Desde 1980, el Cherokee forma parte de la memoria gastronómica de Saltillo. Al frente, Ubaldo Aguirre honra el sueño de su padre: alimentar con respeto, mantener un equipo unido y conservar el sabor de familia que convirtió unas enchiladas en tradición
- 14 diciembre 2025
El calor de la parrilla puede superar los sesenta grados, pero en la cocina de Cherokee Station reina la calma. Frente al fuego, Ubaldo Alejandro Aguirre Torres, de 56 años, mueve las pinzas con precisión. No hay gestos bruscos ni prisa; hay método. Su serenidad contrasta con la intensidad del lugar: un espacio donde cada chispa, cada orden y cada plato llevan la huella de una historia que comenzó hace cuarenta y cinco años.
“Aprendí de mi padre que dar de comer es una forma de respeto”, dice. Y lo demuestra cada día en Rancho de Peña, donde el negocio familiar sigue encendido.
DISCIPLINA, SAZÓN Y UN LOCAL FRENTE AL MAGISTERIO
La historia del Cherokee nace en 1980, cuando José Ubaldo Aguirre Estrada, maestro de escuela primaria, y su esposa Amelia Torres Alamilla, secretaria bilingüe y cocinera por vocación, abrieron un pequeño local frente a la clínica del Magisterio. Él aportó disciplina y constancia; ella, la sazón que definió la identidad del lugar: su salsa de enchiladas que se volvió referente y permanece intacta hasta hoy.
Ubaldo, el hijo mayor, creció entre aromas de chile y comal. A los doce años ya llenaba refrigeradores, lavaba platos y observaba cómo su padre convertía la enseñanza en método.
“Mira, el restaurante lleno —decía él—. ¿Ves cómo están comiendo? Eso es lo que hacemos.”
Esa idea sigue guiándolo cuatro décadas después.
Al principio, no quería cocinar. Prefería la administración o la barra. Pero su padre lo colocó frente al asador, bajo el calor que no perdona. “No quería oler a grasa”, recuerda. “Pero terminé agradecido.” Hoy entiende que en esa exigencia había una lección más profunda: el orgullo nace del esfuerzo sostenido.
“No soy chef —aclara—. Soy un entusiasta de la cocina.” Domina el fuego con la naturalidad de quien lo ha visto arder desde la infancia.
En la memoria familiar hay dos recetas que resumen toda una vida: la salsa de su madre y la carne de su padre. Él perfeccionó la técnica hasta lograr el punto exacto. Con ellas se construyó la identidad de un restaurante que ha sobrevivido a los cambios de época sin perder su raíz.
“Una receta no son los ingredientes, son las manos que la preparan”, dice Ubaldo. Por eso solo sus hermanos, su esposa y él conocen la fórmula. También conserva el recuerdo de su abuela Evangelina Estrada, creadora de la antigua tirilla de membrillo, un postre que podría volver al menú como homenaje a esa herencia.
En su ubicación actual en Rancho de Peña, Cherokee Station mantiene la esencia familiar. Ubaldo supervisa cocina, barra y mesas. Se acerca a los clientes, escucha, agradece. Muchos regresan tanto por el sabor como por la calidez del trato.
Su equipo lo acompaña desde hace décadas. Entre ellos está Félix, colaborador desde 1998 y su padrino de bodas. Comparten más que un oficio: una amistad construida entre turnos y fogones. “Aquí nadie es mesero”, dice Ubaldo. Ese modo de pensar ha hecho que sus trabajadores se sientan parte de la casa. El restaurante funciona como una familia extendida.
UNA COMUNIDAD FUERA DE LA COCINA
También existe una comunidad más allá del comedor. Ubaldo mantiene lazos con familias que, como la suya, han levantado la gastronomía saltillense: los Cárdenas, los Ramírez, los Garza. “Todos somos amigos, todos crecimos juntos”, afirma. De esas conversaciones surgió una idea que defiende con orgullo: el cabrito de Saltillo “no le pide nada al de Monterrey”.
El espíritu generoso de su padre sigue vivo. José Ubaldo acostumbraba invitar a desayunar o comer a los alumnos destacados del internado Vicente Suárez. Nunca hizo donaciones públicas; simplemente ayudaba.
“Preguntaba qué hacía falta y lo llevaba”, recuerda su hijo. Esa forma discreta de servir marcó la filosofía del Cherokee: humildad, gratitud y trabajo bien hecho.
Hoy, cuando Ubaldo ve el comedor lleno, vuelve a aquella imagen que repetía su padre: el restaurante como aula, la mesa como enseñanza. Por eso no se detiene. Supervisa la carne, revisa la salsa, afina el punto del fuego.
Casi medio siglo después, Cherokee Station sigue siendo más que un restaurante: es una historia familiar escrita al calor de la parrilla. “Yo ya quisiera retirarme —dice—, pero no lo haré hasta ver a mis hijos seguir con esto. Entonces sabré que le cumplí a mi padre.” Y mientras la parrilla siga encendida, esa promesa también lo estará.
Ingredientes
- - 1 trozo de arrachera fina (aprox. 400 g)
- - 300 g papas cambray
- - 1 elote dulce cocido
- - Sal del Himalaya al gusto
- - Pimienta negra al gusto
- - Pimienta con limón al gusto
- - Aceite de oliva
- - Un chorrito de vinagre
- - Romero fresco o seco
- - Pepinillos en rodajas
- - Mostaza al gusto
- - Chiles del monte al gusto
Procedimiento
- 1. Sazona la arrachera con sal del Himalaya, pimienta negra y pimienta con limón.
- 2. Calienta el asador o sartén a fuego alto.
- 3. Coloca la arrachera y cocina al término deseado, idealmente “al punto”.
- 4. Mientras se cocina, saltea las papas cambray en aceite de oliva con un chorrito de vinagre y romero hasta que estén doradas y suaves.
- 5. Calienta el elote dulce y reserva.
- 6. Retira la arrachera del fuego y paso al plato.
- 7. Acomoda las papas cambray y el elote como guarnición.
- 8. Decora con pepinillos, mostaza y chiles del monte antes de servir.
- 9. Sugerencia: acompaña este platillo con ensalada a base de lechuga orejona, betabel, tomate y zanahoria, aderezada con vinagre.

