Edith Aron, el difícil destino de ser la Maga de Cortázar
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Buenos Aires, Argentina.- Julio Cortázar siempre estuvo convencido de que el azar hacía mejor las cosas que la lógica. Edith Aron y el escritor argentino tomaron el mismo barco que zarpó de Buenos Aires rumbo a Europa en 1950. Años después, Cortázar se inspiró en ella para uno de sus personajes más famosos, la legendaria Maga de "Rayuela". Y Aron recuerda que para el autor de "Bestiario" "la casualidad contaba mucho".
Aron evoca en entrevista con dpa que Cortázar (1914-1984) en su momento le transmitió "que en la novela que estaba escribiendo había un personaje central" inspirado en su persona. Pero cuando Aron tuvo en sus manos "Rayuela" sintió un impacto tremendo, que de alguna manera aún parece extender sus ramificaciones hasta la actualidad.
Del encuentro real del escritor lúdico y antisolemne con la joven alemana nacida en el Sarre emergió en la ficción la figura misteriosa y etérea de "Rayuela", con la que tantas mujeres de su generación se identificaron plenamente. Sin embargo, la entrevistada aclara expresamente: "No me sentí para nada identificada con el personaje de la novela".
Al recibir "Rayuela" (1963), "me produjo un choque tal que arranqué de inmediato la página escrita a mano con una dedicatoria fría y distante", afirma. En aquel entonces, estaba traduciendo los cuentos del autor argentino para una editorial alemana, lo que también culminó en un conflicto entre ellos.
"Mi traducción ha sido muy elogiada por Karl August Horst", el traductor de Borges, señala, para luego citar su comentario de 1964: "Edith Aron adaptó en forma excelente al alemán el estilo conciso y vibrante de Cortázar".
Y lamenta: "Lo increíblemente cruel de todo eso ha sido que él hizo traducir mi traducción de nuevo por otros. Me parece tan horrendo y tan indigno de él".
"Rayuela", uno de los principales engranajes del "boom" de la literatura latinoamericana, abre su capítulo 1 con la pregunta: ""Encontraría a la Maga?".
Y continúa: "Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua".
Consultada acerca de cuáles episodios que se narran en el libro tuvieron su correlato en la vida real, Aron responde haciendo gala de concisión: "Lo único verdadero de todo es el paraguas (uno viejo que la Maga y el protagonista Horacio Oliveira deciden sacrificar) y el hecho de lanzarlo de un lugar cerca del puentecito juntos bajo tremenda lluvia y mucha risa de los dos".
Nacida en 1927, Aron pasó su adolescencia en Buenos Aires junto con su madre, antes de embarcarse nuevamente hacia París. "A Cortázar lo conocí por pura casualidad", evoca la mujer que vive desde hace más de treinta años en Londres, y que maneja el francés, el inglés, su alemán natal y el español que aprendió en Argentina.
"El 6 de enero de 1950 tomamos el mismo barco italiano, el `Conte Biancamano`, que zarpó del puerto de Buenos Aires. En el barco lo vi por primera vez en la oficina de cambios. Vi a un muchacho joven, alto, que hablaba con acento argentino, pero pronunciando la `r` en la garganta a la manera francesa", rememora.
En su camarote viajaba con una italiana embarazada, que siempre la invitaba a compartir su mesa en el comedor, a la que también se sentaba Cortázar. Pero ella no accedió: "No cambié de mesa por el viejo mozo que atendía mi mesa, porque dijo que era su último viaje antes de la jubilación. Así que en el barco nunca hablé con Cortázar. Me bajé en Cannes y el siguió hasta Génova, destino final del viaje".
Sin embargo, el azar volvería a reunirlos: "Luego, en París, me lo encontré tres veces en distintos lugares de la ciudad. Para él, entonces muy influenciado por los surrealistas, la casualidad contaba mucho. La tercera vez lo encontré en el Jardín de Luxemburgo y allí me invitó a tomar un café. Descubrimos que teníamos amigos comunes en la Argentina, en ese momento ya residentes en París".
"?l volvió en aquel entonces a Buenos Aires, pero quedamos en contacto. Un año después volvió con una beca del gobierno francés y entonces llegamos a ser buenos amigos y salimos juntos a menudo", cuenta Aron. Fue por entonces que él le leyó el cuento "Final del juego", que prometió dedicarle, aunque luego no lo hiciera.
"Era mi primer contacto con un verdadero intelectual", señala Aron, autora de dos libros de relatos en alemán, "El tiempo en las maletas" y "Las casas falsas". Asimismo publicó hace algunos años una antología en castellano, "55 Rayuelas" (Belacqva).
Aron también tradujo a su lengua natal a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Octavio Paz, Elena Garro, Juan José Arreola y Amparo Dávila. "Lo que me dejó como experiencia es que aprendí cómo construir un cuento. Traducir es muy estimulante para la propia escritura", reflexiona. Y en sus cuentos el denominador común es combinar temas autobiográficos mixtos con ficción.
"Parece que siempre estuve escribiendo, sin darme mucha cuenta", afirma la mujer que, sin proponérselo, se convirtió en musa para que Cortázar inmortalizara uno de los personajes femeninos más entrañables de la literatura latinoamericana.