Una biografía

Opinión
/ 2 octubre 2015

En el marco de la conmemoración del Centenario de la Revolución Mexicana le ofrezco una reseña de la biografía de Elena Arizmendi, texto escrito a la vez con rigor y empatía por Gabriela Cano, catedrática e investigadora del Colegio de México que se dio a la tarea de rescatar a esta entrañable mujer de entre la misoginia de nuestra historia para restituirle el cuerpo que la literatura alguna vez le mutiló, por lo que es una obra que se puede considerar, una merecida reparación histórica, un necesario acercamiento a esa otra historia de México.
El libro: "Se llamaba Elena Arizmendi", editado por Turquets (2010), retrata a una mujer revolucionaria, feminista, defensora de los migrantes y con una amplia trayectoria en iniciativas y acciones filantrópicas durante la Revolución Mexicana.
La investigación de la catedrática Cano, de entrada nos sitúa ante una búsqueda arqueológica en la que se cavó hondo a fin de hallar los datos que revelaran el alma, el espíritu, la esencia de esa mujer a la que en su tiempo se la encasilló en el estereotipo de la "amante" de José Vasconcelos.
Dentro de los convencionalismos del modernismo, las mujeres son un tema literario y receptáculo del deseo masculino; la mujer es descrita como "Venus elástica", "Eva gloriosa" o "el mejor botín de la Revolución". No se le reconoce como sujeto por derecho propio y mucho menos como un personaje con opinión y voz pública.
En las diversas manifestaciones del siglo 19 y varias décadas del 20, la objetivación de las mujeres y su representación como demonios, serpientes o sirenas es una expresión de la virulenta misoginia que invadió a las diversas manifestaciones de la cultura occidental, era una forma de construir lo femenino que en alguna medida todavía se mantiene.
La Revolución  de 1910 le sirvió a Elena de escenario para llevar a cabo su primera labor filantrópica con la creación de la Cruz Blanca Neutral, asociación de socorro médico, donde realizó una actividad apropiada para su clase y prestigio familiar, lo que la colocó en el pequeño escaparate de la vida social y cultural de la Ciudad de México; su cercanía con el presidente Francisco I. Madero y su esposa, Sara, la llevó a Vasconcelos, y la relación que estableció con él durante más de cuatro años transformó irremediablemente su vida.
José Vasconcelos dejó la imagen de una mujer "bailarina, bohemia y escandalosamente bella", pero la describiría también como el "monstruo, mitad pulpo, mitad serpiente" que se "enroscó" en su corazón; la investigadora retrata a una mujer que, a veces por azares de la vida y a veces por decisión y convicción propias, transgredió los estrechos límites que se le concedían a la mujer al comenzar el siglo 20.
Su "feminismo" afloró cuando decidió dejar el papel de amante y se estableció "en una habitación propia" en Nueva York, parafraseando a Virginia Woolf, cuando dice que una mujer necesita una habitación propia para escribir.
En Nueva York, capital del feminismo, confrontó a las feministas estadounidenses y europeas por su racismo y prepotencia, y en su papel de escritora y periodista, fundó la Liga de Mujeres de la Raza, la revista "Feminismo Internacional" y publicó su única novela, "Vida incompleta / Ligeros apuntes sobre mujeres de la vida real".
Justamente al acercarnos a la historia -como lo hace Gabriela Cano- bajo la perspectiva de estudios de género, lo que cobra mayor importancia son las características culturales que la sociedad asignaba a las mujeres y cómo éstas asumían dichas características, lo que en el caso concreto de la historia de Elena se traduciría en enormes contradicciones entre el "deber ser" de una mujer educada bajo los cánones del ideal femenino del porfiriato y la vida que llevaba.
El texto, "Se llamaba Elena Arizmendi", es más el retrato de una época que el de la protagonista. Al final nos quedamos con la imagen de ese difícil tránsito entre el ideal femenino decimonónico y la identidad femenina moderna que postuló el siglo 20 y que en el presente sigue en debate.
Gabriela Cano sostiene: "A veces miramos a la historia y parece que todo permanece igual, que nada cambia respecto del género; y una biografía histórica, finamente documentada, como ésta, creo que nos abre esa ventana, la manera cómo las normas de género y los papeles sociales de hombres y mujeres se han transformado a través del tiempo".
¡¡Así hasta yo!!
¿Sabe cuánto gana Jorge Zermeño Infante, embajador en España? 9 mil 810.89 euros (166 mil 355 pesos), suertudo el lagunero; igual salario se embolsa Alejandro Días y Pérez Duarte, embajador en Austria, nada mal para ser de un país con más de 50 millones de pobres.

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