Café Montaigne 103
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TEMAS
¿Cómo escribe usted señor lector? ¿Cuáles son sus vicios, manías, yerros o aciertos para redactar una carta, un reporte de su empresa, un dictamen médico, un reporte financiero, un acta legal, un dictamen territorial o de ingeniería? ¿Es usted diurno o nocturno? ¿Aún, como yo, arrastra el lápiz Faber Castell sobre papel italiano fabreano, o bien, va y se sienta directo frente a su computadora, la enciende y, en lugar de papel, aparece su pantalla en blanco y se sienta y escribe, y escribe…? ¿Espera la llegada de las siempre veleidosas musas o, de plano, prescinde de ellas? Sencillo y difícil de contestar esta pregunta, ¿cómo escribe usted? En lo personal, siempre me han interesado los procesos creativos, los cuales han gestado o han desembocado en la floración de la gran obra de arte. Llámese esta una buena sinfonía, ópera, sonata o bien, un gran cuadro, una obra literaria portentosa o un gran soneto, un bello poema. Trato de leer e investigar cómo esos grandes seres humanos llegaron a semejante estado de genio e invención (estados alterados, definitivamente) para lograr aquello considerado gran obra, la cual tiene un reconocimiento regional, nacional y, claro, internacional, como una cosa genial fuera o arriba de un estándar de calidad aceptado.
A este tema le vamos a dedicar mínimo tres columnas, tres tertulias en este encuentro sabatino de “Café Montaigne”. No dudo que usted tomará de estos textos y ejemplos alguna buena perla, la meditará, la hará suya y, claro, la pondrá en práctica con miras a mejorar su propia escritura. Pero caray, no deja de ser harto interesante el leer, conocer e investigar esas epopeyas secretas, las cuales se fueron anudando como las cuentas al rosario, para llegar a desembocar en aquella obra de arte perturbadora, la cual con el paso del imbatible tiempo, decimos: sí, es una obra clásica ya. Comenzamos la tertulia. Beba de su café o buen te (a últimas fechas me he vuelto fanático de uno llamado “siete azahares”). Lea por favor, señor lector.
El escritor argentino José Bianco pensaba: la auténtica persona del escritor está en su obra y solo en su obra. Aforismo afortunado sin duda, pero, ¿cómo se gesta esta obra? ¿Cuáles son los resortes secretos para animar una novela de 400 páginas o bien, el apunte microscópico para la feliz culminación de un haikú? Condensadas las anteriores preguntas y aderezadas con una idea más: ¿cuál es y cómo es el proceso cotidiano de escritura de un creador o de un artista en general? ¿Cuáles son sus vicios para sentarse horas, y horas ante la fatídica página en blanco o el ordenador personal? ¿Cuáles son sus posibles virtudes a la hora de empuñar el lápiz o el teclado? En resumen: ¿cómo escribe un escritor?
ESQUINA-BAJAN
Cuando practico el periodismo político y cultural –léase el género de la entrevista–, por lo general incluyo algunas preguntas de carácter personal que me interesan, preguntas un tanto íntimas, las cuales suelen ser desdeñadas por la mayoría de la gente del medio; es decir, por aquellos “reporteros de la fuente”, los cuales tienen años en la batalla cotidiana para lograr las famosas “ocho columnas.” Cuando suceden las grandes o pequeñas entrevistas a los creadores, suelen preguntarse tópicos de actualidad en teoría harto peliagudos, temas espinosos, temas en voz de todos, aunque los despiadados medios de comunicación sepulten al día siguiente las sesudas declaraciones (hoy en cuestión de horas, por las redes sociales), todo en virtud de los “últimos acontecimientos o hechos en turno.”
No pocas veces se les cuestiona una y otra vez por los nuevos temas, los cuales habrán de nutrir sus próximos libros y proyectos en puerta; en fin, el futuro es letra muerta, no existe. Pocos entrevistadores cuestionan y se refieren a los vicios y virtudes, métodos de trabajo, manías y apetencias en los momentos de empuñar la pluma o trabajar en la computadora. Lo dijo mi admirado Tomás Eloy Martínez: algunos hombres han escrito su obra en medio de la adversidad, “es en estos destinos ínfimos donde la especie humana se reconoce a veces con mayor claridad que en la catástrofe de la naturaleza o en los abismos de la intolerancia”. Esto sería un estado idílico y quizá se pecaría de autocompasión lacrimógena. Veamos a vuela pluma algunos procesos escriturales (vicios y virtudes) en la génesis de la obra literaria.
El novelista norteamericano William Faulkner escribió su novela “Mientras agonizo”, entre octubre y diciembre de 1929, en un lapso de solo cuarenta y siete días. Lo más extraordinario: la escribió casi sobre la carretilla en la cual transportaba carbón hacia los hornos de una central termoeléctrica en Oxford, Mississippi. Escribía desde las 11 de la noche hasta las cuatro de la madrugada, mientras el dínamo “soltaba un ronroneo continuo e intenso”. Entre el trabajo casi forzado y la adversidad, la creación. Hay formas un tanto heterodoxas con las cuales los escritores convocan a sus musas. El novelista, poeta y dramaturgo Samuel Beckett trabajaba contemplando una pared lisa, blanca, sin grietas ni sombras. En 1981, nos lo cuenta el también novelista Tomás Eloy Martínez, ocho años antes de morir, un periodista de “The Paris Review” le preguntó a Beckett de esta manía. “No sé por qué –le contestó Beckett en una carta escueta y lacónica–. Algo me pasa. Miro la pared y comienzo a escribir.”
LETRAS MINÚSCULAS
Hay una escritora latinoamericana, la cual no se sienta a redactar si no tiene una vela encendida. Gabriel García Márquez no se sentaba al escritorio sin una rosa amarilla fresca en su pebetero… Vamos iniciando.