La democracia mexicana, sui géneris
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“La democracia es como el amor, no se puede comprar,
no se puede imponer, no se puede imitar; solamente se puede construir”.
J.B. Toro
Es una argumentación por definición la famosa frase de Winston Churchill que afirma que la democracia es el peor de los sistemas, exceptuando todos los demás (teocracia, autocracia, tecnocracia, fascismo, anarquía, monarquía, oligarquía, plutocracia, tiranía, junta de gobierno, totalitarismo y dictadura). En nuestro País pareciera ser que es una condena que pesa sobre todos, porque dificultamos creer en ella. En la medición 2015 de Latinobarómetro, cuando aparece la pregunta ¿Qué tan satisfecho ésta usted con la democracia que tenemos? Solo el 19% de los encuestados, en México; contestan de forma afirmativa; el 81%, no. Noruega es el país más democrático del mundo; en América Latina es Uruguay, ¿se acuerda de Pepe Mújica?, le siguen Costa Rica y Chile; según el informe, aunque usted no lo crea, somos los más insatisfechos cuando hablamos de la democracia.
¿Dónde ésta el problema?
En la forma como se planteó y se pensó. En principio, en lo que conocemos como Sistema Político Mexicano. México a diferencia de otros países tuvo estabilidad durante 71 años; para fines prácticos, pocos se dieron cuenta que el sistema político en el que pervivían no era tan democrático como lo suponían. Y con la aparición del partido hegemónico, surgió una estructura donde el Presidente era como un poder omnímodo que, como afirmaba Enrique Krauze, era una Presidencia Imperial. Un sistema hecho a imagen y semejanza del partido al que Lorenzo Meyer llamó “de estado”, y Vargas Llosa “la dictadura perfecta”. Ah, hay que añadir que aunque no nos guste, fueron procesos electorales limpios, con los asegunes de 1998 y 2006.
Otra clave de interpretación por la que se ha perdido credibilidad en relación a la democracia, fueron los gobiernos represivos y autoritarios que gobernaron nuestro País de 1964 a 1982. Y en el caso particular de la transición en México, con 12 años de gobiernos panistas, las cosas siguieron igual, con sus políticas públicas, actitudes y demás cancelaron la fe en la democracia. Las malas prácticas en el ejercicio del poder mutaron, la diferencia la marcó solamente el color de los partidos. Finalmente, otros elementos que inciden en el problema del deterioro de la democracia son el corporativismo, el clientelismo, la corrupción, la pobreza; como fuente generadora de descontento e inestabilidad, la exclusión y la marginación. En materia electoral, los pobres se han convertido en capital político. La pobreza y la desigualdad, debilitan y vulneran la vida democrática. En la democracia mexicana, se lucra y negocia con la pobreza.
Habrá que agregar a lo anterior las promesas incumplidas, los fraudes electorales, periodistas asesinados, tráfico de influencias, el doble discurso, la complicidad, el tráfico de influencias, la impunidad, la corrupción, los conflictos de intereses, el abuso de autoridad, el nepotismo, la mentira, los sobornos, los abusos de confianza, la corrupción, la transa, la indolencia, el desconocimiento de las leyes, la falta de confianza en las instituciones, la pasividad ante las formas ordinarias que utiliza el estado para promover la justicia, el soborno a funcionarios públicos, el abuso de autoridad, el desvío de recursos públicos para programas sociales, la falta de confianza en la clase política, la búsqueda intereses personales, de grupo o de partido, los problemas en la impartición de justicia, la deshonestidad, el nepotismo, los conflictos de intereses; son algunos buenos argumentos que hacen que el ciudadano ordinario; es decir, el 81 por ciento de la población en México, no crea en su democracia sui géneris.
¿Por qué hay que creer en la democracia? No por la afirmación churchilliana, sino porque la democracia es el estado ideal donde se despliegan de forma simple todas las libertades y todos los derechos políticos que, con el paso del tiempo y la historia, hemos conseguido como comunidad humana. Es verdad, la democracia nunca ha existido, habita en la utopía, existen solamente aproximaciones al ideal democrático, una cosa es lo real y otra lo ideal. Una vez más, el engorroso ejemplo nos lo ponen las democracias nórdicas, donde éstos derechos y libertades se han respetado y consolidado, logrando una aproximación más nítida.
¿Por qué no nos hemos acercado al ideal de la democracia?
En mucho porque la democracia tiene como presupuesto la racionalidad, la autodeterminación, la toma de decisiones, la responsabilidad, la autonomía, la afirmación de un destino colectivo, la igualdad, la libertad (positiva y negativa), la inclusión, los acuerdos, la negociación, el compromiso, los consensos, la igualdad de estima, el reconocimiento, la emancipación, la soberanía popular, la libre discusión, entre otras cosas; y eso no estamos dispuestos a asumirlo, ni a hacerlo.
El ethos democrático, por así llamarlo, ese que se nos complica de forma natural, tiene su origen en el liberalismo político y ahí ésta el problema; es decir, para vivir en el peor de los sistemas, exceptuando todos los demás requerimos como afirma John Stuart Mill, en su libro On Liberty (Longman, Roberts & Green, 1869), que con nuestra conducta no afectemos a terceros, respetar la libertad de pensamiento y de acción. Donde el gobierno, la sociedad, religión, las costumbres, la tradición, la moral, la ley, no puede interferir en la soberanía individual.
En este liberalismo político que antecede a nuestras revoluciones e independencias, se defienden las libertades de los individuos; de forma particular la libertad de pensamiento y se denuncia todo intento de limitar la libertad de conciencia y de creencias. Se reclamaba el derecho a la libre reunión, a la asociación, a la expresión de las ideas, a la manifestación y a la libertad de prensa. La religión debía es una convicción personal y no un asunto de la vida pública. En este liberalismo se puede o no creer en Dios y ser igualmente un buen ciudadano, pues la necesidad de vivir en un estado laico evita las discriminaciones, las intolerancias, las cerrazones, las intransigencias, las xenofobias en sus múltiples formas y promueve la inclusión en todos los sentidos. Lord Acton decía que el quantum democrático se trasluce en el cuidado que el estado tiene de las minorías. En el liberalismo político, evidentemente en una democracia, nadie puede quedar excluido.
El liberalismo político postula el derecho a la máxima libertad de cada cual para elegir cómo vivir su vida. La principal función del estado liberal es la de garantizar la libertad de todos. El objeto de su existencia es la protección de las injerencias de los demás en la libertad personal y al mismo tiempo, está limitado en su propio poder por el derecho de los ciudadanos a la libertad. Tiene como base la interpretación de la naturaleza humana y supone que con mayores cuotas de libertades se alcanzan mayores niveles de prosperidad; ahí el hombre obtiene más beneficio haciendo lo que él considere pertinente, teniendo en cuenta que el ejercicio de la libertad individual es el camino ideal para el bienestar del individuo.
El pensamiento de fondo del liberalismo está supeditado intencionalmente a la construcción de una sociedad plural donde todos caben, porque promueve la libertad y los derechos de los individuos por encima de cualquier tipo de sujeción o sometimiento por la fuerza.
En México el axioma ha sido “todos somos iguales, pero unos somos menos iguales que otros”. Es importante, por tanto, un cambio de chip en la forma de concebir nuestra incipiente democracia. Si queremos aproximarnos al ideal democrático, Norberto Bobbio en el Futuro de la Democracia (2010) nos recomienda que comencemos a cultivar otro tipo de actitudes; por ejemplo, tener una idea clara del concepto libertad, igualdad, diálogo, tolerancia y podríamos agregar, rendición de cuentas, transparencia y solución pacífica de controversias. Giovanni Sartori por su parte afirma que para establecer una sociedad democrática es necesario que los ciudadanos se empoderen. Finalmente, Roberto Dahl nos da cinco razones por las que afirma, es mejor vivir en una democracia; las razones son la participación efectiva, el cuidado de la agenda pública, igualdad de oportunidades para todos, una comprensión informada y de manera intencional que nadie quede excluido. Remata diciendo que la democracia no puede garantizar que sus ciudadanos sean felices, prósperos, saludables, pacíficos o justos, pero es una apuesta mejor a cualquier otra alternativa.
La democracia exige actitudes y aptitudes distintas en sus ciudadanos, muy probablemente por eso no la hemos vislumbrado del todo.