Atrapados sin salida

Opinión
/ 2 octubre 2015

Al magisterio no le ayudan los gobernantes con su doble discurso, no le ayudan las televisoras que propagan los mensajes de un régimen y un grupo empresarial afectos al silenciamiento de la sociedad civil y alérgicos al disenso. No le han ayudado sus líderes sindicales. Y no me refiero a las canonjías para un puñado de privilegiados cercanos a quienes dirigen la organización gremial. Porque si bien los sindicatos fueron creados para defenderse de los abusos patronales, se convirtieron en cotos de poder corrompido por el Estado y corruptores a su vez, perdidos en ese entramado de jerarcas que a cambio del fomento de liderazgos para crear masa crítica, revolucionaria e institucional, han amasado fortunas.

El profesorado de Quintana Roo que se ha manifestado no tiene representatividad de la CNTE. Y no es, como en el resto del país, el magisterio de nivel básico. En el sureste la crisis por la quiebra económica permea a todo el sistema educativo, desde primarias hasta universidades. Porque es el gobierno quien ha descontado las cuotas de las y los trabajadores para la salud, para la vivienda y su fondo del retiro y ha malversado esos fondos. Mientras incrementa el Impuesto sobre Nómina de un 2 a un 3 por ciento y firma el aumento al IVA a un 16 por ciento, se niega sistemáticamente a transparentar el uso de recursos. En medio de la opaca reestructuración de la deuda pública de 4 mil 984 millones de pesos, la educación en Quintana Roo presenta la crisis más profunda de la historia del estado por la quiebra técnica de las finanzas públicas. El problema de la educación pública no es sólo el profesorado, sino el entramado social y burocrático, la economía y el escenario político en que se dispara esta crisis y su parcial reforma.

El 90 por ciento de las notas y debates mediáticos sobre la educación se centran en la falta de civilidad del magisterio que ha tomado calles y avenidas del país. Se centra mayoritariamente en una descalificación sobre la ignorancia del profesorado, sobre sus tácticas burdas, sobre la violencia de algunos, que se traslapa y generaliza injustamente. Lo que presenciamos es un acto de desesperación ante los diques que durante décadas han construido los líderes sindicales y los gobernantes: la fuerza de la desesperación abrió un nuevo camino y además de reprobar la violencia debemos reconocer lo que la originó. Cómo pedirles que sean el ejemplo para su estudiantado cuando su sindicato les ha puesto las reglas más torcidas del juego y después, cuando se rebelan contra la explotación, les señalan como los que hicieron usufructo de esas reglas.  

Sin duda hay quienes defienden las canonjías inaceptables y la indefendible herencia de plazas magisteriales. Lo cierto es que después de leer un centenar de páginas de las nuevas leyes me quedo con la sensación de que el PRI creó este monstruo hace 70 años y ahora quiere aplastarlo de un garrotazo (con faltas de ortografía por cierto).

Sí, entre ellos y ellas hay ignorantes y mentirosos, hay violentos y rapaces, pero también hay miles de profesores que hacen lo que pueden con lo que tienen para educar. Pero lo cierto al final del día es que miles de hombres y mujeres que estudiaron para educar; que se inspiran a diario con pequeñas historias de aprendizaje, que no se han dado por vencidas ante la aplastante pinza de los políticos manipuladores y los líderes sindicales abusivos, han salido a la calle, no por temor a que se les despida o evalúe con el mismo rasero a todos, en este país de grandes desigualdades culturales, laborales y educativas. También por temor a que se les castigue como si fuesen responsables de las deficiencias de todo el sistema educativo del país. Exigen que se les evalúe en los estados y que se haga de una forma realista, con distintos criterios que les permitan mejorar y aprender.

Sí, hay una nueva ley llena de parches que se descoserán por sus vacíos e ineficacia. Sí, hay un grupo del profesorado que, como un alto porcentaje de la sociedad elige la violencia como primera opción para hacerse mirar. Sí, hay miles de personas tan disímiles y heterogéneas como la población mexicana, que han sido incapaces de transmitir el mensaje correcto sobre sus demandas porque además de dedicarse a la educación enfrentan las otras crisis (de salud, económica, de violencia, de la guerra contra el narco y la inseguridad). Es decir estas y estos profesores en las calles no tienen un problema aislado, viven en un entorno tan adverso como la mayoría de las personas. Y en cada estado además, tienen problemas ajenos a la Reforma.




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