¿Solidaridad?

Opinión
/ 2 octubre 2015

En una sombría coincidencia, las devastadoras tormentas que azotaron por ambas costas al país tocaron tierra muy cerca del aniversario del sismo del 19 de septiembre de 1985.

A diferencia de aquella mañana en la que sin previo aviso la naturaleza hizo pedazos a buena parte de la ciudad de México y otras comunidades, en esta ocasión las lluvias se hicieron sentir día tras día, acumulando cantidades de agua que terminaron por arrasar parejo, dejando tras de sí una devastación a lo largo del país que tardará mucho tiempo en ser subsanada.

Era imposible predecir o anticipar fecha y magnitud del terremoto de 1985, pero las culpas fueron muchas y tuvieron terribles consecuencias: lo más notorio fue la lenta respuesta del Gobierno Federal, que se quedó como pasmado ante la magnitud de los daños y no supo ni organizar rápida y adecuadamente las acciones de rescate y reconstrucción, ni salir con la celeridad necesaria para informar, tranquilizar, dar consuelo y esperanza a los habitantes de la ciudad.

Esa fue una falla política, de sensibilidad, de operación y de gestión. Pero la verdadera negligencia, el crimen, fue el que se dio antes: la falta de apego a códigos de construcción, trampas en el uso de materiales, de medidas de seguridad y prevención, ausencia de un reglamento serio de protección civil, usos de suelo totalmente inadecuados... La corrupción, la ineficiencia y las complicidades hicieron tanto o más daño que el sismo.

Pero lo que nos quedó del 19 de septiembre es la lección de la sociedad. Sin que existiera un llamado del Gobierno, sin una estructura previa, con sus manos y su ánimo, los capitalinos salieron a trabajar, a ayudar, a rescatar, a hacer lo que su gobierno e instituciones eran incapaces de hacer por sí mismas.

La respuesta marcó a una generación que vio cómo ni el Estado ni el gobierno (es decir, el PRI) eran indispensables, y que la organización social podía suplir con creces a la burocracia. Las historias de heroísmo grande y pequeño, de actos anónimos de generosidad, de solidaridad, son incontables. Siempre es difícil y con frecuencia injusto comparar. Pero en este caso es válido hacerlo porque si bien el número de muertos afortunadamente no es tan alto como el aún desconocido de 1985, el número de comunidades afectadas, de damnificados, de hogares destruidos, infraestructura dañada, es probablemente superior.

Gabriel Guerra Castellanos

OPINION INVITADA


COMENTARIOS

TEMAS
NUESTRO CONTENIDO PREMIUM