió en un héroe, pero también recibió críticas que sostenían que se comportó más como un activista que como un periodista. Entiendo esas críticas, pero lo único que hicieron fue reforzar mi convicción de que el mejor periodismo se hace cuando tomas postura frente al racismo, la discriminación, la corrupción, las mentiras públicas, las dictaduras y los derechos humanos. Si como periodista no tomamos partido en estas seis áreas, no estamos haciendo bien nuestro trabajo. No puedes entrevistar a un dictador y hacerle la misma entrevista que a una víctima. No puedes tratar igual a un Gobierno que ha violado los derechos humanos que a los familiares de los desaparecidos. Y a Trump no puedes tratarlo igual que a los demás políticos cuando está discriminando y atacando a tus vecinos, a tus amigos y a tus hijos. El mejor periodismo se hace cuando los periodistas toman partido. En Estados Unidos tenemos el caso de los reporteros de The Washington Post que obligaron a la renuncia de Nixon, o el de Anderson Cooper, que denunció la gestión del Gobierno tras el paso del huracán Katrina. Tenemos a Oriana Fallaci, la gran periodista italiana, o a Elena Poniatowska, la maravillosa maestra a la que hay que agradecer que sepamos lo que pasó en la masacre de 1968 en México.

¿El periodismo exige no solo narraciones asépticas, sino mancharse las manos? Sí, incluye enlodarse, meterse a fondo en un tema y luego tomar la decisión ética de no ser neutral. La neutralidad que nos han inculcado en las escuelas de periodismo me parece que está muy bien como primer paso. Si son dos muertos, decir que son dos muertos. Si es rojo, decir que es rojo. Hay que ser precisos, pero el segundo paso es tomar partido, no en todos los casos, pero sí tomar partido.

¿Está perdida la causa de los inmigrantes indocumentados? No, es una causa que ya hemos ganado. Trump es el último candidato que se atreverá a proponer la expulsión de 11 millones de inmigrantes. Es una estupidez, una idea vieja que da votos temporalmente, pero que a la larga no va a funcionar.

Usted arrancó un compromiso a Barack Obama sobre la reforma migratoria que no ha cumplido. ¿Le ha decepcionado? Estoy desilusionado con Obama por dos cosas. Primero, por no cumplir la promesa de presentar una ley migratoria en su primer año de gobierno. Nos lo prometió y no cumplió. Y la segunda razón es porque ha deportado a más inmigrantes, 2,4 millones, que cualquier otro presidente en la historia de Estados Unidos. A pesar de que agradezco que apoye una reforma migratoria, se equivocó al no cumplir su promesa y erró terriblemente al destruir a miles de familias hispanas.

¿No ha podido o no ha querido? No creo a los presidentes, que son casi todopoderosos, cuando dicen que no pueden. Obama pudo y no quiso. En su primer año controlaba la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso. Hay mil excusas –la crisis, que Estados Unidos está involucrado en dos guerras–, pero pudo haberlo hecho y no lo hizo.

¿Por qué cala en una parte de la sociedad estadounidense el discurso xenófobo de Trump? No hay que buscar explicaciones marcianas a su popularidad. La triste explicación es que hay millones de estadounidenses que piensan como él, que odian a los inmigrantes y que nos quieren fuera de aquí. Están asustados. Ellos tienen miedo de que su país blanco desaparezca. Y no se han dado cuenta de que ese país ya no existe. Estados Unidos es un país multirracial, multiétnico, multicultural, y esa mezcla de colores y acentos es algo que a muchos les cuesta. En 2055, Estados Unidos va a ser un país de minorías y los blancos serán una más. Este proceso es irreversible.

Sorprende que casi nadie desde el mundo de la política haya plantado cara a Trump por su discurso xenófobo. Los políticos le tuvieron tanto miedo que no se atrevieron con él. La Casa Blanca no dijo nada, el Gobierno mexicano no se atrevió a hablar fuertemente, los políticos tradicionales tampoco. Los primeros que se atrevieron fueron el actor chileno Cristián de la Fuente y el cantante colombiano J Balvin, que se negaron a participar en el evento programado para su concurso de Miss USA.

Esto ocurre en Estados Unidos, pero en Europa, con democracias también asentadas, tampoco se sabe cómo abordar fenómenos como la inmigración. La reciente crisis de los refugiados ha dejado a los Gobiernos atónitos. En ese sentido, Europa y Estados Unidos afrontan un problema común con orígenes totalmente distintos. Ante los inmigrantes, la respuesta solo puede ser una: hay que protegerlos. Las grandes naciones se definen no por como tratan a los ricos y poderosos, sino por la forma en que tratan a los más vulnerables, en este caso los inmigrantes. No nos podemos equivocar. A los más débiles hay que cuidarlos más. Y los más débiles, en Estados Unidos y en Europa, son los inmigrantes. No hay moral ni éticamente otra respuesta posible. No podemos devolverlos a que los maten, a un país donde van a durar vivos horas. No podemos hacer eso, aunque nos cueste, aunque haya que cambiar las leyes, aunque haya sectores de la población que digan que no.

El próximo año hay elecciones en Estados Unidos. ¿Qué ve más cerca, una mujer o un latino en la Casa Blanca? No sé, pero me parece maravilloso que por primera vez en la historia haya dos latinos, los senadores republicanos Ted Cruz y Marco Rubio, dos hijos de inmigrantes, buscando la presidencia. Uno de mis grandes sueños es acudir a la Casa Blanca a la toma de posesión del primer presidente latino. Tengo 57 años y creo que ese momento me va a tocar.

No le gusta que le comparen con el histórico Walter Cronkite y se siente más identificado con Oriana Fallaci. ¿Por qué? Crecí con Oriana Fallaci y su libro Entrevista con la historia. Crecí con esa Fallaci que cuestionaba a los poderosos con preguntas incómodas, que no se iba con una pregunta pendiente y estaba dispuesta a pelear y dejar jirones del alma en cada entrevista. A los poderosos hay que entrevistarlos así, pensando que nunca más vas a volver a hablar con ellos, que tienes una sola oportunidad y que si tú no haces las preguntas incómodas, nadie más las va a hacer. La Fallaci de los últimos años, la que se convirtió en antimusulmana, la desconozco. La primera me inspiró. En la guerra del golfo Pérsico me la encontré en un hotel en Dhahran, en Arabia Saudí, y cuando junté el valor para decirle que gracias a ella soy periodista, se subió en un autobús y se fue a la zona de guerra. Nunca más la vi. Ahí aprendí que nunca debes quedarte con ganas de hacer una pregunta.

Ha hablado con los principales dirigentes mundiales. ¿Tiene alguna espina clavada, alguien a quien le habría gustado o le gustaría entrevistar? Una vez conversé 63 segundos con Fidel Castro. Me faltaron los otros 15 minutos. Soy agnóstico y encontré en el periodismo el lugar perfecto para un agnóstico, alguien que siempre duda de todo. Pero me falta el Papa. ¿Cuándo vamos a volver a tener un Papa que hable español? Espero con ansia poder hablar con el Papa. Los anteriores no se dejaban entrevistar, pero este sí. Una vez tuve una entrevista muy dura con un cardenal al que acusaba de encubrir actos de abusos sexuales y creo que no soy bien recibido en el Vaticano.

Su padre quería que fuese abogado o arquitecto y llegó al periodismo un poco por casualidad. Mi papá quería que fuera arquitecto como él, ingeniero, abogado o doctor. Para él, eran las únicas profesiones legítimas. Cuando dije que quería ser periodista, me dijo: “¿Qué vas a hacer con eso?”. Y recuerdo el “eso” con particular viveza porque me estaba diciendo que mi decisión era una locura. Quizá tenía razón en que el periodismo es una locura. ¿Qué profesión te permite ser testigo de los grandes cambios en el mundo y conocer a las personas que hacen esos cambios? Es una locura meterse en zonas de guerra cuando la gente sale de ahí o enfrentarse a políticos a los que se tiene miedo. Es una locura maravillosa y no la cambiaría por nada.

Dejó México hace más de treinta años porque fue censurado. ¿Cómo recuerda aquella época, el desarraigo de su país y su llegada a Estados Unidos? En mi tercer reportaje para la televisión quise hacer una historia sobre el autoritarismo de los presidentes. En esa época, en los ochenta, en México los presidentes escogían a dedazo a su sucesor. Las elecciones no importaban. Y cuando propuse hacer el reportaje, el entonces director del programa me dijo que cómo se me ocurría hacer semejante cosa. Trataron de cambiarlo, querían que leyera otro texto, y finalmente renuncié. Guardé mucho tiempo esa carta de renuncia con orgullo. Vendí mi auto, conseguí 2.000 dólares y me vine como estudiante a Estados Unidos. Recuerdo llegar al aeropuerto de Los Ángeles el 2 de enero de 1983 y todo lo que tenía lo podía cargar con mis dos manos: una guitarra, una maleta y un portafolios. Recuerdo salir del aeropuerto, el atardecer, una sensación de libertad que no he vuelto a tener. Nunca en Estados Unidos me han censurado nada ni prohibido hacer una pregunta. En ese sentido, es mi trinchera. Puedo ir a México, hacer preguntas a presidentes corruptos, regresar a Estados Unidos y tener una vida normal, sin guardaespaldas, sin que me maten. Si me hubiera quedado en México, no sé qué hubiera ocurrido. En la última década han asesinado a más de ochenta periodistas. Estados Unidos me ha proporcionado las oportunidades que mi país de origen, México, no me ha dado.

Ha sido muy crítico con el Gobierno mexicano tras el informe que desmonta la versión oficial de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Guerrero. ¿Le ha defraudado Peña Nieto? México me duele mucho y Peña Nieto ha sido un terrible presidente en términos de derechos humanos y corrupción. ¿Cómo es posible que desaparezcan 43 estudiantes y que un año después no se sepa dónde están? ¿Cómo es posible que la esposa del presidente compre una casa de siete millones de dólares [6,2 millones de euros] a un contratista gubernamental y no pase absolutamente nada? Es inaceptable, y yo me pregunto dónde están los indignados en México. En Guatemala han dado un ejemplo maravilloso de cómo se lucha contra la corrupción. Creo que en México hay que invitar a una comisión internacional para que investigue la corrupción y los derechos humanos porque está clarísimo que el Gobierno no lo va a hacer. Más de 40.000 personas han muerto desde que Peña Nieto llegó al poder y México está en uno de sus peores momentos.

Ha hablado de los indignados. ¿Está fallando la fortaleza de la sociedad civil? No, la culpa no es de la sociedad civil. Estamos ante un Gobierno muy corrupto que trata de imponerse. Pero México no es sus gobernantes, y cada vez hay más señales de que la sociedad civil, periodistas, artistas y escritores, no está dispuesta a callarse. El Gobierno conoce muy bien cómo abusar de su poder, pero los mexicanos están cansados.

Lleva más de tres décadas en Estados Unidos, pero siempre está atento a lo que ocurre en América Latina. Males como la corrupción, la violencia, la inestabilidad política y económica no terminan de mitigarse. Veo tres problemas en América Latina. Uno, a pesar de que formalmente la mayor parte de los países vive en democracia, hay una terrible tendencia a acumular el poder. Nuestros presidentes se sienten todopoderosos. Tienes Ecuador, Venezuela, Nicaragua o Argentina. Tienes luego la dictadura cubana y al PRI en México. A pesar de la democracia, seguimos teniendo caudillos, y eso es un lastre terrible. El segundo problema es que hay grupos que no quieren dejar el poder, y esto ha generado verdaderos sistemas de corrupción casi imposibles de romper. Y tercero, para echarla a perder, como decimos en México, tienes a los narcotraficantes. En Estados Unidos hay más de 20 millones de consumidores de drogas y la única forma de recibir esas drogas es a través de América Latina. Si tienes esas tendencias autoritarias, la corrupción y el narcotráfico, la combinación es casi imposible de superar. Por eso en América Latina corremos el riesgo de otra década perdida.

Ha dicho en alguna ocasión que el inglés es el idioma del poder. ¿Qué futuro le ve al español en Estados Unidos? El inglés sigue siendo el idioma del poder, pero ya hay partes de EE UU que son bilingües. Si caminas por zonas de Miami, Chicago, Nueva York o Los Ángeles te das cuenta de que se habla más español que inglés. Algunos de los programas de televisión más vistos y de las estaciones de radio más escuchadas son en español. Los latinos hemos logrado que el español se quede para siempre en este país. Es más, creo que los que hablamos español en Estados Unidos podemos aportar mucho más al diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que los de otros países debido a los grandes cambios tecnológicos aquí. He escuchado palabras impresionantes, como tuitear o feisbuquear.

Por Luis Barbero / El País

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