Entre recuerdos de infancia, sazones heredados y las tres voces que guiaron su camino, Mayra Arenas encontró en la cocina un refugio que se honra. Ahí, cada platillo nace de la intuición, la memoria y el ritmo que la llevó hasta Saltillo
- 14 diciembre 2025
Antes de encender la estufa, Mayra respira. Entra a su cocina con los hombros sueltos, los pies firmes sobre el suelo, el cabello medio recogido y adornado con una flor. Antes de tocar una olla o partir la nuez, pide permiso a su cocina. Siempre lo hace. A veces en voz alta, otras con un pensamiento. Como si la cocina fuera un templo que no se pisa sin humildad: un espacio que exige respeto, intuición y alma.
Ahí, entre paredes tibias que huelen a guisos, habita su forma más verdadera. En ese rincón con cazos y cucharas, Mayra reafirma lo que es: una mujer de 36 años que cocina con el pulso de su historia y la calma de quien sabe que el sabor nace del alma. Ella es Mayra Nohelia Arenas Chávez.
La vida la fue llevando, una receta a la vez. En su infancia, allá en Tabasco, el fuego se encendía temprano. Aprendió los tiempos de los frijoles negros y a reconocer el instante en que la masa se rinde y se vuelve dócil.
Tres voces sostienen su memoria. De su abuela Rosalinda Hernández atesora los frijoles negros de la olla, cocinados a la leña, en barro fiel a la tradición; ni se te ocurriera ponerle una licuadora enfrente. De su abuelo Juan Chávez vienen los caldos de gallina y las carnitas que llenaban la casa. Y de su mamá, Joaquina Chávez Hernández, heredó la curiosidad que la llevaba a esconderse entre sus faldas para observar la magia de su sazón.
Cuando Mayra habla de su madre, se detiene. Hubo tiempos difíciles en los que solo había frijoles y queso para darles de comer. Lo que para su mamá era angustia, para ella era fiesta; tanto, que ese platillo sigue siendo su favorito. “¿Cómo algo que para ti fue tan duro, para nosotras fue tan feliz?”, le pregunta todavía. Porque el amor, cuando se sirve caliente, alcanza para todos.
Con los años, Saltillo la adoptó después de que ella la eligiera con convicción. Tras pasar por Piedras Negras, Laredo, Reynosa y Monterrey, llegó buscando calma y encontró un hogar donde, por fin, pudo descalzarse. “Es mi lugar de aterrizaje. Aquí tengo todo”, dice con agradecimiento. Confiesa que llegó sin plan de negocio; hoy dedica sus días a conquistar corazones antes que paladares.
Ella no ve en los saltillenses el hermetismo del que muchos hablan, sino una fidelidad profunda que nace del corazón y de los lazos familiares. Dice que se toman su tiempo para abrirse, pero una vez que lo hacen, entregan una lealtad firme y duradera. Esa misma lealtad, la que se ve en las mesas donde conviven abuelos, hijos y nietos, es la que busca honrar cada día en La Mare Mestiza, su restaurante en Parque Centro.
El proyecto nació con otro nombre: Las Mestizas. Pero ya existía un negocio registrado así en Aguascalientes. Entonces jugó con las emes que la acompañan: Ma de Mayra y Are de Arenas. Así nació La Mare. “Mestiza” permaneció como referencia a sus raíces y al oficio gastronómico.
Mayra no improvisa, pero tampoco mide. Todo en ella tiene un lenguaje: el cuchillo que se afila, la cuchara que gira, la música de Chavela Vargas que suena fuerte en la bocina. El silencio y la soledad que pide a su equipo cuando crea una receta nueva o los platillos de temporada. Su cocina no es un espacio de trabajo, sino una extensión de su cuerpo, una voz que le responde. Por eso pide permiso: porque sabe que la cocina no se domina, se acompaña.
Hay en su manera de cocinar una forma de rebeldía suave. No la de quien rompe reglas por capricho, sino la de quien se atreve a escuchar su propio ritmo. Ha aprendido que las recetas no son leyes, sino mapas. Que el sabor aparece cuando se tiene el valor de perderse un poco. Que lo imperfecto, a veces, es lo que da sentido.
Hoy comparte una receta que creó en un momento íntimo, una que es emblemática de La Mare y que ya está lista para “soltarla” y dejar que otros la hagan suya: el Tollimare.
Todo comenzó en una nevada de 2018. Antes de llegar a lo que fue su primer local, en Pedro Figueroa, entró a una tienda a comprar lo necesario para prepararse un atole. Tomó también un mazapán, “para después”. No sabía lo que estaba por crear. Mezclando la nuez, el piloncillo, la canela y la leche, se encontró con el mazapán en la mano y el “¿por qué no?” fue su manera de confiar en su instinto. Así nació el Tollimare: una bebida calientita que no solo reconforta, sino que cobija.
A quien la prepare, Mayra le dice: “Háganla para ustedes, pensando en ustedes. Es una receta nacida para apapachar, personal y pensada para disfrutarse como un acto de amor propio”.
Entre todos sus platillos, hay uno que la hace sentir especialmente orgullosa: los Chamorros. Representan una pequeña conquista, porque durante mucho tiempo ese platillo se ha asociado solo a los hombres. Recuerda una escena: entre cuatro sartenes al fuego, flameando chamorros con licor de membrillo, una amiga la miró sorprendida y dijo: “¿Es neta que tú haces los chamorros? Eso es trabajo de hombres”. Y ella respondió: “Sí... hasta ayer”.
Más allá de cada logro, lo que Mayra desea es trascender con tranquilidad, sabiendo que si alguien se cruza en su camino, o ella en el suyo, haya sido para bien; que de su paso quede un buen sabor, no solo gastronómico.
Y así es ella: una mujer que pide permiso a su cocina y la escucha con respeto. Nos permitió entrar en ese espacio como quien confía su corazón en manos ajenas, como quien entrega algo preciado. Y basta verla trabajar para entender que su huella no está solo en los platillos, sino en la manera en que convierte cada encuentro, cada historia y cada sabor en una forma de cariño que perdura.
Ingredientes
- - 1 l de leche entera, descremada o vegetal
- - 150 g de mazapán (6-7 pzas.)
- - ½ piloncillo (o 50 g de azúcar)
- - 1 raja de canela (5-7 cm)
- - 100 g de nuez
- - 50 g de mazapán extra (para escarchar)
Procedimiento
- 1. En una olla mediana, vierte la leche y agrega la raja de canela y el piloncillo. Calienta a fuego medio, removiendo ocasionalmente, hasta que el piloncillo se disuelva por completo y la leche comience a hervir suavemente.
- 2. Una vez disuelto el piloncillo y que la leche haya tomado el sabor de la canela, retira la raja de canela.
- 3. Prepara los ingredientes: mientras la leche se calienta, desmorona los 150 g de mazapán y pica las nueces (pueden ser trozos pequeños o medianos, según tu preferencia para la textura en el atole).
- 4. Integrar sabores: una vez retirado el piloncillo y la canela (si lo deseas puedes colar la leche por si quedó algún residuo), añade el mazapán desmoronado y las nueces picadas a la olla con la leche caliente.
- 5. Remueve bien hasta que el mazapán se disuelva lo más posible.
- 6. Licúa (opcional para una textura más fina): para un atole más terso, puedes pasar la mezcla caliente por la licuadora hasta obtener una consistencia homogénea. Si prefieres encontrar trocitos de nuez, omite este paso.
- 7. Espesa y coce: regresa la mezcla (licuada o no) a la olla a fuego medio-bajo. Cocina por unos 10-15 min., removiendo constantemente con un batidor de globo o cuchara de madera para evitar que se pegue al fondo. El atole espesará ligeramente a medida que se calienta.
- 8. Ajusta sabor y consistencia: prueba el atole y ajusta el dulzor si es necesario (puedes añadir un poco más de azúcar si lo quieres más dulce). Si deseas una consistencia más espesa, puedes disolver 1 cda. de fécula de maíz (Maicena) en un poquito de leche fría y añade a la olla, cocinando por 2-3 min. más hasta espesar.
- 9. Escarcha los jarritos (presentación): desmorona los 50 g de mazapán extra en un plato. Humedece ligeramente el borde de los jarritos o tazas donde servirás el atole (puedes usar un poco de agua o la misma leche del atole) y presiónalos suavemente sobre el mazapán desmoronado para crear un borde escarchado.
- 10. Sirve el atole caliente en los jarritos escarchados. Puedes decorar con un poco más de nuez picada por encima si lo deseas.

