La caída de Cuauhtémoc

Opinión
/ 2 octubre 2015

Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, personaje envuelto en el escándalo por su presunta participación en una red de trata de personas (contratar edecanes obligadas a prestarle servicios sexuales), logró el mote de Príncipe de la Basura debido a que su padre, Rafael Gutiérrez Moreno, tuvo el control de los tiraderos de basura en el oriente de la ciudad de México; esto le permitió acumular un poder económico y político formidable que utilizó de una manera burda y cínica para intimidar —y chantajear, incluso— a las autoridades del gobierno capitalino. En la década de los 80 los delegados políticos necesitaban su venia para poder entregar en sus tiraderos la basura generada en las demarcaciones.

Como su padre, Cuauhtémoc construyó una fuerza política al amparo de los recursos de la basura y de un grupo de malandrines que le permitió imponerse por las buenas o las malas. Su ascenso ha corrido paralelo a la decadencia del PRI en la capital de la República.

A partir de 1988, cuando la fórmula para el Senado integrada por Pedro Ramírez Vázquez y Joaquín Gamboa Pascoe perdió ante los candidatos del Frente Democrático Nacional, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, el PRI capitalino empezó a sudar la gota gorda; se repuso milagrosamente en 1991 gracias a los golpes espectaculares de Salinas de Gortari, pero no le duró mucho el gusto. Desde 1994 la Ciudad de México se escrituró al PRD; las tradicionales redes clientelares del partidazo se convirtieron al perredismo y el priísmo chilango, como un caso sin remedio, fue abandonado a su suerte.

Cuauhtémoc Gutiérrez se convirtió en el poder real de un tricolor desvencijado; desde esa posición impuso cuadros dirigentes, lo mismo en el partido que en la ALDF; presionaba e intimidaba pero, pragmático, tendió puentes con el gobierno del DF a través de René Bejarano, entonces secretario del jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador.

Los escándalos han acompañado su trayectoria política. Hace más de diez años que el diario Reforma destapó un tema similar al de estos días, pero nada ocurrió. Otro de los episodios más conocidos se dio en 2011 cuando Rosario Guerra, quien aspiraba a dirigir el PRI del DF, fue golpeada por la gente de Cuauhtémoc para impedir su registro como precandidata. Nadie en el PRI movió un dedo para denunciar o sancionar al autor intelectual de las agresiones contra Rosario.

A pesar de estos hechos no solo pudo sobrevivir sino que siguió ascendiendo en la escalera política: el diputado local de 2003 fue premiado con una diputación federal (era suplente de una diputada Juanita que renunció para dejarle su lugar) y después encabezó el Movimiento Territorial en el DF para de ahí dar el salto a la presidencia del partido en la ciudad más importante del país.

Llegó a la cúspide y desde ahí inició su caída en picada. Por ahora se sabe que ya renunció al máximo cargo del priísmo capitalino, lo que podría dar pretexto para detener la investigación de la Comisión de Justicia Partidaria que debería culminar con su expulsión. Y en lo que toca a la investigación de la Procuraduría capitalina, todo se mueve con la pachorra de costumbre.

La pregunta es si, esta vez, habrá consecuencias políticas y penales. Si el PRI aprovechará estas denuncias para sancionarlo, limpiar a su comité en el DF de las huestes de Gutiérrez y enviar una señal de que existe la decisión de recuperar a esa estructura que se extravió hace mucho tiempo.

Y, finalmente, si la Procuraduría General de Justicia del DF dejará la pachorra y la simulación y concluirá la investigación ministerial sobre hechos que parecen constitutivos de delitos.

Cuauhtémoc, como aprendimos de niños, significa águila que cae. ¿Esta vez sí caerá el Príncipe de la Basura?

@alfonsozarate


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