Los dos sabían que sus días estaban contados
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Seis meses ya de la noche de Iguala. Y guste o no, la narrativa más sólida sobre aquellos hechos sigue siendo la presentada por el procurador Jesús Murillo Karam como verdad histórica.
Al igual que millones de mexicanos, quisiera abrigar las afirmaciones de los padres de los 43 normalistas, porque ellos no sembraron el horror ni el dolor. Instalarme en el pensamiento mágico, sin importar cuán contradictorios sean los razonamientos. Defender la frase de Macedonia, madre de José Luis Luna, uno de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa: “El Gobierno nos dice que están quemados, y yo espero en Dios que no sea así, porque el Gobierno sabe dónde están, pero no nos los quiere entregar”.
Seis meses de una avalancha de información quizá incomparable. Pero si se someten a criba las versiones (oficiales, de grupos sociales, militantes, delirantes), la descripción más completa y verosímil arranca a partir de la página 12 del informe del ex fiscal de Guerrero, Iñaky Blanco, entregado a finales de octubre, días antes de que Iñaky dejara el cargo.
Comienza así: “El día 26 de septiembre de 2014, como a las 18.00 horas, un grupo de aproximadamente 120 estudiantes de los grados primero, segundo, tercero y cuarto de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, ubicada en Tixtla, Guerrero, salieron de dicha población a bordo de dos autobuses de la línea Estrella de Oro, que tenían en su poder desde hace aproximadamente un mes en el interior de las instalaciones de la referida escuela, conduciendo dichos autobuses los propios choferes de la línea Estrella de Oro. Viajaban con destino a la ciudad de Iguala. Su finalidad era tomar otros dos autobuses de la línea Costa Line”.
La descripción (la aparición de los policías municipales de Iguala, las balaceras, los ataques a los camiones, las persecuciones, los primeros muertos, los heridos, la llegada del Ejército, la detención de los municipales…) se extiende hasta la página 24. Fue punto de partida de varias líneas de investigación de la PGR , que derivaron en la brutal conclusión del procurador Murillo Karam, expuesta en dos momentos, el 7 de noviembre y el 27 de enero: los interceptaron, los atacaron, los trasladaron, los mataron, los quemaron, los tiraron al río.
“Hablé de verdad histórica y estamos convencidos de que eso fue lo que ocurrió”, me dijo el 28 de enero el procurador Murillo Karam. Sabía lo que le aguardaba. Ya no sería el Fiscal General de la República. Su verdad histórica sobre la desgracia de Iguala-Cocula-Ayotzinapa se lo impediría a perpetuidad. Sabía que sus días estaban contados.
Como los de Iñaky.
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