Los cafés de Viena, un segundo hogar para escritores
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Un "Kaffeehaus" vienés es un lugar donde leer periódicos y hojear libros, discutir sobre los asuntos de actualidad o jugar al ajedrez con algún conocido.
Viena, Austria.- París tiene sus bistros, Londres sus pubs, Roma sus enotecas... y Viena sus cafés. Ya Stefan Zweig describió estos acogedores y singulares espacios donde se sirve "melange" (una especie de café con leche) y grandes cafés solos como una institución que no puede compararse con ningún otro lugar del mundo.
"Es realmente una especie de club democrático, al que cualquiera puede acudir para tomar una taza de café y pasar horas sentado, discutiendo, escribiendo, jugando a las cartas, puede recibir su correo y sobre todo tiene acceso a un número ilimitado de periódicos y revistas", lo definió una vez el escritor austríaco (1881-1942).
Sin embargo, la metrópolis del Danubio no fue la primera en albergar cafés públicos. Estos existían ya desde 1530 en el imperio otomano, especialmente en El Cairo y Damasco y luego después en Estambul. También Londres y Venecia fueron más rápidas que Viena, cuyo primer café lo abrió en 1685 un armenio llamado Johannes Diodato.
Otras fuentes afirman, en cambio, que fue un tal Georg Franz Kolsckitzy quien un año antes abrió su café Zur Blauen Flasche (La Botella Azul), gracias a los numerosos sacos de granos de café que dejaron los turcos tras el segundo cerco de Viena, en 1683. Hoy en día, se calcula que en la capital austríaca hay más de 500 cafés, y muchos de ellos no han perdido nada de su encanto con el paso de los siglos.
Un "Kaffeehaus" vienés es un lugar donde leer periódicos y hojear libros, discutir sobre los asuntos de actualidad o jugar al ajedrez con algún conocido. Pero sobre todo es un lugar donde se puede estar rodeado de gente sin ser molestado, y pasar horas sentado en una silla tapizada frente a una mesita de mármol.
"A los cafés viene gente a la que le gusta estar sola, pero para ello necesitan compañía", señaló una vez el escritor y autor de folletines Alfred Polgar (1873-1955). Él se sentía como en casa especialmente en el Café Central, donde también eran habituales Hugo von Hoffmansthal, Arthur Schnitzler o Peter Altenberg.
Precisamente Altensberg está considerado como el más famoso literato de los cafés vieneses, inmortalizado en una estatua tamaño real a la entrada del Café Central. Otros, entre ellos el historiador de arte y publicista Alfred Schmeller (1920-1990), preferían ir al legendario Hawelka, que mantiene hasta hoy su estilo modernista original.
"Si no estoy en casa, estoy en el Hawelka. Y si no estoy en el Hawelka, estoy de camino al Hawelka", decía Schmeller. Leopold Hawelka, que este año celebró su cumpleaños 99, saluda a sus clientes personalmente desde mayo de 1939 en este café situado junto a la catedral de San Esteban.
Antaño había artistas que se quedaban hasta altas horas de la madrugada en su café favorito, y lo hacían no sólo por intercambiar ideas con otros intelectuales y disfrutar de un buen café, sino porque preferían el calor y la comodidad de estos locales a sus frías viviendas. Incluso había literatos que recibían su correo en los cafés. El periodista Egon Erwin Kisch opinaba que "los cafés le ahorraban a uno de algún modo la vivienda".
Hoy en día, estos tradicionales cafés son una de las atracciones turísticas de Viena. Además del Central y el Hawelka están el Landtmann, el Sperl, el Griensteidl y un largo etcétera. También ahora se puede encontrar allí a actores y todo tipo de artistas, y el surtido de cafés se ha ampliado a especialidades no austríacas como el capuccino o el café latte. Sin embargo, tanto si es un "melange", uno solo grande o pequeño, las tacitas o las enormes tazas siguen sirviéndose acompañadas de un vaso de agua y sobre una bandeja de plata.