La casa de Osorio Chong, el vuelo de Aurelio Nuño
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Aurelio Nuño y su esposa aguardaban en el aeropuerto de la Ciudad de México la llamada para abordar el vuelo a Cancún. Vacacionarían de jueves a domingo de Semana Santa. Tres, cuatro personas lo saludaron amablemente durante la espera. Alguno le pidió tomarse una foto. Todos coincidieron que era una grata sorpresa verlo en la cola de un vuelo comercial, como mucha gente. Quizá ahí el jefe de la Oficina de la Presidencia de la República comprendió una regla de oro para los servidores en las democracias del siglo 21: comer, viajar, vivir como ciudadano promedio, paga. Al final del día, paga.
La gran historia detrás de la nota de Proceso sobre la casa de Las Lomas que habita Miguel Ángel Osorio Chong no estaría necesariamente en los enredos del Secretario de Gobernación para explicar que no es suya, ni de su esposa ni de sus familiares. Tampoco en el probable conflicto de interés por rentarle, o comprarle, a un proveedor privilegiado en los años que fue Gobernador de Hidalgo. Creo que lo esencial de la nota sobre Osorio Chong es que con las de las propiedades de la familia Peña Nieto-Rivera, el secretario Luis Videgaray, el subsecretario Luis Miranda, están marcando el ocaso de una época en la política mexicana. De una cultura sintetizada en la afrentosa frase “un político pobre es un pobre político”.
La ostentación de la opulencia no solo ha dejado de pagar: cuesta cada vez más caro. No entro a la discusión de la legalidad de las operaciones inmobiliarias, sino al hecho de que en el País de hoy la riqueza de los funcionarios está quedando inexorablemente ligada con un patrimonio mal habido que se debe repudiar y sancionar. La riqueza de un hombre público ya no es sinónimo de éxito o talento, sino de corrupción.
¿En dónde van a vivir ahora los secretarios deslumbrados por las casas frente a los greens de los campos de golf? ¿Qué van a hacer los gobernadores que preparan banquetes nupciales tipo Gran Gatsby, o los que van y vienen de un juego de la Champions en miércoles? ¿O los políticos que significaban plenitud con pisos 60 en Manhattan o flats que dan al Támesis? ¿Los de los Rólex, los de los Ferrari?
El presidente Enrique Peña Nieto vuelve a estar ante una oportunidad extraordinaria para perfilar una nueva etapa. Él, el reformador. Puede hacer como que nada está pasando y acaso asistimos a una temporada de exageraciones de mala leche. O puede asumir aquello que John Kennedy Toole escribió hace medio siglo y suena escandalosamente contemporáneo: la posesión de algo caro solo refleja la falta de geometría de una persona.
Modelos a seguir hay. El de Cuauhtémoc Cárdenas, por ejemplo.