El postre es la puerta de entrada a un universo de relajación y convivencia, “un momento que saca lo bonito de ti” y que recuerda lo agradable de la vida. Catalina Legorreta Garza transmite esa sensación efímera en cada bocado de sus macarons
- 14 diciembre 2025
Tras una comida deliciosa, el postre llega a la mesa. Con él, no solo viene ese toque dulce y ligero, también hay una invitación: a hacer una pausa en el acelerado ritmo de la vida, de los pendientes y las preocupaciones; un instante de disfrute genuino. Bocado a bocado, el cuerpo se relaja y se vuelve consciente de sus alrededores, de la música, del aroma del café y el murmullo de la conversación vecina.
La sensación es efímera, se desvanece como el perfume al levantarse de la mesa, despacio. ¿Cómo conservarla y compartirla con los demás?
Catalina Legorreta Garza, de 59 años, lo ha logrado. Construyó una cafetería donde los saltillenses pueden escapar de su cotidianidad, atesorar los pequeños momentos y saborear exquisitos postres. El camino no fue sencillo, crear un dulce oasis exige trabajo, dedicación y apoyo de muchas personas. Desde su cocina, con su música (o a veces un podcast), Catalina toma sus utensilios, prepara la batidora y arranca un día más.
Todo empezó a los 10 años, cuando entró a clases de cocina con la mamá de una amiga. Ya tenía experiencia horneando junto a su mamá, Graciela Garza, cuernitos y polvorones de repostería fina. Pero su primera receta sería un pay de nuez, que la acompaña hasta el día de hoy.
Si bien la naranja y el chocolate también son sabores de la infancia, la nuez prevalece: sola, como ingrediente principal o en la decoración de un pastel, en un bowl con miel o incluso en los aromatizantes de pecan pie que tiene en su hogar.
Antes de casarse, surtió pasteles a varios restaurantes, entre ellos La Canasta y el Club Campestre de Saltillo. Sin embargo, su sueño no se materializó hasta seis meses después del nacimiento de su primer hijo, Fernando, al abrir su cafetería, ubicada sobre el bulevar Venustiano Carranza. Durante seis meses, compaginó la maternidad con la atención al negocio. Finalmente, decidió cerrar para concentrarse en su familia. Luego, llegaron más hijos: Catalina, Paola, Pilar y Rafael.
Pero los sueños no desaparecen, duermen a la espera de oportunidades. Catalina lo mantuvo vivo a lo largo de 24 años. Cada vez que veía una antigüedad o un adorno que se lo recordara, lo compraba. “Para cuando ponga mi café”, decía.
Así, como un decreto, la manifestación de su voluntad inquebrantable y su amor por la cocina, el primero de diciembre de 2017 Cata Legorreta abrió sus puertas. Los objetos reunidos encontraron un sitio en sus paredes, en sus mesas; lo mismo ocurrió con su familia: cada integrante aportó sus talentos, sus gustos y sus manos para levantar este espacio.
“¿Cuántos macarons tienen que vender para abrir un negocio?”, le preguntaba su esposo, Fernando García González. En esos años, no había un mercado aquí. La gente debía viajar a Monterrey para disfrutar de ellos. Catalina estaba convencida de que los saltillenses amarían tenerlos cerca. “Hay cosas deliciosas aquí en Saltillo y es complementar nada más, para hacer más grande la variedad”, afirma.
Propone recetas, escucha a sus clientes y mejora las opciones en su menú. Cuida las bebidas que acompañan sus postres, para que sean un complemento a la experiencia que busca crear: la misma que la acompaña en el taller.
A las cuatro de la tarde, cuando sus empleadas concluyeron su jornada, es el momento de tomar su lugar en la cocina y, para hacerlo, se sumerge en la sensación que desea transmitir. Acomoda su área de trabajo y se concentra en la harina, el azúcar y las claras. En el movimiento envolvente para incorporar la mezcla, en la fuerza contenida que explota con unos golpes a la charola. Solo así se hacen los buenos macarons.
Cada pieza o rebanada lleva un pedacito de esa sensación. Catalina y su familia se han encargado de empatar la estética –decoración, colores, aromas– con su objetivo final: crear un momento relajante, capaz de rescatar a la gente del estrés diario.
La cafetería se transforma en un refugio para relajarse después de un día ocupado o para trabajar a distancia o como centro de reunión con amigas y amigos, entre paredes verde menta, mesas y sillas blancas, sillones de estilo francés, retratos de la realeza –desde Lady Di hasta María Antonieta–, amplios ventanales, cortinas ligeras y flores en tonos rosas.
Es un mundo aparte, donde las palabras sanan, divierten y expresan un amor profundo, que a veces se pierde entre los compromisos y las responsabilidades. Un instante sagrado del día, reconocido por otros países, como el afternoon tea de Reino Unido. Sus esfuerzos son un rescate cultural.
“Son momentos que te sacan lo bonito de ti, lo agradable que estás viviendo”, afirma Catalina.
Los postres son la pieza clave que une todos los esfuerzos: ningún otro platillo inspira esa paz, esa belleza, esa calidez agradable en el pecho. Sus posibilidades de decoración, su juego de sabores y tonalidades y su atención al detalle atraen la mirada. Aunque su mamá cocinaba platillos salados, Catalina optó por lo dulce y busca heredar ese placer y gusto por compartir la mesa a sus hijos. “Me encantaría que aprendieran y yo creo que lo están haciendo”, expresa.
Catalina continuará en su empeño por promover la cultura de la merienda, con sus macarons entre semana y sus pruebas durante el fin, buscando inspiración en redes o de los chefs y pasteleros que admira, Anna Olson y Pierre Hermé, y seguirá llevando el postre a las comidas familiares.
Ingredientes
- - Conchas de macarons
- - 55 gramos de claras de huevo (1)
- - 55 gramos de claras de huevo (2)
- - 150 gramos de azúcar granulada
- - 35 gramos de agua
- - 150 gramos de harina de almendra
- - 150 gramos de azúcar glass
- - Ganache de chocolate blanco
- - 200 gramos de chocolate blanco (de preferencia Turín).
- - 80 gramos de crema para batir (mínimo 35% grasa).
- - Ate de membrillo
Procedimiento
- 1. Separa las claras de las yemas.
- 2. Cierna la almendra molida y el azúcar glass en un bowl, puedes mezclarla.
- 3. Por separado, prepara el jarabe de azúcar: hierve agua con azúcar granulada. Cuando la temperatura alcance los 110 °C, bate 55 g de claras (1) hasta espumar pero no completamente firmes (usa un globo).
- 4. Cuando el jarabe alcance los 121 °C, viértelo sobre las claras mientras continúas batiendo. Sigue batiendo hasta que se enfríe (aprox. 7 m., debe ser liso y brillante).
- 5. Mezcla los otros 55 g de claras (2) con la harina de almendra y el azúcar glass.
- 6. Luego, incorpora ⅓ del merengue italiano a la mezcla de almendra y claras. Añade el resto en dos partes, mezclando con movimientos envolventes desde el centro hacia los bordes, girando el bowl. La masa debe volverse lisa, brillante y caer lentamente en forma de cinta continua al levantar la espátula (Macaronage).
- 7. Evita sobremezclar. Si la masa se vuelve demasiado fluida, los macarons quedarán planos y sin pie; si está muy espesa, se agrietan al hornearse.
- 8. Pasa la masa a una manga con duya lisa de 1cm en forma de discos del mismo tamaño sobre la charola de papel para hornear. Puedes imprimir alguna plantilla y retirar antes de hornear.
- 9. Golpea ligeramente la base de la charola contra la mesa para eliminar burbujas de aire y alisar la superficie.
- 10. Deja reposar los macarons a temperatura ambiente hasta que se forme una ligera costra al tacto; al tocar la superficie no debe pegarse al dedo. Este paso es esencial para que desarrollen su característico “pie” durante el horneado.
- 11. Precalienta el horno a 130°C. Hornea durante 12 a 15 min. Las conchas deben quedar firmes al tacto y desprenderse fácilmente del tapete al enfriar. Evita moverlos en caliente, ya que podrían romperse.
- 12. Montaje: forma pares de conchas, luego con una bolsa de pastelería, rellena una concha de cada par con ganache de chocolate blanco formando un círculo hueco. Rellena con un cubito de ate de membrillo. Cierra el macaron y ¡disfruta!
- 13. Ganache de chocolate blanco: pica finamente el chocolate blanco Turín y vacíalo en un bowl. Calienta la crema en una olla hasta que empiece a hervir; no al dejes burbujear mucho. Vierte la crema caliente sobre el chocolate picado (bowl). Deja reposar 1 min. y luego mezcla desde el centro hacia afuera hasta obtener una crema suave y brillante. Cierna la mezcla para identificar trozos de chocolate que no se hayan derretido. Cubre con plástico a contacto y refrigera hasta que tome consistencia para rellenar (unos 30-60 min.).

