Enojo presidencial
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Francamente no sé por qué lo hice. Aquella mañana desperté de tan buen humor que hasta me resultan inexplicables esas repentinas ganas de amargar mi existencia. Fue como si de pronto hiciera un harakiri contra mi propio optimismo y quisiera ver lo gris y oscuro del día, sin importar que el cielo estuviera tan profundamente azul y brillaran a lo lejos los cerros de mi ciudad.
Pues así, sin premeditarlo siquiera, comencé a ver una conferencia mañanera. No podía creerse la retahíla de sandeces y despropósitos que decía el presidente López Obrador. Por un lado pedía a los padres de familia que cuiden la manera en que sus hijas e hijos se entretienen, sobre todo si cometen la diablura suprema de jugar al Nintendo. “Vamos a enviarles un mensaje a las familias: madres, padres, niños, adolescentes, sobre el riesgo de los juegos electrónicos, del Nintendo, todo esto que resulta muy violento y que sin duda afecta”. ¿Acaso Andrés Manuel no ve las noticias? Cualquier noticiero televisivo, por más maquilladito que esté, resulta mucho más violento que los juegos electrónicos. Lo triste es que esa violencia de la que dan cuenta los medios es real y una consecuencia más de la falta de acción del gobierno federal ante la delincuencia organizada. Increíblemente a estas alturas de la administración ya se rebasaron por mucho las cien mil muertes por violencia. Es decir, que a cuatro años del sexenio actual ya se duplicaron y triplicaron los homicidios dolosos que hubo en este mismo periodo de tiempo en los sexenios de Enrique Peña Nieto y de Felipe Calderón, respectivamente, a quienes por cierto calificaba de asesinos.
El Presidente está muy enojado. Se puede advertir en su discurso. Ahora lanza más ataques, todo aquel que osa cuestionar sus decisiones es su adversario. Y desde que tomó protesta como primer mandatario de la Nación, se la ha pasado culpando a todos ante la falta de resultados propios. Es quizás hasta cómico que en sus conferencias matutinas, con tal de eludir la responsabilidad por su falta de resultados, ha culpado a Hernán Cortés, a la corona española por no pedir disculpas, a Salinas, a Fox, a Felipe Calderón o a Peña Nieto, a los fifís, a los empresarios, a los Oxxos, a los aspiracionistas, a la clase media, a los tecnócratas, a la prensa conservadora, a los niños con cáncer que cometen la osadía de pedir medicinas, al Nintendo, a quienes se roban el viento y el sol, a quienes se niegan a ver que las cosas están cambiando, a quienes viven en la colonia Del Valle, a quienes siguen apegados a prácticas corruptas, a la UNAM, a los científicos, a los organizadores de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a quienes no creen en sus otros datos, a la Iglesia católica y a sus sacerdotes, a quienes cuestionan su aeropuerto, a Carlos Alazraki, por ser tan conservador que hasta raya en lo hitleriano, sin importarle que el publicista sea judío. El Presidente también peleó con Loret de Mola por despojarlo de su discurso de la no corrupción, y no tuvo reparos en hacerlo enfrentar todas las investigaciones y embates del Estado; ha peleado con amigos de muchos años, como Ricardo Monreal, Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, Julio Scherer Ibarra, Olga Sánchez Cordero, etc. Se ha peleado con Estados Unidos por no invitar a una cumbre a dictadores que han sumido a sus pueblos en la peor de las pobrezas como Díaz-Canel de Cuba, Maduro de Venezuela y Ortega de Nicaragua, y hasta le exige a Biden que retire la Estatua de la Libertad. Encima de lo anterior, ha mostrado un desprecio a la Constitución que sólo se había visto en gobernantes como Echeverría o López , y todavía pide que “no salgan con que la ley es la ley”.
Y ahí seguimos los mexicanos, debatiendo y alzando la voz ante toda esa bola de ataques personales del tabasqueño que no buscan otra cosa que desviar nuestra atención de los asuntos que en verdad importan.
Apenas dice el Presidente que la UNAM desvirtuó sus fines y se convirtió en una institución del neoliberalismo, y ahí nos vamos todos y participamos en debates improvisados en redes sociales, y leemos un sinfín de artículos de opinión en defensa de la universidad, y somos víctimas, una vez más, de las cortinas de humo oficialistas que nos distraen de lo que realmente importa.
Y mientras tanto, la economía muy mal, con la gasolina en los cielos y así como la inflación. El salario ya no alcanza y eso es consecuencia del paro laboral que tuvo el gobierno de Obrador durante toda la pandemia.
El Presidente habla de todo, y de todos de una manera crítica e insultante. Pero no habla del crecimiento de la pobreza, y del crecimiento de la corrupción durante el gobierno de la 4T convirtiéndonos en el quinto país más corrupto del planeta. Si no se habló de lo anterior, menos de que México fue reconocido como el país que más maquilló las cifras de infectados y muertos por el COVID-19.
Ante todo lo anterior, quitémonos por fin el humo de las cortinas oficialistas y sin miedo a que nos llamen conservadores, exijamos mayor seriedad y, si no pueden dar resultados, mandar a nuestro Presidente a su rancho.
aquientrenosvanguardia@gmail.com