San Agustín, Jennifer Lawrence, el sexo y el Viernes Santo
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Cada vez que entrevistan a un artista famoso sobre cómo es capaz de rodar escenas de sexo en las películas, los interpelados se revuelven nerviosos en sus asientos. La última fue Jennifer Lawrence, que tuvo su primera escena íntima en la próxima película Passengers. Según el periódico ABC de España, la actriz reveló en una rueda de prensa lo siguiente: “Me emborraché muchísimo. Pero luego eso me llevó a tener más ansiedad cuando llegué a casa porque estaba como ‘¿qué he hecho?’ No lo sé”.
A la actriz le retumbaba en la cabeza un pensamiento: “Él (ChrisPratt) está casado y me angustiaba la idea de que iba a ser la primera vez que besaba a un hombre casado, y la culpa es la peor sensación que tienes en el estómago. Sabía que era mi trabajo, pero no podía decirle eso a mi estómago”. Y ante el sentimiento de culpabilidad, llegó a llamar a su mamá: “¿Podrías decirme que está bien?”. Y concluyó: “Ha sido cuando más vulnerable me he sentido en mi vida”.
¿Se dan cuenta de la incongruencia de todo esto? Y, ¿por qué se obstinan en seguir haciendo lo mismo una y otra vez? ¿De verdad el sexo es un mero ejercicio de fin de semana o un trabajo que se puede hacer con cualquiera con tal de mantenerlo en el “ámbito profesional”?
Dentro de los muchos argumentos que normalmente se le recrimina a la Iglesia, este tema ocupa uno de los lugares principales. Retrógrados, oscurantistas, apocados y demás calificativos son los que suelen atribuírsele a quienes predican una vida sexual de acuerdo con lo que la Iglesia propone.
Siempre he buscado el modo de ayudar a valorar cómo la Iglesia no reprime, sino que busca elevar el sentido de la sexualidad a un plano superior. Que desea darle toda la belleza que conlleva que dos seres humanos se hagan una sola carne, compartiendo así el poder creador de Dios mismo, dando después una nueva vida. Que, en reflexiones de San Juan Pablo II, el acto sexual entre los esposos es uno de los mejores reflejos de la vida interna de la Trinidad. En fin, pensamientos que, si se meditan y profundizan, podrán dar la seriedad y el peso necesario a lo bello que es el sexo… y no la caricatura tosca y triste que nos presenta nuestra sociedad hedonista actual.
Hace unos días, leía a uno de mis autores preferidos: San Agustín. (Paréntesis: si necesitan un argumento convincente y presentado de modo atractivo sobre casi cualquier tema, no duden en acudir a este Santo. Casi infaliblemente encontrarán un resultado. Cierro paréntesis). De repente, me encontré con este párrafo que, permítanme el atrevimiento, les copio en su totalidad, pues vale la pena:
“¡Suba nuestro Esposo al leño de su tálamo, suba nuestro Esposo al lecho de su tálamo! ¡Duerma, muriendo, y se abra su costado, para que salga la Iglesia virgen, para que, como Eva fue creada del costado de Adán durmiente, así sea formada la Iglesia del costado de Cristo pendiente de la cruz! Herido su costado, “al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34), es decir, dos sacramentos gemelos de la Iglesia. Agua con la que la Esposa fue purificada (Ef 5,26); la sangre, por la que recibió la dote. Duerme Adán, para ser creada Eva; muere Cristo, para ser creada la Iglesia” (De Fide et Symbolo IX 21-X 21).
San Agustín es muy osado cuando compara la cruz al tálamo nupcial, a la cama de la noche de bodas. Pero, justamente por eso, nos deja una profunda y hermosa genialidad. Cuando San Pablo, en su carta a los Efesios dice “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (5, 31-32), se está refiriendo justamente a esto que dice Agustín. El sexo es tan sagrado, tan profundo, que es un signo, una representación de lo que Cristo mismo nos ha dado en su acto de amor más excelso: la Cruz. Y es que, en cierta manera, ¿qué realizan los esposos si no es morir a sí mismos dando su intimidad a la otra persona? Y de este “morir”, ¿no sale un nuevo ser, tal y como del costado sangrante de Cristo sale la Iglesia?
Por ello, el sexo no puede ser sólo algo que se practica en un momento de pasión, porque “el eros, degradado a puro ‘sexo’, se convierte en mercancía, en simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía” (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 5). No, la sexualidad debe elevarse a un auténtico acto de amor manifestado en el marco del compromiso serio, del respeto a la intimidad de la otra persona, de la donación recíproca y total. Cristo nos toma muy en serio al morir en la cruz; el ser humano no debería banalizar algo que representa su acto más sublime de donación a la humanidad.
La lectura de este texto de Agustín me ha ayudado a valorar dos cosas. Lo primero, que Dios ha dejado al ser humano un don bellísimo –y a la par una gran responsabilidad– en su sexualidad. Pero también me ha permitido profundizar aún más qué celebraremos esta próxima Semana Santa; el amor profundo y arrebatador que Dios tiene por mí: “El amor apasionado de Dios por el hombre es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte” (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 10).
¡Muy feliz Semana Santa a todos! Rezo por ustedes y les pido una oración por mí.