Fin del poder

Opinión
/ 2 octubre 2015

En el siglo XXI el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder

El poder está cambiando. El poder se está transformando. El poder se está dispersando. Ya no lo poseen solo los Estados o los ejércitos o quienes lo monopolizaban legítimamente. Ahora hay nuevos y sorprendentes rivales. Las auto-defensas y Los Templarios, Dish y WhatsApp y las candidaturas ciudadanas, y en su momento #YoSoy132.  Todos estos, ejemplos de un fenómeno global que Moisés Naím describe en su libro Fin del Poder, donde escribe de empresas que se hunden, militares derrotados, Papas que renuncian, y gobiernos impotentes. El poder ya no es lo que era. Si antes estaba concentrado, ahora está cada vez más descentralizado. Si antes lo ejercían los gobiernos, ahora se lo apropian sus enemigos. Si antes lo monopolizaban las grandes empresas, ahora se lo apropian quienes se las pueden saltar.

Y fluye de quienes tienen más fuerza bruta, como el Ejército, a quienes tienen más conocimiento, como los Zetas. Fluye de los viejos gigantes empresariales como Telmex, a empresas más ágiles y jóvenes como Dish. Fluye de los monopolistas aferrados al rentismo, a la gente que protesta en la calle como #YoSoy132. Y no sólo ocurre que el poder se esté dispersando; también se está degradando. En el siglo XXI el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder. Desde las salas de juntas y las zonas de combate hasta el ciberespacio, las luchas de poder son intensas; pero cada con resultados crecientemente inciertos.

La guerra contra el narcotráfico – por ejemplo – se está convirtiendo en una lucha asimétrica. El Ejército mexicano se enfrenta cada vez menos a los grandes cárteles y cada vez más a fuerzas pequeñas y heterodoxas como las auto-defensas y los Caballeros Templarios. Esta dispersión y degradación del poder también afecta el mundo político. Los partidos políticos contemplan con asombro el surgimiento de candidaturas ciudadanas al margen de las estructuras tradicionales. Al margen de las dirigencias convencionales Al margen de los mecanismos más personalistas y opacos de selección. Como está ocurriendo en Nuevo León y otros estados. Los que antes controlaban el poder miran con perplejidad cómo lo van perdiendo.

Y lo mismo empieza a ocurrir en el mundo empresarial. Los empresarios mexicanos en la lista Forbes de multimillonarios ganan mucho más dinero que antes, pero su posición en la cima se ha vuelto inestable. Amenazada. Difícil de sostener. Basta con ver la ferocidad de la pelea de los privados contra las decisiones del nuevo órgano regulador, el Ifetel. Peleando para que las decisiones en favor de la competencia no los toquen. Peleando para que la desincorporación de activos no se dé. Peleando por quedarse con su pedazo de las rentas. Porque saben que alrededor del mundo, muchas firmas relativamente recién llegadas están desplazando a los gigantes empresariales tradicionales. Los bancos están perdiendo terreno ante los fondos de inversión de alto riesgo. Las empresas se han vuelto más vulnerables a desastres de marca que afectan su reputación, como Televisa y Telmex.

El poder cambia porque el país cambia. Con transformaciones demográficas que vuelven a México un país mayoritariamente joven y urbano. Con transformaciones económicas que están llevando al crecimiento – poco a poco – de las clases medias y sus aspiraciones. Con tecnologías de la información que están alterando el acceso y la utilización del poder. Ante estos cambios, el Estado mexicano y la burocracia centralizada y los partidos y los monopolios con frecuencia actúan de manera torpe, arcáica, vetusta. Intentando conservar y re-centralizar el poder cuando ya no va a ser posible hacerlo.

Cuando ya hemos ingresado a la era de delincuentes, narcotraficantes, grupos insurgentes, criminales informados, falsificadores y activistas. Cuando las grandes burocracias y las grandes empresas tendrán más restricciones que nunca y la degradación de su poder está creando inestabilidad. Desorden. Parálisis frente a problemas complejos. La corrosión de la autoridad de los poderosos, desde Enrique Peña Nieto hasta Carlos Slim. Ante una sociedad que considera a los líderes tradicionales como poco dignos de confianza. Ante una ciudadanía con otros valores, otras opciones, otras expectativas. Millones de mexicanos  para los cuales Peña Nieto no está salvando a México — como sugiere la portada de la revista Time – sino vendiéndolo al mejor postor. Millones de mexicanos que ante la resurreción de estrategias salinistas para conservar y administrar el poder, estamos buscando mejores formas de gobernarnos.




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