Antes del diluvio; atrapados en los caprichos, dogmas y obsesiones de una persona
COMPARTIR
TEMAS
Desde la Revolución francesa, el comentario de Madame de Pompadour "Après moi, le déluge" (después de mí, el diluvio) había parecido una profecía insensible y precisa de los cataclismos políticos que comenzaron en 1789. Pero décadas antes de la caída de la Bastilla, los escritores franceses habían usado la frase para describir un tipo diferente de temeridad egoísta, unos que confirmaron los temores de muchos y las respuestas a ellos.
Y antes de la Revolución francesa, hay historiadores que aseguran que Luis XV, Rey de Francia, utilizó también la frase "Después de mí, el diluvio". La explicación que han dado está ligada a la personalidad ególatra y enferma de poder del monarca francés. Para algunos, el rey estaba afirmando: "Sin mí no queda nada o peor aún: sin mí, no son nada. A Luis XV se le recuerda como uno de los reyes más impopulares de Francia, aunque un poco menos que Luis XVI que terminó sin cabeza.
Pero esta visión de pesadilla del futuro de Francia fue para muchos observadores prerrevolucionarios una especia de predicción por las presiones generadas derivadas de las finanzas públicas en quiebra por las guerras modernas, que desencadenaron una cadena de impagos de la deuda que destruiría los órdenes políticos establecidos y provocaría una repentina sacudida en contra del gobierno despótico.
Luego quedó claro que el gobierno no pudo mantener a raya la inestabilidad económica que se convirtió en política. Analizando esto, podemos decir que antes de que el diluvio nos lleve a una situación donde no haya marcha atrás, podemos hacer cualquier cantidad de hipótesis sobre qué es lo que de verdad está provocando la actitud del presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Qué es lo que realmente lo mueve? Y es que, aunque las hipótesis son varias y muchas de ellas se dan en el terreno del psicoanálisis, lo cierto es que hoy estamos atrapados en los caprichos, dogmas y obsesiones de una sola persona.
El manejo de la crisis económica y de salud, la primera que ya venía y la segunda que todos esperábamos, ha ocasionado que crezca el desencanto popular y esto no presagia nada bueno para México. Parecen que han pasado decenios, pero estamos a menos de dos años de su llegada a la presidencia y el inquilino de Palacio Nacional parece enfrentar una terrible soledad de donde surge la condensación del egoísmo político más perverso, la irresponsabilidad social más grave, un egocentrismo tal que parecería que ya no le importa qué le ocurra a ese pueblo que un día dijo amar sin medida.
Créame, porque cuando caiga el telón, el complejo tinglado financiero de saldos, créditos, bonos y pagos deberá cuadrar perfectamente. Porque sin empresas generando empleos e impuestos, no habrá forma de poder pagar los millonarios programas sociales y se necesitaría de tan sólo una chispa para que el descontento llegue a convertirse en una tragedia. ¿Cuántas vueltas más soportará el tornillo antes de que el público ya no pueda ser apretado?
Y cuando eso suceda, dirá lo de siempre. Que así le dejaron el País, que son los conservadores y toda la lista de cosas que ya sabemos que dice. Aun así, se empeñará con que siempre hay una salida y buscará enderezar el modelo fallido basado en la magia del petróleo, endeudamiento, subsidios y más propaganda. Pero muy pocos creerán eso, y hablarán sólo de la caída del héroe que creía que podía resolverlo todo con tan sólo quererlo.
Al final, sólo el pueblo pagará las irresponsabilidades; los programas e inversiones absurdos, los elefantes blancos, los sobreprecios y sí, también una rampante corrupción que jamás desapareció. Un gobierno que no se adaptó a sus propósitos y que ha ayudado en mucho la visión de una ingobernabilidad, que promueve activamente los desesperados esfuerzos de último momento para imponer un estilo de gobernar que en el desencanto colapsa confrontación directa con la gente.
Entonces AMLO se lanzará contra todo y contra todos. ¿De qué otra forma podrá explicar su fracaso? Es posible que durante el vuelo piense: “Después de mí, el diluvio”, el reflejo de una persona que se siente parte de una misión conferida con un fin superior. A eso, algunos especialistas del pensamiento humano lo han llamado delirio.