Niemeyer no quiere ser "ícono de Brasilia"
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Río de Janeiro, Brasil.- Hace casi dos décadas, cuando algunos amigos le preguntaron cómo le gustaría ser recordado, dijo que desearía ver en su lápida una frase sencilla: "Oscar Niemeyer, brasileño, arquitecto. Vivió entre amigos, creyó en el futuro".
Ahora, a los 102 años de edad cumplidos en diciembre, Niemeyer se limitará a seguir de lejos los festejos por el cincuentenario de la fundación de Brasilia, la ciudad que, con Lucio Costa, hizo nacer en la desploblada y árida región centrooccidental de Brasil, en el estado de Goiás, y que se inauguró el 21 de abril de 1960.
Niemeyer, a quien jamás le gustó viajar en avión, siente ahora el peso de los años, y limita sus desplazamientos al trayecto entre su departamento y su oficina, ambos en el barrio de Copacabana, en Río de Janeiro.
Pero sigue trabajando activamente -ayudado por Vera, 40 años más joven, con quien se casó hace poco más de tres años- en varios proyectos, entre ellos las reformas de varios monumentos y edificios que instaló en Brasilia, como el Palacio del Planalto, la sede del gobierno, reformado con ocasión de los festejos de medio siglo de la ciudad a un costo estimado en unos 57 millones de dólares.
En una entrevista reciente, el arquitecto aseguró que, mirando hacia atrás, está en general satisfecho por su obra más famosa: "Creo que no modificaría nada de gran importancia", aseveró.
Sin embargo, rechazó la idea de que es un "ícono" de la ciudad declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y considerada como un símbolo mismo de la arquitectura modernista del siglo XX.
"Soy muy consciente del cariño, de la apreciación que me tiene la gente de Brasilia. Eso me conmueve especialmente... Pero no me considero como un ícono de Brasilia. Me gustaría ser recordado como uno de los arquitectos que contribuyeron a concretar el sueño favorito del presidente Juscelino Kubitschek (1955-1961), agregó.
La moderna capital federal brasileña es quizás la obra más famosa entre las muchas hechas por Niemeyer, un arquitecto con "su propio museo" de curvas, como afirmó alguna vez el escritor francés André Malraux, al aludir a la marca registrada de los más de mil trabajos hechos por el mundo.
"Niemeyer odia el capitalismo y el ángulo recto. Contra el capitalismo, no es mucho lo que puede hacer. Pero contra el ángulo recto, opresor del espacio, triunfa su arquitectura libre y sensual y leve como las nubes", escribió el uruguayo Eduardo Galeano.
La fidelidad a los ideales marxistas es la otra marca registrada del arquitecto brasileño, y es tan firme que llevó al ex presidente cubano Fidel Castro a afirmar que "Niemeyer y yo somos los últimos comunistas del mundo".
Nacido el 15 de diciembre de 1907 en el seno de una familia de clase media de Río de Janeiro, Niemeyer dedicó su adolescencia más que nada a disfrutar de la vida nocturna, lo que hizo hasta los 21 años, cuando se casó con Anita, quien fue su compañera durante 76 años.
Tras la boda, Niemeyer ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Río, donde concluyó sus estudios de arquitectura en 1934, y luego se ofreció para trabajar gratis para la oficina de Lucio Costa y Carlos Leao, seguidores en Brasil de los conceptos modernistas de Le Courbusier.
Su carrera logró un fuerte impulso a partir de 1940, cuando conoció y se hizo amigo del entonces alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek, quien le encargó la obra de reforma del barrio Pampulha.
Ese proyecto fue el "trampolín" para que, tres lustros más tarde, al se elegido presidente de Brasil, Kubitschek lo invitara a formar parte del equipo encargado de proyectar Brasilia. Las líneas modernas de la nueva capital brasileña encantaron al mundo y convirtieron a Niemeyer en un nombre internacionalmente respetado.
Niemeyer tiene hoy obras en varias partes del mundo. Son suyos, entre otros, los proyectos de la sede del Partido Comunista Francés, del diario galo "L`Humanité", de la editorial italiana Mondatori en Milán y de la Escuela de Arquitectura de Argel.
De su obra más conocida, Brasilia, Niemeyer afirma que le gustan especialmente el edificio del Congreso y la Catedral Metropolitana en forma de manos que se mueven hacia el cielo, pero que Galeano interpretó algún día como un "homenaje al ananás". Sin embargo, asegura que Brasilia "no es fundamental" en su trabajo.
"Me ha gustado hacer lo que hice porque fue un momento de optimismo, cuando todos creían que Brasil iba a mejorar, pero es una parte de mi trabajo. Una arquitectura diferente, por cierto. En Brasilia, los palacios pueden gustarle o no, pero jamás podrá decir que antes había visto algo igual", afirma.