En la cocina, su sincronía es natural. Uno marca el compás, el otro lo impulsa. Juntos mantienen viva una tradición gastronómica que sabe a gratitud, familia y hospitalidad. Su herencia no tiene ingredientes, sino valores
- 14 diciembre 2025
En la cocina de los Cárdenas, la hospitalidad es el ingrediente más poderoso. Allí, entre el aroma del cabrito al horno y la voz pausada del padre que da instrucciones precisas, y a la vez pide opinión, nació una forma de entender la vida: servir es también amar.
En su casa, la sazón se hereda, enseña y une. No solo se comparten recetas, sino gestos: la forma de mirar un fuego, de probar una salsa, de cuidar a quien se sienta frente al plato. En esa escuela familiar, sin pizarrones pero sí con cucharones, Rodrigo Cárdenas Garza aprendió que la cocina no es solo técnica o tradición, sino una manera de hospitalidad.
Juan Ramón Cárdenas Cantú lleva casi cuatro décadas forjando una de las historias gastronómicas más sólidas del norte de México. Fundador de Villa Ferré y Don Artemio, ha hecho del cabrito un símbolo que traspasa generaciones y fronteras. Su nombre está ligado a la identidad culinaria de Saltillo, pero también a una visión de excelencia y constancia que ha llevado a su cocina hasta Berlín, el Vaticano, Nueva York, Chicago, Austin, Fort Worth, San Antonio o los Emiratos Árabes Unidos.
Habla con la misma pasión del tamal relleno de cabrito más grande del mundo, que de las tortillas de harina hechas en casa por su madre doña Lilia, las tortillas de harina dulces de su abuela Felícitas Garza y los buñuelos de la abuela Juliana Cantú, preparados con azúcar y mucha canela. “Me podía comer cinco con un vaso de leche”, hace memoria. En el hogar era infaltable el chorizo, la carne seca, machitos, duraznos en almíbar, mermeladas, cajetas, y los secretos del cabrito desde la crianza enseñados por su padre, don Braulio. En esos sabores se formó su memoria emocional y su brújula profesional.
En su carrera ha tenido desafíos convertidos en logros, como servir banquetes para 15 mil personas acompañado de su hermano Braulio. Otro de los momentos que recuerda fue un servicio en la embajada de Berlín, contando solo con una estufa de departamento, eléctrica y de cuatro hornillos. “Los retos los he solucionado con la ayuda de Dios y de mi familia”, comparte.
Hoy, cuando mira hacia atrás, no piensa solo en los premios o en los viajes, sino en la gente que ha visto crecer. “Creo que Villa Ferré ha sido un semillero de cocineros y de personal de hospitalidad muy calificado”.
Esa manera de entender la cocina como un espacio para crecer, aprender y compartir es la misma que Rodrigo tomó como legado. Desde niño acompañaba a Juan Ramón los sábados a las cocinas, ayudando en lo que podía. Observando, recorriendo, admirando. A los nueve años ya sabía que la cocina era un universo completo, con sus propios códigos, aromas y silencios. Su papá, el primero en enseñarle algo sobre ese mundo: a usar el cuchillo.
La curiosidad se volvió vocación. Estudió Ingeniería en Alimentos y después Gastronomía en Estados Unidos. Trabajó en el Dinex Group en Nueva York, del chef Daniel Boulud, con Jacques Pépin, en Nicos con el chef Gerardo Vázquez Lugo, sirvió en el área VIP de la final de la NBA en Dallas y descubrió que la técnica cobra sentido cuando se combina con pasión y propósito.
En 2023, su restaurante Don Artemio Fort Worth, una extensión contemporánea de la tradición familiar, fue finalista en los premios James Beard como Mejor Nuevo Restaurante en Estados Unidos. Desde ahí, Rodrigo proyecta su visión: una gastronomía del norte que honra su origen, pero a la vez dialoga con el mundo. “Lo que me mueve no es solo cocinar bien, sino crear experiencias que hagan sentir a las personas bienvenidas, cuidadas y sorprendidas”. Este año, Dos Mares, también en Forth Worth, se suma al legado.
Esa es su definición de hospitalidad: hacer que los demás se sientan mejor por haber estado contigo. En cada plato, en cada servicio, busca provocar algo más que satisfacción: busca conexión. Y en eso se parece profundamente a su padre.
Cuando ambos coinciden en la cocina, la atmósfera se envuelve en ritmo. “Cocinar con mi papá es como bailar sincronizados. Nos leemos la mente y todo fluye muy padre”. Uno marca el compás con la experiencia; el otro lo acelera con la frescura. Y juntos, hacen que la tradición no se detenga.
El suyo es un baile entre generaciones: el padre que enseñó el valor del trabajo bien hecho, y el hijo que añade una nueva coreografía hecha de innovación, técnica y propósito. En sus manos, la tradición no envejece, se renueva.
Juan Ramón habla del cabrito como quien habla de un viejo e íntimo amigo. Lo ha visto transformarse en símbolo, en plato y en metáfora. “Está en mi sangre. Mis ancestros se remontan a más de 14 generaciones que llegaron al noreste de México con el cabrito”. Rodrigo, por su parte, lo lleva de la tradición a la alta cocina contemporánea, guardándole respeto y alma.
La visión común es: hacer de la cocina una herramienta para construir un mundo más humano. Rodrigo sueña con crear un grupo de hospitalidad de clase mundial, donde cada colaborador encuentre propósito y crecimiento. Su padre, con el mismo ideal, ha dedicado su vida a formar equipos, cuidar a su gente y demostrar que la excelencia también es generosa.
Hay regalos que se sienten en cada plato, aunque no se vean: la ética, la gratitud, la esperanza. La herencia más importante en la familia Cárdenas no tiene ingredientes, sino valores.
En esta historia, el fuego no se apaga: se comparte y trasciende. Y mientras el cabrito se prepara lentamente en el horno, ellos siguen bailando al compás de su oficio, construyendo un legado que huele a hogar, sabe a tierra y se sirve con el corazón.
Ingredientes
- - 1 cabrito tierno (28-35 días de 4 a 5 kilos).
- - 2 tazas de jocoque o yogurth, sin azúcar.
- - 3 cebollas grandes en rodajas o trozos medianos.
- - 20 jitomates guaje, en rodajas o en cuartos.
- - 6 dientes de ajo.
- - 1 litro de caldo de pollo o caldo de res.
- - Sal y pimienta al gusto.
Procedimiento
- 1. Corta el cabrito en piezas, cuidando de siempre seguir las coyunturas, para no astillar los huesos.
- 2. Cubre el fondo de la olla con una tercera parte de las cebollas cortadas; agrega los dientes de ajo, salpimienta.
- 3. Agrega la mitad de los trozos de cabrito, y añade la mitad del tomate cortado y también agrega una tercera parte de la cebolla cortada, salpimienta.
- 4. Agrega los trozos de cabrito restante, así como el resto del tomate y de la cebolla y salpimenta.
- 5. Vierte el caldo de pollo o de res, según hayas elegido, y el yogurt.
- 6. Tapa y lleva a cocción alta hasta que suelte el hervor.
- 7. Baja la temperatura y cocina por 4 h. o hasta comprobar que este listo. Nota: si el cabrito es muy pequeño y tierno puede requerir de solo 3 h. Como siempre el ojo del cocinero es necesario para obtener los mejores resultados.
- 8. Una vez que se haya verificado que el hueso se desprende de la carne, procede a sacar los trozos de cabrito
- 9. Con los jugos restantes, enfría un poco, y con mucho cuidado lleva a la licuadora, siempre cuidando que cuando el líquido está caliente en una licuadora, al encenderla, puede “explotar” y provocar quemaduras a quien cocina.
- 10. Procede a licuar todos los jugos de cocción, con la cebolla, jitomate y los ajos, hasta que estén muy bien triturados. Pasa por un colado, rectifica la sazón.
- 11. Regresa las piezas de cabrito a la olla y agrega la salsa de jitomate colada, calienta y sirve.
Nota del chef:
Hay recetas como estas, que provienen de la cocina tradicional, en dónde se utilizan animales enteros, por lo tanto el rendimiento varía, dependiendo de como se corta el cabrito. Si se corta en porciones grandes es para 10 personas; si se corta en porciones pequeñas, puede rendir para 14 personas.

