Arte, crimen y odio
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La crítica de arte más amada, más odiada y por consiguiente más afamada de México protagonizó un incidente que no habría pasado de lo chusco y lo anecdótico de haberle sucedido a usted o a mí.
Pero tratándose de una feroz enemiga del arte contemporáneo o, mejor dicho, del pseudoarte conceptual, aquello se volvió el chisme de la semana. Y sería portada del TV Notas de no ser porque los reporteros de dicho medio se desintegran si llegan a pisar una galería o recinto cultural, cual vampiro en tierra consagrada.
Lésper se ha ganado a pulso el más virulento encono de todos los vivales que, a falta de dominio de cualquier técnica en la plástica, le ponen sombrero a un bote de Cloralex que, gracias a una ficha larga y farragosa, adquiere la categoría de arte (¡hola, becarios del Fonca!).
Desacreditar a Lésper es bien sencillo, basta con decir que es una reaccionaria e intolerante, anquilosada en arcaicos cánones estéticos de siglos pretéritos, una academicista obsoleta, una obtusa que no entiende nada sobre las formas vigentes de provocar algo en el espectador. Claro, lo dicen los que quieren forrarse de billetes y acceder a la fama colocándole el sombrero al bote de Cloralex.
Hace unos días, visitando Zona “Macaco”, en donde coexisten artistas contemporáneos que –entiendo– van de lo interesante a lo más chafa, Avelina tuvo la mala suerte de estar parada junto a una obra en el momento preciso en que a ésta se le ocurrió estrellarse contra el piso.
La pieza consistía en una colección de objetos de lo más aleatorio (balón de futbol, pelota de tenis, pluma de ave, una roca, un cuchillo), en un trozo de vidrio templado que terminó hecho añicos en el suelo.
Tendría que haberse apalancado la especialista en arte para provocar esta caída, o bien, estaba tan mal ejecutada y montada (por no hablar de su pobre sustento discursivo) que era un peligro latente para cualquiera que se acercase y a Avelina sencillamente le tocó. Y yo me inclino a creer lo segundo.
Empero, sin evidencia de la intencionalidad o lo accidental del episodio, los periodistas de cultura, entre los que Avelina también cuenta malquerientes (muchas veces la prensa es cómplice de los embaucadores del arte) difundieron la nota.
“¡Avelina Lésper destruye obra y huye!”, así, sin corroborar nada ni darle derecho de réplica a esta destructora del arte. Y tratándose de un medio acreditado nacional, la nota fue reproducida por El País, El New York Times y de allí pa’l real. Ahora, la reputación de Avelina como crítica vandálica tiene alcances urbi et orbi, cosa que aprovecharon muy bien los estafadores del arte para denostar su labor y reivindicarse como los “genios que son”.
De nada valió que Lésper diera después su versión de los hechos, versión que no fue desmentida por la galería: Avelina Lésper jamás salió huyendo como quien deja atrás la escena de un crimen (crimen la obra del autor, Gabriel Orozco), además de que niega haber tocado la pieza en cuestión y las imágenes presentadas demuestran que la crítica buscaba probar un punto, capturando una imagen, a prudente distancia del objeto.
Fue no obstante una ocasión perfecta para destilar todo el odio y todo el veneno contra un personaje que resulta incómodo por expresar lo que piensa y que, con todo el sustento de que es capaz, nos dice que el emperador no lleva un traje nuevo (visible sólo para los más inteligentes del reino), sino que simple y llanamente el monarca anda paseándose en puros cueros por ahí.
Sin embargo, no iban a dejar pasar esta inapreciable ocasión para ridiculizar a Avelina, para poner en entredicho sus méritos profesionales y su trayectoria, porque hay mucho ávido de “tirar harto hate”.
Mucho más serio y de mayor gravedad, tuvimos luego el caso de Ingrid Escamilla, joven de 25 años asesinada presuntamente por su pareja sentimental, quien la habría destazado posteriormente para deshacerse del cuerpo en partes.
Estos casos siempre despiertan el encono entre el machismo más atávico y pendejo y el feminismo más radical.
Por si poco fuera, esta semana el fiscal de la República, Alejandro Gertz, propuso eliminar la figura del feminicidio y convertirlo en una modalidad de homicidio con diversas agravantes, porque al parecer, los MP no están siendo particularmente hábiles para integrar debidamente estos casos de crímenes de odio contra mujeres.
Y ya como cereza de este horrendo pastel, se filtraron imágenes de la víctima mutilada, en un estado tal en que no debería ser recordado ningún ser humano.
Todo esto exacerba la indignación popular, por supuesto. Por ello no creo que nada sea casual, o que las imágenes se hayan filtrado por un descuido o por un error. Apostaría que todo es deliberado para que los ánimos se mantengan enardecidos.
El problema –el gran problema– es que el impacto que la autoridad recibe de todo este descontento es básicamente nulo. Casi toda la rabia se convierte en animadversión, una animosidad entre los sexos, entre mujeres que insisten en que todos los hombres son potencialmente violadores, asesinos y consecuentemente sus enemigos; y hombres que en un afán de deslindarse (o justificarse también) argumentan cualquier otra estupidez.
Está visto que basta cualquier tontería para que purguemos todo el odio, la frustración y la impotencia de que somos capaces en forma de campañas de odio, pero si las supiéramos encausar realmente, nuestra autoridad no sería tan inepta.
Recordemos siempre que el enemigo son los hombres violentos, no el género masculino en general.
Así como Lésper y sus “avelievers”, que no somos enemigos del arte contemporáneo… sólo del arte contemporáneo atroz.
petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo