Entre el piano y la gastronomía, “La Nena” Blackaller ha hecho de cada día una lección de vida: cocinar con gusto, cuidar con amor y vivir al compás de los aromas y las melodías
- 14 diciembre 2025
En la cocina de María Luisa Blackaller Villarreal el tiempo se mueve con la cadencia de una melodía. La luz entra suave por las ventanas de vitrales florales, los canastos que cuelgan del techo se entrelazan con las ristras de ajos y el oxígeno se convierte en aroma conforme avanza la receta.
A sus 91 años, María Luisa, a quien su familia llama con cariño “La Nena”, sigue encontrando en este espacio su refugio, su forma más pura de expresión y su punto de encuentro con la familia. Su cocina no es sólo un lugar: es un lenguaje que aprendió a hablar desde los 17 años. Más por necesidad que por interés.
Cuando ella tenía esa edad, su padre enfermó y su madre viajó con él a atenderlo. María Luisa, quien dio clases de piano y mecanografía en Monclova, se quedó a cargo de sus hermanos sin saber mucho de cocina.
“No hallaba qué hacer, compraba carne molida, la doraba, le ponía huevo y salsa”. Así nació su primera receta, aquella “carnita de la famosa”, que con los años se volvió anécdota familiar.
Fue el comienzo de una historia donde el deber se transformó en gusto, y la necesidad en una pasión que nunca la abandonó. La mujer que se enseñó a cocinar sin proponérselo terminó construyendo su vida entre aromas, notas y rutinas.
Cuando se casó con Ovidio Garza, agricultor de San Buenaventura, su cocina se volvió el centro de la casa. Criaron seis hijos: Mabel, Ovidio, Jorge, Luis, Sergio y Ana, y en cada comida María Luisa encontró una forma de cuidar, enseñar y celebrar.
En su mesa, el mundo siempre estuvo servido. Mucho antes de que sus hijos conocieran otros países, aprendieron a viajar desde el plato. Siendo ella ávida lectora, los libros de cocina fueron el boleto de avión al apetito internacional. La comida se convirtió en una lección de geografía y sensibilidad, un puente entre el paladar y la curiosidad.
“Uno como cocinera es responsable de la salud de su familia”, dice convencida. Su amor por la cocina está ligado al cuidado: siempre ha procurado incluir frutas y verduras, segura de que la alimentación es también una forma de educación.
Toda su vida ha enseñado: primero con el piano, ahora con el cucharón. Durante 27 años tocó el piano en un jardín de niños y luego trabajó en el Archivo del Estado. Pero nunca dejó de cocinar ni de compartir lo que sabía. Sus amigas aún le llaman para pedirle recetas, y ella responde con la paciencia de una maestra. “No es que yo sepa mucho, pero me gusta hacerlo bien”. Entre las ollas y los libros, entre la música y la mecanografía, María Luisa ha enseñado que la constancia también se sazona.
La nuez, fruto generoso del patio de su casa, es un ingrediente que nunca falta en su cocina. Con ella prepara guisos, salsas y postres que evocan los nogales de San Buenaventura, y también la memoria culinaria de su madre y su madrina, María de Jesús y María del Refugio Villarreal, respectivamente, quienes le heredaron su platillo emblema y hoy infaltable en las cenas decembrinas: el cabrito empanizado y el picadillo turco.
María Luisa no cocina, compone. Cada día orquesta el menú con la misma emoción con la que interpreta una pieza en el piano. Las notas que alguna vez aprendió en las teclas se transformaron en sonidos de cucharas, hervores y cuchillos. “Me hubiera gustado estudiar para chef, pero me emociona igual comprar un libro nuevo de cocina que una partitura”. En su vida, la música y la gastronomía no son mundos distintos, sino lenguajes que se entrelazan para contar una misma historia.
A veces recuerda los días en que debía levantarse temprano, preparar la comida, abrir su pequeño comercio y salir a trabajar. No se queja. “Nunca batallé, porque me organizaba y lo hacía con gusto”. Esa palabra, gusto, es el hilo conductor de su vida. Todo lo que hace, desde bordar hasta leer y cocinar, pasa por ese filtro. Enseña que la comida más rica es la que se hace con gusto, sin prisas, con amor. Es su filosofía y su consejo para los jóvenes: cocinar bien no es complicarse, es hacerlo con intención.
Los domingos su casa se llena. Hijos, nietos y bisnietos llegan para descubrir cómo adornó la mesa esta vez. Otro ritual de María Luisa, la mezcla de colores, vajilla, todo está pensado. Planea el menú desde temprano: una ensalada, un arroz, quizá un guiso “sencillo”, como dice ella, por más elaborado que sea el platillo. Lo importante no es el resultado final en los alimentos, sino el encuentro. “Pensar que se lo van a comer rico es suficiente”. En su voz hay una calidez que confirma su forma de ver la vida: cocinar es servir, y servir es amar.
Entre sus recuerdos, el olor a limón y naranja tiene un lugar especial. “En mi casa de Monclova había una fila de limones; me gustaba romper la hojita y olerla”. Ahora, su cocina, como su música, está hecha de notas que se mezclaron con el tiempo.
María Luisa vive rodeada de libros, plantas y utensilios que guardan historia. Su ventana favorita, de marco azul, da a un jardín donde el sol se cuela entre los árboles. Todo ocurre con la calma de quien ha entendido que la vida es mejor cuando se sazona con amor y disciplina.
Y ahí está ahora y ahí la podrás encontrar siempre: con el mandil rojo atado a la cintura, el cabello recogido, su collar y aretes con la sutileza perfecta, y una cuchara de madera en la mano. En la estufa, una olla murmura suavemente. María Luisa se inclina, prueba el guiso, sonríe. La luz de la tarde ya avanzó por vitrales y dibuja flores en el piso. El aire huele a nuez, a limón, a hogar. Entre el sonido del piano y el hervor del guiso, María Luisa afina su vida con armonía.
Ingredientes
- - 1 cabrito gordo cortado en piezas
- - ½ kg de carne de puerco en trozo
- - ½ kg de carne de res en trozo
- - 1 cebolla grande
- - 6 dientes de ajo
- - Perejil picado
- - Sal con ajo
- - Galletas saladas
- - Aceite
- - Pimienta, comino, clavo y sal
- - Azúcar y vinagre
- - Nuez y pasas de uva
Procedimiento
- 1. Coloca las piezas de cabrito en una pavera con mucho perejil y medio vaso de agua.
- 2. Hornea 40 min o hasta que la carne esté suave. Sácalo y deja enfriar.
- 3. Muele las galletas saladas, bien trituradas; agrega pimienta y sal con ajo. Mezcla.
- 4. Baña las piezas de cabrito con aceite; empaniza con la galleta.
- 5. Hornea 20 min para dorar; que no se reseque.
- 6. Picadillo turco: coce la carne de puerco y res con la cebolla, el ajo y las hierbas de olor al gusto. Que no quede muy cocida. Reserva el jugo.
- 7. Muele la carne en el molino junto con la media cebolla.
- 8. Licúa la cebolla, el ajo y las especias al gusto con un poco del jugo de la carne.
- 9. Guisa la carne molida con aceite y sal. Agrega la pasa de uva, nuez y un poco de azúcar. Rectifica la sazón: agridulce.
- 10. Fuera de la lumbre rocía con tres puños de vinagre. Especia al gusto con pimienta, comino, clavo y sal.

