¿Y?
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Pocos tienen los tamaños para pararse de frente al público y hacer del conocimiento de todos sus convicciones
¿Y?, ¿Y?, ¿Y? Enfrentaba los cuestionamientos de los reporteros con las tablas de quien sabe que responder con otra pregunta te saca de un atolladero, pregunta que, con una sola letra abarcaba toda la impotencia y frustración de saber que ni toda la saliva y argumentos del mundo, serían suficientes para darle gusto a una sociedad ávida de vivir vidas ajenas, necesitada de trascender a través de otros, alimentada hábilmente para buscar la carroña que alguien más va dejando a su paso.
Años antes había tenido un penoso incidente cuando, en el programa dominical más visto de nuestro país, al hacer una reverencia cuando finalizaba de cantar y teniendo el micrófono entre sus manos cruzadas en la parte baja de su espalda, dejó salir un increíble y sonoro gas producto seguramente de algo que habría comido. El carismático y experimentado conductor de espectáculos poco pudo hacer para disimular el hecho de su invitada y seguro que hoy le dan gracias a dios de que en ese tiempo no existieran las redes sociales, vaya, ni siquiera el internet.
Ya ubicaste a Lucero. Recordarás también que más recientemente fueron publicadas fotos de ella posando con algún exótico animal muerto en una cacería deportiva, para lo que también hubo de salir a dar amplias explicaciones de la sustentabilidad ecológica que la caza cinegética provee; así como hace solo unos meses diera la cara una vez más para hacer por la causa del Teletón y desmentir los dichos de que ella habría despotricado en contra de esa iniciativa cargada de responsabilidad social, más que de exenciones fiscales.
Y como diría Lucero, ¿Y?, ¿A qué viene todo esto? Bueno, pues viene en principio de la enfermiza respuesta que los cibernautas dieron a una noticia publicada por Vanguardia en la semana, nota en la que se comunicaba que, alrededor de medio centenar de jóvenes saltillenses, en días pasados decidieron acogerse a una especie de pacto de castidad o pureza como promesa para guardar su virginidad hasta el matrimonio. La peculiar ceremonia fue auspiciada por una activa y dinámica Iglesia de una religión hermana a la mía.
La medida que los jóvenes cristianos decidieron adoptar no deja margen a crítica destructiva. Tomar una decisión como esa muestra no solo la valentía de estos muchachos y jovencitas ante un mundo que deshecha lo virtuoso y privilegia lo inmediato, sino que también nos demuestran una convicción personalísima de querer distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo cierto y lo falso, entre el instinto y la razón. Porque, una cosa es lo que el mundo hediondo grite entre el mundanal ruido, y una muy distinta lo que tu conciencia te machaque en voz baja dentro de ese silencio en el que sólo tú puedes escucharte.
Claro, nuestra solvencia moral, espiritual y académica no da para mucho, así que no vamos a erigirnos aquí como el árbol que da moras ni como dueños de la verdad, pero si debemos hacer notar nuestra voz cuando tanta gente destructiva brota de quien-sabe-dónde para despedazar los buenos intentos de gente que busca un mundo mejor, y que entiende que un mundo mejor es posible con familias mejores, y que sabe que familias mejores se forman con personas mejores, y que individuos mejores se forman en base al autocontrol, al apego a normas éticas, a la observancia de códigos de conducta; y si, aunque muchos rezonguen, pataleen y se empeñen en ver el punto negro en la hoja blanca, los dogmas de las religiones frecuentemente te acercan más al buen comportamiento que las normas de los Estados y los cambiantes convencionalismos sociales de nuestra civilización.
Y claro que por supuesto que desde luego que sí, esos pocos que tienen los tamaños para pararse de frente al público y hacer del conocimiento de todos sus convicciones, creencias y compromisos, corren el riesgo de caer en un error en cualquier lugar del incierto futuro, error que sería ruidosamente celebrado y señalado por aquellos que hoy son críticos de butaca y que gustosamente dirían: se los dije.
Pero, aun con todas las implicaciones de hacer públicas nuestras opiniones, habremos de preferir ser como un lucero, y saber que como seres humanos seguramente nos equivocaremos en algunas ocasiones y seremos débiles, y seremos señalados y cuestionados duramente sobre nuestra religión, en mi caso el catolicismo, sobre nuestra devoción, en mi familia a María. Y trataremos de, como Lucero, seguir adelante con nuestras vidas porque al final, el legado no será el incidente de hace muchos años una tarde de domingo o la airada respuesta de una sola letra en forma de retórica pregunta; el legado será haberse comprometido con lo que uno cree, con lo que uno busca, le guste o no a los demás.
cesarelizondov@gmail.com