Un tema difícil

Opinión
/ 2 octubre 2015

Hace unos días Edgar Tamayo Arias, recibió la inyección letal que terminó con su vida. Estaba acusado del asesinato de un policía. En las semanas previas, hubo una fuerte movilización tanto del gobierno mexicano como de sus familiares y paisanos (era originario de Morelos) pidiendo que se le concediera el perdón. Dicha petición se basó en argumentos a mi juicio equivocados, pues lo que se dijo fue que el castigo se debió al hecho de que se trataba de un mexicano (Es un pecado ser mexicano en Estados Unidos, decía una pancarta), siendo que ese no era el problema. Al señor Tamayo no lo acusaron por ser mexicano sino por asesinato.

El otro argumento utilizado por quienes se movilizaron a su favor, fue que la pena de muerte es una barbaridad pues solo Dios da y quita la vida. ¿Cómo pudieron decir esto siendo que la acusación era precisamente la de que él cometió la barbaridad de privar de la vida a otra persona?

No es la primera vez que se hacen de este modo las cosas. Hace algunos años, un muchacho mexicano secuestró, violó y asesinó a una joven norteamericana por lo cual se le condenó a muerte. Él reconoció haber cometido el crimen y pidió perdón a los padres de la muchacha, quienes se lo negaron. También el presidente de Estados Unidos le negó clemencia. Entonces la familia declaró que no se le perdonó la vida por mexicano, por moreno y por pobre y pidió a la comunidad latina que se uniera para luchar porque a los mexicanos los explotaban, asesinaban y trataban mal en ese país.

¿En qué momento el victimario paso a ser la víctima? ¿En qué momento se le quitó al asunto el carácter de delito para convertirlo en una cuestión de nacionalismo? Y ¿Cómo atreverse a pedir clemencia para quien no la tuvo con otro ser humano?

Quién sabe, pero esa conversión permitió que el asesino de una muchacha terminara como héroe de la hispanidad a cuyo velorio asistió mucha gente y hasta un sacerdote que roció el féretro con agua bendita y lo cubrió de flores.

Hoy estamos presenciando algo similar. Y similar ha sido también el resultado. Por eso lo que a mi juicio debió manejarse es la culpabilidad o la inocencia. Y sin embargo eso se dejó de lado e incluso sus defensoras no hablaron de inocencia sino de proceso mal hecho.

No podemos defender a alguien acusado de un delito por ser de un país, por ser mujer o joven o pobre pues los seres humanos somos defendibles o no por nuestras acciones, no por género, color de piel, nacionalidad o situación económica. Y me parece que tampoco le corresponde hacerlo al gobierno, pues entonces tendría que defender también a los acusados dentro de México y no solo afuera.

Lo que sin embargo sí debemos defender es el derecho a un proceso bien hecho, para que la culpabilidad o la inocencia se prueben de manera contundente. No es entonces cuestión de clemencia como se manejó, sino de justicia.

Pero en este punto tampoco hay acuerdo de qué significa. Los texanos creen que la hicieron, pero quienes estamos en contra de la pena de muerte pensamos que no se la sirve condenando a alguien a recibir como castigo lo mismo que él le hizo al otro, lo cual no quiere decir que aceptamos la idea de que un asesino tenga derechos que él le negó a la víctima. ¿Cómo equilibrar todo esto?

Hay otro medio centenar de connacionales en esa misma situación. El asunto es delicado porque se juegan aquí cosas que no pasan por la razón sino por los sentimientos y por las ideas que tenemos del otro, pero si queremos que la defensa resulte efectiva, hay que modificar esta forma de actuar. Lo que importa es si alguien es o no culpable y si lo es, que se haga justicia y no venganza. Por eso insisto en que el tema central debió ser el de la culpabilidad o inocencia y que los argumentos que se debieron emplear no eran los que apelaban a cuestiones morales y nacionales.

sarasef@prodigy.net.mx   www.sarasefchovich.com

Escritora e investigadora en la UNAM 


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